Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 2-III-2018, Teatro de La Zarzuela. Proyecto Zarza. El dúo de La africana (Manuel Fernández Caballero). Talía del Val (Antonelli, Toni García), Alberto Frías (Giuseppini, Jesús Castro), Felipe Forastiere (Rubini, Guillermo Rubio), Cielo Ferrández (Amina), Natán Segano (Inocente López), Lara Chaves (Serafina del Encinar). Agrupación de 8 músicos liderada por Miguel Huertas (piano y dirección). Dirección de escena: Susana Gómez.
Dentro del proyecto Zarza (“Zarzuela por y para jóvenes”) del Teatro que lleva el nombre del género, se encuadran estas representaciones de “El dúo de La africana”, una cumbre del repertorio en el que la inspiradísima música de Manuel Fernández Caballero se combina con un genial libreto de Miguel Echegaray, en este caso ofrecido en versión libre de Susana Gómez. Una obra, además, que contiene una de las piezas más emblemáticas del repertorio, el dúo-jota “Comprende lo grave de mi situación... No cantes más La Africana” que han interpretado lo más granado de los cantantes españoles. El que suscribe confiesa que, en principio, recibe con escepticismo el remoquete de la “modernización”, “adaptación al público actual” o para “captar a la juventud” que se aplica al género lírico actualmente y con lo que se pretenden justificar, a veces, los más espantosos dislates. La Zarzuela y la Ópera tienen sus códigos, propios de cada época compositiva, igual que los tienen otras facetas artísticas y hay que conocerlos, comprenderlos y asumirlos. Los que amamos la lírica desde muy jovencitos (y con 47 años uno no proviene de la edad de piedra) sin programa alguno de “captación” de por medio, también fuimos en su día una especie de “bichos raros” entre los chicos de nuestra edad, pero es cierto que, actualmente, con una juventud alelada con la Play station, el Twitter, el facebook y demás redes sociales, a la par que epatada por disparatados y oligofrénicos “youtubers” e “influencers”, parece más alejada que nunca del arte y la cultura. También, cómo no, del mundo lírico. Por si fuera poco, la zarzuela ha de cargar con injustísimos sambenitos, fruto del desconocimiento y la manipulación, que lo asocian con lo retrógado, lo casposo, lo reaccionario… ¡¡¡Un género que se fundamenta en el constumbrismo de la mejor ley y que protagonizan, en esencia, las clases populares!!!. Por todo ello, el Teatro de la Zarzuela se une con especial ahínco a este movimiento general, dentro de la lírica y la música clásica, por intentar atraer como sea a los jóvenes.
Junto a unas funciones escolares, se ofrecían tres abiertas al público en general y, teniendo en cuenta que se enmarca en este proyecto especial y dentro de esos parámetros y particulares circunstancias, cabe calificar positivamente, en su globalidad, el resultado de lo visto sobre el escenario. Se respetan prácticamente todos los números musicales y también la mayoría del libreto, aunque sufre ciertos cambios. La hija del empresario Querubini, aquí llamado Rubini y mucho más joven que en el original, pasa a ser por esa razón su amante. La madre del tenor Giuseppini que irrumpe en el último cuadro de la obra se convierte en su representante artística y se introducen palabras “actuales” en los textos que mucho no aportan, más allá de buscar la complicidad de ese público joven, pero tampoco molestan y hasta invitan a una sonrisa. Desenfado, entusiasmo, rozagante juventud, dinamismo y agilidad destila el espectáculo, indudablemente, por sus cuatro costados, así como todo el elenco participante.
Ciertamente, el grupo de cámara, apenas 8 jóvenes músicos también seleccionados por audiciones, no confiere el relieve que merece la orquestación de Fernández Caballero y algunos de los arreglos se antojan discutibles, pero el sonido pálido y de escasa presencia permite que se escuchen las voces (la mayoría de limitada proyección y más cercanas al mundo del musical), ya que, afortunadamente ,se renuncia a la amplificación, pero también es verdad que, al estar menos arropadas, quedaron más expuestas sus carencias. La función bajo la dirección escénica de Susana Gómez discurrió amena, divertida, con frescura, chispa y descaro juvenil, y es que se permitió -como no podía ser de otra forma- que el libreto original, cuasiperfecto, fluyera fundamentalmente y con escasas alteraciones. Muy buena la idea de convertir la audición de Querubini en una parodia de los distintos programas televisivos, todos del mismo corte, tipo “Operación Triunfo”, “La voz”, “Got talent”, que invaden las parrillas de los diversos canales.
Muy desenvuelta, de radiante presencia escénica la Antonelli de Talía del Val, cantante procedente del musical (Mamma Mia!; Los miserables, entre otros) y que había intervenido en el recinto de la Calle de Jovellanos en “Lady be good” de George Gershwin. Muy verde técnicamente, la emisión escasasamente armada, resultó irregular, pero cuando colocaba un sonido tenía innegable calidad. Más hecho sonó el tenor Alberto Frías como Giuseppini, de timbre poco agraciado, pero emisión más homogenea y consolidada. Junto a un hilarante Mitxel Santamarina hay que que subrayar que desparpajo y soltura no le faltaron tanto a Cielo Ferrández como Amina como a Felipe Forastiere en un Cherubini (aquí Rubini) que mantiene ese desternillante italiano macarrónico del original. El público se divirtió de lo lindo y aplaudió con ganas. Si este espectáculo ha atraído a algún joven a la causa de la zarzuela, fabuloso, si no, no se puede negar que lo visto sobre el escenario tuvo frescura así como entusiasmo contagioso y, en opinión del que suscribe, respetó en líneas generales la genial creación de Manuel Fernández Caballero y Miguel Echegaray.
Foto: Javier del Real
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