La orquesta y el coro alemanes se muestran esplendorosos, en una versión técnicamente brillante, con unos solistas de notable nivel y una dirección solvente, aunque falta de concepción dramática.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 08-III-2018. Teatro Real. Elias, de Felix Mendelssohn. Matthias Goerne, Sophie Karthäuser, Sebastian Kohlepp, Marianne Beate Kielland • RIAS Kammerchor • Freiburger Barockorchester | Pablo Heras-Casado.
Una de las principales razones para la evidente diferenciación entre la música coral y la instrumental en el siglo XIX es que, mientras la orquesta se convertía en una institución profesional, el coro iba en dirección opuesta. Los coros de iglesia estaban cada vez más formados por aficionados y la mayor parte de composiciones corales fuera de las obras sacras estaban pensadas en primera instancia para el disfrute de los propios cantores. Debido a ese estatus amateur los coros gozaban de menor prestigio que las orquestas y los teatros de ópera, por lo que buena parte de la música escrita para ellos ha sido ignorada. El repertorio coral fue uno de los primeros en verse dominado por la música del pasado y, en consecuencia, la música coral del XIX resulta a menudo retrospectiva en los géneros y los formatos, aunque no necesariamente en el estilo. La música coral era un campo particularmente lucrativo para los editores, ya que cada miembro del coro necesitaba una copia separada de la música de cada pieza y la mayor parte de las obras eran adecuadas también para su ejecución doméstica. Las editoriales reconocieron este mercado potencial y editaron grandes cantidades de música a bajo precio para coros amateurs y de iglesia. Dedican en su obra un apartado para los coros de aficionados, pues estos acostumbraron a organizarse en sociedades corales, con miembros que pagaban cuotas para la adquisición de la música, el pago del director y la atención de otros gastos. Los grandes coros amateurs desempeñaron también un papel central en los festivales de música, en los que se congregaban para hacer música los cantantes de toda una región. Los primeros festivales de esta índole se dedicaron a las obra de Georg Friedrich Händel y se iniciaron en Inglaterra en 1759. En Francia se celebraron festivales durante el período revolucionario y, en el siglo XIX, la tradición se difundió en Alemania, Austria y Norteamérica. Los coros de los festivales, formados por cientos de cantores, eran incluso más grandes que las sociedades corales locales.
Resulta complejo comprender la música coral de Felix Mendelssohn (1809-1847) sin buscar la referencia en la obra coral del Kantor de Leipzig. Su interés y clara influencia supusieron una marca indeleble en la producción coral del compositor alemán, sobre todo si tenemos en cuenta el trabajo y estudio realizado en la Singakademie con Friedrich Zelter, pues contando tan solo veinte años dirigió la primera ejecución, después de Bach, de la Matthäus-Passion del genio de Leipzig. A esto le sucedieron la Johannes-Passion y la H-Moll Messe [1833 y 1834]. Estas interpretaciones iniciaron el renovado interés por la producción del Kantor, aunque cambiaron el carácter barroco y más íntimo de las interpretaciones para convertirlas en inmensas piezas del gusto del siglo XIX. Muchas de sus obras corales las escribió por encargo de agrupaciones corales para ocasiones especiales, como aniversarios y festivales. Gustaban mucho y siempre cumplían la necesidad que había de una música que sonase conocida, pero que al mismo tiempo resultase bastante nueva. En Alemania los oratorios de Mendelssohn han sido considerados siempre como los más destacados y representativos de un género en declive, pero resistente al paso del tiempo. Mendelssohn estaba peculiarmente dotado –gracias a las circunstancias de su entorno cultural, la cualidad de su genio y los grandes contactos que entabló con la vida artística europea– para continuar la tradición del oratorio.
