Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
Chicago. Studebaker Theater. 22-IV-2018. Il Pigmalione y Rita (Gaetano Donizetti). Javier Abreu (Pigmalione/Beppe), Angela Mortellaro (Galatea/Rita), Keith Phares (Gasparo). Dirección escénica: Amy Hutchison. Dirección musical: Francesco Milioto.
Gaetano Donizetti compuso cerca de 70 óperas, entre las que se cuentan muchas obras maestras –bastantes más de las tradicionalmente habituales en el repertorio, aunque afortunadamente la variedad está aumentando–. Pero, más allá de la calidad individual de sus capolavori, el aspecto más interesante quizás de su producción es que muestra a un artista en constante evolución. Partiendo de una primera etapa más tradicional, con mucha influencia de compositores como Rossini y Mayr, va experimentando con nuevos estilos y estructuras hasta llegar a anticipar lo que luego sería Verdi, tanto en el tratamiento del drama como en diversos factores musicales –por ejemplo, la evolución de la voz de barítono–. Por esta razón, la propuesta del Chicago Opera Theater de presentar un programa doble con la primera y la última de las óperas en un acto del bergamasco se antojaba muy interesante.
La función se abrió con Il Pigmalione, la primera ópera compuesta por Donizetti y una rareza absoluta –aunque, curiosamente, se pudo ver un mes antes en la New York City Opera, que la combinó con el Pygmalion de Rameau–. Se trata no solo de una obra de juventud, sino incluso de un mero ejercicio, elaborado principalmente como una forma de mostrarse a sí mismo y a sus maestros –el padre Mattei y Mayr– a dónde había llegado. De hecho, esta «escena lírica», como Donizetti la denominó, se compuso sin ninguna intención de representarla y no se llegó a estrenar hasta 1960. La obra es también singular por ser la única de temática mitológica del compositor, pues dramatiza la famosa leyenda del escultor enamorado de una de sus estatuas, que acaba cobrando vida.
Hoy en día, el valor de Il Pigmalione es principalmente académico, pues el drama es inexistente –la primera media hora es un monólogo del escultor y Galatea solo cobra vida para un dúo final– y la música muestra solo destellos del Donizetti que conocemos. Sin embargo, el COT ha logrado presentar una producción bastante interesante, gracias a una buena dirección escénica de Amy Hutchison y a un comprometido Javier Abreu en el papel titular. Hutchison ambienta la acción vagamente a inicios del siglo XX, en un detallista decorado diseñado por William Boles que representa un pequeño estudio artístico. Para compensar la naturaleza totalmente estática de la obra, antes de que la estatua cobre vida Galatea aparecerá en forma de sugerentes imágenes proyectadas sobre un lienzo, en un estilo cinematográfico que recuerda al neorrealismo italiano. Abreu, por su parte, se entrega al papel con seriedad y muestra a un artista torturado y suicida, sin caer en el ridículo o la exageración. Se echó de menos, eso sí, una mayor agilidad en su canto. Angela Mortellaro aparece solamente para el dúo final, pero le saca bastante partido a su pequeño papel con una buena coloratura y voz agradable.
La segunda parte del programa, Rita, es mucho más conocida –aunque este era probablemente la primera vez que se veía en Chicago– y es una divertida obra de un Donizetti ya en plena madurez. Aún así, hoy en día supone también un reto escénico a la hora de acercarla a nuevos públicos, en este caso principalmente por su temática. En efecto, la historia gira en torno a la propietaria de una osteria, viuda de un anterior marido abusador y que está contenta porque ahora se ha casado con el pánfilo Beppe y es ella la que le pega a él. Pronto se verá que Rita estaba equivocada y su marido, Gasparo, no había muerto y llega a la ciudad buscando el certificado de defunción de Rita para poder casarse otra vez –pues él también se creía viudo–. Beppe y Gasparo intentarán entonces librarse de Rita y cargársela al otro. Las bromas sobre abusos son constantes y Gasparo repite muchas veces su filosofía «Si può picchiar la moglie / ma non si de’ accoppar (se puede pegar a la esposa / pero no se debe matarla)». La solución adoptada por el COT fue dejar claro desde el principio que no había que tomarse demasiado en serio a estos personajes, para lo que, ya desde el cambio de escena durante el descanso, introdujeron a una troupe de payasos, coordinados por el director of clowning Adrian Danzig. En concreto, el personaje de Beppe tendrá varios alter ego encarnados por payasos dedicados a todo tipo de slapstick en segundo plano. Gasparo terminará, naturalmente, con una tarta en la cara y echado al mar –en el libreto se marcha recordando su «sabio» consejo, pero en esta versión está claro que Beppe no se lo toma muy en serio–.
La idea funciona en cuanto a vender el espíritu ligero de la obra y establecer un tonto de farsa, aunque en muchas ocasiones las distracciones se vuelven excesivas. Otra elección tiene también un éxito solo parcial: Rita fue escrita como una opéra-comique y como tal tiene partes habladas en lugar de recitativos. En la producción del COT, Rita empieza hablando en la versión italiana habitual, pero protesta porque ve que el público está leyendo los sobretítulos así que pasa a hablar en inglés para que la miren a ella. Esto tiene gracia la primera vez, pero por desgracia repiten el mismo chiste cada vez que entra un personaje nuevo. Igualmente, los diálogos ingleses, aunque efectivos en general, se toman demasiadas libertades con el texto. El decorado de nuevo es atractivo, mostrando el exterior de un café alrededor de 1950 y con varios detalles ingeniosos. Por ejemplo, la «tazza verde istoriata» que Beppe confiesa haber roto es parte del letrero luminoso del establecimiento, que Rita arreglará de un manotazo después de regañar a su marido.
En contraste con la más desequilibrada Pigmalione, Rita es un prodigio de simetría. Consta de 8 números: un aria para cada uno de sus tres personajes, los tres dúos diferentes posibles y un terceto final. En esta ocasión, los dúos funcionaron a un nivel mejor que las arias, sobre todo la divertida discusión entre Beppe y Gasparo en la que se juegan a Rita a la morra y ambos intentan hacer trampas para perder.
Angela Mortellaro es una Rita muy satisfactoria, con gran presencia escénica y una voz flexible y rica tonalmente. Tuvo muy buena química con el Beppe de Javier Abreu y el final de su dúo («Oh! Il primo che è morto, quegli era un amor / È il caso che il morto invidia mi fa») resultó uno de los momentos más exitosos de la tarde. Abreu, por su parte, continúo siendo un actor muy convincente, aquí por el lado cómico, y cantando con un estilo atractivo. Sin embargo, la alta tesitura y agilidades del aria «Allegro io son» le resultaron inalcanzables. En su defensa, se trata de una pieza realmente peliaguda, compuesta incluso para ser cantada en falsete, como era aún la práctica habitual en la opéra comique. A estos dos cantantes se añadió el Gasparo de Keith Phares, con una robusta voz de barítono. Phares cantó con convicción pero cierta falta de italianità. Su mejor momento fue el terceto final en el que intenta convencer a Rita y Beppe de que se ha quedado casi manco y por lo tanto no supone ya una amenaza. Como todos los cantantes, demostró una gran vis cómica y buena complicidad con sus compañeros de reparto.
El joven maestro Francesco Milioto dirigió la orquesta con buen estilo y flexibilidad, atento a los tiempos y concertando con buena mano. En general, y pese a los excesos escénicos ya comentados, una divertida función que pone fin a una exitosa temporada para el Chicago Opera Theater.
Fotografía: Liz Lauren.
Compartir