Por José Amador Morales
Baden-Baden. Festpielhaus. 25-III-2018. Richard Strauss: Don Juan, op.20; Alban Berg: Siete canciones tempranas. Maurice Ravel: Shéhérazade. Igor Stravinsky: Petrouchka. Elina Garança, mezzosoprano. Orquesta Filarmónica de Berlín. Simon Rattle, dirección musical.
Al día siguiente del esperado Parsifal que abría el Festival de Semana Santa de Baden-Baden (y menos de dos horas después de que finalizara la representación de La finta giardiniera mozartiana que se ofreció en la versión alemana en el cercano teatro decimonónico de la localidad), Simon Rattle volvía a dirigir su –ya por pocas semanas – Filarmónica de Berlín para ofrecer un precioso programa con la presencia de una de las voces más aclamadas en los últimos años: Elina Garança. Y posiblemente esta sea la razón por la que tal vez supo a poco un programa en el que la mezzo letona era protagonista sólo a medias, al ser “escoltada” por sendas obras sinfónicas que, a la postre, impidieron incluso que ofreciera algún bis justo cuando el público estaba más entregado a la cantante.
No obstante, ello no impidió apreciar la belleza de una voz que se mostró brillante y homogénea en las Siete canciones tempranas de Alban Berg, esa suerte de crisol liederístico postromántico (compuesto bajo la atenta y docente mirada de Schönberg). Garança sorteó con comodidad la tesitura de unas composiciones ideadas originalmente para soprano y si acusó cierta frialdad al comienzo, en piezas como Die Nachtigall o Im Zimmer dejó muestras de un fraseo comunicativo de gran calidad. A pesar de ello, fue en Shéhérazade de Ravel, donde la cantante ofreció lo mejor de la velada, dando una lección de sensualidad y morbidez vocales ideales para las “imágenes” cargadas de exotismo que recorren la obra del compositor francés. La mezzo sedujo con su capacidad para el claroscuro desde el mismo ataque de Asie pero particularmente en La flûte enchantée, bien acompañada aquí por un Rattle notablemente más inspirado.
Éste, que había iniciado el concierto con un bienintencionado Don Juan de Strauss, vitalista y entregado pero que aquí no pasó de ser eso, una mera obertura, dio lo mejor de sí en una extraordinaria lectura de la Petrouchka de Stravinsky. Y es que Simon Rattle volvió a confirmar que el compositor ruso es una de sus grandes especialidades, ofreciendo una interpretación enérgica y extraordinariamente precisa que sacó lo mejor (¿aún más?) de una Filarmónica de Berlín que reveló una vez más su gran química con el maestro británico.
Foto: Monika Rittershaus
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