Elias –en versión alemana– o Elijah –en la versión original inglesa– fue escrito para el Birmingham Festival de 1846, y para algunos estudiosos en uno de los tres grandes títulos del género –junto al Messiah, de Georg Friedrich Händel, y Die Schöpfung, de Franz Joseph Haydn–. La atracción que produjo por igual entre cantores y públicos fue inmediata y su mantuvo casi hasta el final del siglo XX, además de que algunos de su movimientos forman parte del repetorio religioso perenne. Mendelssohn poseía una reserva, en apariencia inagotable, de melodías que saben ganarse al público, las cuales suelen ser muy agradables para los cantores. La obra está compuesta para soprano, alto, tenor y barítono/bajo [Elijah], coro mixto –normalmente a cuatro partes, pero ocasionalmente a ocho– y femenino –con escritura a tres–, orquesta sinfónica al uso, con trombones, ofliceido y órgano. Toda la obra es dramática, pasando de un episodio a otro sin ninguna interrupción. Su atmósfera religiosa se ve realzada por pasajes que tienen el estilo y el ambiente de los corales. Su primer gran clímax es una gran tormenta en la cual el coro se ve inmerso en truenos, la lluvia y el viento descritos por la orquesta. Mendelssohn utiliza aquí corales para marcar las divisiones estructurales y brindar comentarios, como Bach había hecho en sus pasiones; empleó una amplia variedad de estilos y texturas para los movimientos corales, como Händel había hecho en su oratorios, y utilizó motivos unificadores y vínculos entre los movimientos para integrar la obra en un todo cohesionado, siguiendo la práctica de su propoa época. De este modo, enraizó sus oratorios en la tradición barroca, pero fue capaz de crear algo nuevo y actualizado.
Con estos mimbres tan sólidos se presentaba una velada que prometía grandes momentos, especialmente por contar con una orquesta y un coro de absoluta excepción. Narrar las alabanzas del RIAS Kammerchor y la Freiburger Barockorchester a estas alturas de la partitura resulta toda una obviedad, pero todo halago es poco para estos absolutos portentos de la interpretación. Son el más refinado ejemplo de las más exquisitas cualidades alemanas a la hora de plantarse ante una partitura. El RIAS es ese coro que todos deberíamos querer tener como el coro de un ente de radiotelevisión público, capaz de acometer con la misma capacidad repertorio sinfónico-coral de enorme exigencia –este oratorio es un buen ejemplo– y repertorios a cappella, abarcando desde el repertorio Barroco hasta el de pleno siglo XX –lo único que les resta para la perfección sería acometer con la misma calidad el repertorio polifónico del Renacimiento, que tienen desatendido–. Acudieron a la cita con un total de cuarenta y tres cantores [13/10/10/10], exhibiendo en esta inmensa partitura coral lo mejor de sí: afinación impecable –salvo ciertos momentos en la cuerda de sopranos–, un balance pulcro y realmente equilibrado, una belleza sonora pulida y sostenido por una elegancia y un refinamiento de impresionante calibre, además de una capacidad expresiva totalmente admirable. Tanto el trabajo robusto del tutti coral, como el de mayor filigrana en los conjuntos más reducidos, resultaron un ejemplo de cómo se debe acometer la interpretación de este gran oratorio decimonónico. Pocos coros tan capacitados hoy día para sostener un Mendelssohn de esta monumentalidad.
Por su parte, los Freiburgers volvieron a demostrar una vez más –cada vez que puedo disfrutar de ellos en directo resulta una revelación– que son, sin ninguna duda, una de las orquestas historicistas de mayor importancia a nivel mundial. No es tan común encontrar una calidad tan superlativa por igual en repertorio barroco, clasicista y romántico. Su aporte de color, capacidad técnica y adecuación a cada uno de ellos resulta tan apabullante, que uno no puede menos que inclinarse ante tal magnificencia. Personalmente los considero –con el permiso del RIAS– los grandes triunfadores de la noche. Imagínense un todo esplendoroso, con un color absolutamente evocador, una sección de cuerda que es casi un milagro, bien respaldada por un viento metal robusto y de sonoridad plena, que se eleva sobre la orquesta con una naturalidad casi irreal. A todo esto hay que sumar viento madera a dos, cuya capacidad expresiva y sonoro sobrepasa lo que es común escuchar hoy día en una agrupación, bien sea historicista o no. Comandados a la perfección por Anne Katherina Schreiber –concertino de lujo para unos violines en los que tersura, brillantez y limpidez son solo una de las pocas cualidades que se les pueden atribuir–. Increíble su capacidad sonora y expresiva en esos imponentes recitativos tan bachianos. Por su parte, ver remar con ese empaque, capacidad de equipo y resultado tan apabullante a la sección de violonchelos –impresionantes en muchos momentos, culminando, como no puede ser de otra forma, en el Es ist genung– resulta una experiencia digna de presenciar. Magnífica también la sección de violas –seis nada menos–, con un sonido poderoso y bien equilibrado dentro de la textura orquestal.
