Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
Nueva York. 21-IX-2018. Carnegie Hall. Gala 2018 Richard Tucker Foundation. Obras de Giuseppe Verdi, Gerónimo Giménez / Manuel Nieto, Richard Strauss, Manuel García, Gioachino Rossini, Pietro Mascagni, Leonard Bernstein, Georges Bizet, Jules Massenet, Vincenzo Bellini y Umberto Giordano. Christian Van Horn, Nadine Sierra, Michael Fabiano, Christine Goerke, Javier Camarena, Angela Meade, Quinn Kelsey, Yusif Eyvazov, Stephanie Blythe y Anna Netrebko. Miembros de la orquesta de la Metropolitan Opera. New York Choral Society. Dirección musical: Marco Armiliato.
No todos los días se puede juntar a una decena de estrellas operísticas de primera fila, incluyendo a los que son seguramente los más emocionantes cantantes masculino y femenino del momento: Anna Netrebko y Javier Camarena. Sin embargo, la Fundación Richard Tucker lo logra año tras año, programando una gala que es uno de los eventos operísticos ineludibles de la temporada en los EE.UU. No en vano, muchas de estas estrellas se vieron beneficiadas al inicio de sus carreras por una de las becas que financia esta organización, o recibieron el espaldarazo definitivo con su gran premio anual. A otros, como a los mencionados Netrebko y Camarena, la gala los encuentra en Nueva York terminando (ella) o empezando (él) una nueva estancia en el vecino Metropolitan.
A estas alturas, y después de décadas de recorrido, la gala funciona como un reloj. El galardonado con el premio Richard Tucker del año tiene la primera palabra y volverá durante para más intervenciones, mientras que los demás típicamente ofrecerán un aria y un dúo, durante dos horas muy intensas. No suele haber grandes desviaciones de este esquema, aunque el espectro de las cancelaciones siempre pende sobre una función con tantas partes móviles. El año pasado, sin ir más lejos, fueron varios los nombres que cayeron del cartel en el último momento. Sin embargo, el poder de convocatoria de la fundación resolvió el problema admirablemente con varios cantantes jóvenes a punto de despuntar –Rachel Willis-Sørensen y Pene Pati dejaron muy buen recuerdo–. Esta vez, por contra, no faltó nadie, aunque sí hubo algún cambio al programa anunciado.
Como de costumbre, la gala empezó con una grabación de Richard Tucker –en este caso «Cielo e mar»– seguida de un breve discurso de su hijo Barry, quien en esta ocasión aprovechó para saludar a la famosa operófila Ruth Bader Ginsburg. Teniendo en cuenta el singular clima de crispación política que se vive en el país, fue notoria la entusiasta ovación que recibió esta juez del Tribunal Supremo, con la mayor parte del público en pie.
Por supuesto, la principal motivación del discurso es presentar al Premio Tucker del año, en este caso el bajo-barítono Christian Van Horn. Se trata de un cantante con buenos modos, pero que todavía no ha demostrado mayores vuelos. Ha participado en muchas producciones en el Met, en papeles menores, siempre con corrección. El papel de más fuste que le había podido ver hasta ahora es seguramente su Enrico en la Anna Bolena de la Canadian Opera Company, donde me causó buena impresión. Su principal problema es que está abordando papeles de bajo, que naturalmente le quedan muy grandes –sin duda no esta solo en esta tendencia, ¿cuántos bajos auténticos tenemos hoy en día?–. En un mes llegará su prueba de fuego encarnando al Mefistofele de Boito, sin duda un reto mayúsculo que aún plantea muchas dudas.
En esta gala, Van Horn empezó con el Zaccaria de Nabucco, cantando «Del futuro nel buio discerno», la primera de muchas selecciones verdianas de la noche. Sin tener, como digo, un instrumento de verdadero bajo, sí que demostró potencia y presencia vocal –una constante toda la noche, por cierto, dominada por las voces grandes, lo que se agradeció–, además de un buen legato. En el debe, un mayor detallismo en el fraseo. Más tarde se atrevió con una de las páginas más emblemáticas del repertorio de bajo: «Ella giammai m’amò». Bien cantada pero faltó sentimiento, aunque no lo beneficiaron las prisas de la gala, que nos llevaron a entrar en el aria de manera un tanto brusca –hay que terminar pronto, que los autobuses esperan para llevar al hotel Plaza a los principales benefactores para una cena de gala–.
Le dio relevo la ganadora del año pasado, Nadine Sierra, quien nos cantó una muy bienvenida –por parte de quien suscribe– selección zarzuelera: «Me llaman la primorosa». El resultado fue bastante positivo. En particular, Sierra pareció exhibir una voz con más cuerpo que en la edición pasada de la gala y, por otra parte, demostró la simpatía y coquetería que esta romanza requiere, además de su facilidad para la coloratura. Su dicción española empezó bastante bien, para irse desdibujando poco a poco.
