Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 07-VI-2018. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica López Cobos. Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Sinfonía n.º 26 en re menor, Hob. I/26, ‘Lamentatione’, de Franz Joseph Haydn; Variaciones sobre un tema de Haydn, Op. 56a, y Concierto para piano y orquesta n.º 1, Op. 15, de Johannes Brahms. Javier Perianes, piano. Andrew Gourlay, dirección.
Este concierto de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, como el próximo, se realizan bajo el título In memoriam como homenajes al que fuera Director Emérito de la OSCyL Jesús López Cobos. El gran director había ideado ambos programas en torno a Brahms y de no haberse interpuesto la muerte en su camino los habría dirigido. Coincidiendo con estas actuaciones se inauguró el pasado día 8 una Exposición retrospectiva sobre su figura, cuyo Comisario es Julio García Merino.
Centrándose en esta primera actuación, y aún a riesgo de que no sea una apreciación del todo certera, la magnitud del Concierto para piano y orquesta n.º 1 sumada a otras circunstancias, tales como la espléndida intervención del pianista Javier Perianes, provocaron el que esta obra destacara sustancialmente sobre el resto.
Con Perianes sobre el escenario se produjo una especie de alimentación mutua entre el pianista, el director Andrew Gourlay y la orquesta, lo que conllevó que la interpretación adquiriese una dimensión muy especial. Hubo tiempo para incidir en los pasajes más tempestuosos y en los momentos de recogimiento absoluto, entre un armazón de densas texturas. El pianista tocó la obra de Brahms con una sensibilidad sin fisuras y una continuidad pasmosa, dando cabida a pasajes de dimensiones hercúleas, (palabra tomada prestada del propio pianista en declaraciones previas al concierto concedidas a esta revista), pequeños detalles, sonidos de lo más delicados, diálogos con las distintas secciones de la orquesta, sin que se rompiera un desarrollo de la obra emocionante, en donde todo encajaba con naturalidad. Perianes consiguió un despliegue de recursos, basados en una musicalidad soberbia, que llevaron a la música desde las mayores tensiones a los momentos más calmos, con una variedad de coloraciones enorme. A todo esto, la OSCyL y su director Andrew Gourlay consiguieron que se produjera la imbricación precisa entre todos, manteniendo ese equilibrio de manera muy particular en el segundo y tercer movimiento. Si el primer tiempo resultó un estallido de sensaciones, que tal vez pudo quedarse algo parco en los aspectos más abrumadores y no tanto en los más dolientes, con el segundo lograron un efectivo contraste con respecto al anterior movimiento, desde la inicial melodía de las cuerdas. Perianes se volcó en los ligados, en pianos convertidos en susurros, en los que parecía que apenas pulsaba las teclas. Y el tercer movimiento, más allá de otras consideraciones, resultó exultante, con un reseñable tratamiento de su contrapunto, dando una sensación de soltura, de un transcurrir plagado de emociones capaz de llevar tras de sí al oyente.
El concierto había comenzado con la Sinfonía n.º 26 de Haydn, de ejemplar originalidad, con su carácter sincopado. Andrew Gourlay y la OSCyL realizaron una versión clara, aunque sin llegar a romper del todo cierto academicismo, lo que provocó que no se decantaran decididamente por la citada originalidad.
Las Variaciones sobre un tema de Haydn de Brahms resultaron correctas, aunque se pudo llegar mucho más lejos en sus contrastes y sus cambios rítmicos y armónicos, evitando cierta uniformidad. Destacaron las Variaciones V y VI por su vitalidad.
En todo caso, insistiendo en lo dicho, pareció que el concierto para piano se erigió en el máximo protagonista.
Fotografía: OSCyL.
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