El cuarteto solista que se presentó es esta coproducción del Teatro Real, el Centro Nacional de Difusión Musical y La Filarmónica se mostró sólido y en gran medida apropiado para estas lides. Lo encabezaba el barítono alemán Matthias Goerne, que si bien es un notable cantante, considero está francamente sobrevalorado en relación a su posición en el panorama internacional de la última década. Vocalmente inestable, y con síntomas de cierta fatiga vocal, el registro agudo se presentó débil, con un hilo de aire evidente y de timbre netamente mejorable. Sin embargo, estuvo muy solvente en el registro medio-grave, aportando un bello color y una redondez que entiendo es la que le han dado la fama que posee. Encarnó un Elias contundente, expresivamente bien trabajo y bastante verosímil. Es ist genug fue quizá el punto culminante de su actuación. Por su parte, la mezzosoprano noruega Marianne Beate Kielland fue la sorpresa más agradable de la velada en lo solístico. Poseedora de un timbre argénteo, de escasa proyección, pero bellísimo timbre, sus registros grave y agudo transitan entre sí con una exquisita homogeneidad y fluidez, dando lugar a una línea de canto de gran delicadeza y refinamiento, pero a la vez plena y de gran rotundidad. La soprano belga Sophie Karthäuser, una habitual de la interpretación historicista, es capaz de interpretar repertorio anterior acoplando su voz de forma brillante –muy interesantes sus incursiones en el Barroco francés, por ejemplo–, pero sin embargo en Mendelssohn da libertad a su voz para que se libere en una línea poderosa, solvente en el agudo, de bello color y de un fraseo encomiable. Para finalizar el cuarteto, Sebastian Kohlepp, un tenor alemán de voz y timbre quizá algo pequeños para las exigencias del oratorio, que por otro lado sirvieron muy bien a las necesidades de una versión historicista como esta.
La dirección, a cargo de Pablo Heras-Casado, habitual colaborador de la orquesta germana y principal director invitado del coliseo madrileño, resultó interesante en algunos aspectos. Regresó a sus orígenes para mostrarse muy cuidadoso con las partes corales, especialmente con los pasajes a cappella y aquellos que necesitan de una mayor atención. El equilibro entre el coro y la orquesta estuvo realmente logrado, aunque de forma interna en la orquesta, por ejemplo, el órgano resultó extrañamente inaudible en todo momento. Su balance de las secciones de viento en relación a la cuerda también resultaron bien planteadas. Por otro lado, aunque su gesto resulta a veces desigual –unas veces muy académico y elegante, pero otras casi mecánico y tosco–, es un director al que los músicos deben entender de forma muy clara. Quizá lo peor vino de su concepción de la música, con una elección de tempi excesivamente rápidos por momentos –la obertura y el coro inicial fueron un claro ejemplo–, además de un planteamiento tremendamente neutro de la fuerza dramática de esta obra, que por lo que sabemos de la intención original del propio compositor, era uno de los pilares de su composición. A pesar de ello, desde luego este el Heras-Casado al que se debe alabar –al menos por el momento–, pues su relación con el repertorio romántico junto a la Freiburger Barockorchester es lo mejor que ha dado de sí en su todavía joven carrera.
Sea como fuere, un Elias de altos vuelos, que sin duda triunfó entre el siempre entusiasta público madrileño, a pesar de una actuación solística algo irregular y una dirección que no logró extraer todas las esencias del tarro mendelssohniano. Sin embargo, la tecnología punta a la que estos conjuntos alemanes nos tienen acostumbrados logró elevar la interpretación a cotas superlativas.
Fotografía: Javier del Real.
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