A continuación, otro reciente ganador del Premio Tucker, Michael Fabiano, abordó «Quando le sere al placido». Como siempre, este tenor ofreció pundonor y entrega apasionada. Su interpretación del aria puede calificarse como de personal, poniendo toda la carne en el asador y sin demasiado interés en regular las dinámicas, siempre a todo volumen. Poco sutil, pero arrollador y efectivo, optando por subir al agudo al final con cierto éxito.
Más mesurada resultó la «Es gibt ein Reich» de Christine Goerke. No llegó a convencer del todo y pareció no estar en total sintonía con los tempi que marcaba la orquesta. Algún agudo resultó también un tanto estrangulado. Goerke volvería con más fortuna hacia el final de la gala para acompañar a la New York Choral Society –que se lució en todas sus intervenciones– en una emocionante «Regina Coeli… Inneggiamo» de la Cavalleria rusticana.
Llegaron inmediatamente después dos de los puntos álgidos de la gala. En primer lugar, Javier Camarena salió al escenario para explicarnos que habían robado en su casa de Barcelona unos días antes y llegó a Nueva York, entre otras cosas, sin gemelos para su frac. Barry Tucker acudió al rescate y le prestó los de su padre para la función. Muy divertido, terminó diciendo que lo que más rabia le dio fue que los cacos dejaran atrás las copias de su nuevo disco, del que nos ofreció una muestra con un aria de Florestan, de Manuel García –una segunda aria estaba anunciada en el programa, pero no se cantó–. Soberbia su interpretación y la pieza elegida le permitió desplegar todas sus cualidades: sobreagudos, acentos, variaciones y, en fin, bel canto de factura.
Pero la oferta de bel canto de calidad no terminó ahí, pues a continuación Angela Meade nos deleitó con «O madre, dal cielo… No, no! Giusta causa» de I lombardi alla Prima Crociata. Esta cantante parece sacar lo mejor de sí en este tipo de eventos y además se encuentra en su salsa en estas obras del Verdi temprano, con lo que la combinación fue totalmente explosiva. Con un rango dinámico desde muy logrados pianísimos hasta un torrente abrumador de voz y una técnica excelente, fue la mejor intervención de la noche y la más aplaudida. La cabaletta, en particular, resultó espectacular, rematada con un Re que nos dejó pegados a la butaca. Meade y Camarena volverían más adelante para cantar juntos el dúo de Armida, sin alcanzar la redondez de sus primeras intervenciones –quizás la falta de ensayos no permitió mayor coordinación–.
Como decía, era la noche de Verdi, y después de I lombardi tuvimos una dosis de Falstaff, con Quinn Kelsey en un agradable monólogo de Ford de Falstaff y Yusif Eyvazov afrontando sin miedo el «Ah si ben mio… di quella pira» de Il trovatore, con participación del coro. Es interesante reflexionar cuánto ha progresado este tenor desde hace dos años, cuando figuró también en el cartel de la gala –pero no llegó a cantar, por haberse roto un pie–. Entonces muchos pensaron que solo estaba ahí por ser marido de Anna Netrebko, pero hoy en día esta postura es más difícil de defender, tras varios papeles de primera línea –en particular su Andrea Chénier el pasado Sant’Ambrogio–. Eyvazov, con su voz poco grata pero con una técnica cada vez más depurada y siempre con resistencia y sin forzar, logró un resultado notable, yéndose al famoso y polémico Do en las dos vueltas de la stretta y terminando con un muy prolongado y potente «All’armi!». En una cuerda tan depauperada como la de tenor spinto, cada vez cobra más fuerza.
Ya cerca del final, entró la última de las solistas, Stephanie Blythe, con «Take care of this house» de Leonard Bernstein, pieza inusual hasta en este año de conmemoraciones por el centenario del compositor. Quizás supo a poco, pues volvió a entrar, fuera de programa, con el mismo truco que ya le deparara un gran éxito el año pasado: la habanera de Carmen. Si en 2017 se dedicó a seducir y amenazar al director de orquesta y al concertino, en esta ocasión dirigió sus atenciones al público, para lo que entró provista de unas cuantas rosas que lanzó a varios caballeros sentados en las primeras filas. Con un agudo ya tasado, pero un enorme encanto y una voz muy agradable todavía en la zona media y grave, volvió a triunfar.
Para terminar, tres dúos. Un «Toi! Vous!» de Manon con Fabiano y Sierra, desbordante de pasión pero quizás algo fuera de estilo en el que el tenor se comió a la soprano –vocalmente y a besos, pues ambos decidieron aderezar así la interpretación–. Van Horn y Kelsey cantaron el «Suoni la tromba» de I puritani con buen estilo y un buen La final, pero tapados por la orquesta. En general Marco Armiliato estuvo poco afortunado toda la noche, con exceso de ruido y a veces despegado de los cantantes.
Finalmente, entró la cantante que todos esperábamos y en parte temíamos que no apareciera –pues su aria solista, de La forza del destino, se había caído del programa–. Se trataba, cómo no, de Anna Netrebko quien, junto a su marido, coronó la función admirablemente con el final de Andrea Chénier. Una pieza que tienen ya muy rodada, en escena y en recitales, y que no defraudó. Sin duda cerraron la velada con su momento más emotivo.
Fotografía: Dario Acosta.
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