Por Natalia Berganza
Granada. 04-VII-2018. Patio de los Arrayanes. 67.º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Obras de Turina, Ravel, Halffter, Sanchez-Verdú y Ginastera. Cuarteto Quiroga.
El Cuarteto Quiroga es una de las formaciones camerísticas más destacadas de nuestro país. Formados inicialmente en la Escuela Reina Sofía de Madrid y después, como cuarteto con grandes maestros de toda Europa, múltiples premios los avalan; han tocado junto a grandes, como Javier Perianes, y tienen el indiscutible honor de ser “el cuarteto residente en el Palacio Real de Madrid”, es decir, son responsables del Cuarteto Palatino, la colección de instrumentos Stradivarius que perteneció a la Corona española y conserva Patrimonio Nacional.
Salieron al Patio de la Alberca (los arrayanes recién cortados) a enfrentarse a cinco compositores (bravos) y quisieron comenzar el concierto con una oración; si bien fue mucho más modernista que torera, la delicadeza con que la interpretaron incidió en el intimismo de ese momento que Turina quería representar de La oración del torero antes de enfrentarse a la fiesta, a la música, a los aficionados. Es una pieza de marcado carácter nacionalista, descriptiva, con algunas influencias francesas que ellos quisieron destacar, así como sus matices más dulces y pianos; si llamáramos al estilo “impresionismo mediterráneo”, diríamos que la obra quedó más impresionista que flamenca, más elegante que garbosa.
El inefable Cuarteto de cuerda de Maurice Ravel es sin duda un tributo evidente a la obra maestra de Debussy, su Cuarteto Op. 10, y también una referencia respetuosa a los grandes compositores franceses del s. XIX. La interpretación del Cuarteto Quiroga fue sorprendente. La dificultad primera de interpretar el Cuarteto de Ravel no es tanto técnica –que también– sino que consiste en saber trasladar en conjunto los ambientes que se recrean desde una escritura para cuarteto completamente nueva para su época y que sigue siendo compleja; una escritura que inauguró Debussy. Un lenguaje modal, con uso de escalas que no pertenecen a la tradición musical, que renuevan el ambiente, pero además tratadas para conseguir sonoridades especiales que excitaban la imaginación de una forma muy novedosa... y aún lo siguen haciendo. Entrando en calor con el sugerente primer movimiento, lleno de colores y aromas, se volvió a producir la magia de las noches en los jardines de España... Las sombras de los arcos se multiplicaban, los colores azulejos se mezclaban entre ellos. El segundo movimiento, con sus pizzicati incisivos y fantasiosos invadió de sonido todas las estancias; el cuarteto estuvo soberbio. Destacaron de una forma consciente siempre el tema que, de una forma u otra, ronda los cuatro movimientos y da unidad a la obra. En el tercer movimiento mantuvieron la tensión y la línea melódica y en el cuarto supieron transmitir muy bien la energía “viva y agitada”.
Se empezaron a perfilar las personalidades musicales de cada uno de los intérpretes; hay que decir que tienen sonoridades muy diferentes. El primer violín, desde el primer momento, destacó por su sonido de solista, brillante; el segundo violín era sólido y consistente, desde el punto de vista rítmico y sonoro, también en cuanto a la afinación; el viola, si es que se puede decir a través del sonido que resultaba el más tímido, sin embargo a medida que avanzó el concierto deslumbró por su sensibilidad melódica; la chelista destacó por su sonido recio y contundente, que a veces lo llenaba todo.
Los Ocho tientos de Rodolfo Halffter es una obra que encaja muy bien en el estilo de las obras de la primera parte del programa, aunque su fecha de composición es más cercana a las obras de la segunda (es de 1973). Su lenguaje no es puramente tonal, pero nunca se aleja completamente de la tonalidad; las disonancias, los duros choques entre notas muy cercanas (cromáticas), mantienen la obra viva, pero siempre dentro del familiar mundo sonoro del espectador. La obra fue compuesta desde el exilio de México y parece que, en la nostalgia del recuerdo, escribe ritmos y melodías populares e incluso infantiles de la antigua patria; muchas de ellas sonaban al este y norte de España. En ellas aparecía un surtido repertorio de recursos sonoros, como sull ponticello, armónicos o pizzicato. El cuarteto estuvo apropiado en todos los movimientos, con las ideas muy claras de qué debía de sonar en cada uno de ellos. Sonando constantemente las referencias adecuadas: Falla, Bartok, hasta A. Machado en “Recuerdo infantil”.
Las matemáticas no sirven para explicar la música, ya lo sabemos. Sentir, oír, percibir se produce dentro de uno. El público se preguntaba después de oír la obra de Sanchez-Verdú “¿Te ha gustado?” “Sí”, “bien, bueno...”, “era tan bonita, tan piano...”. Lo que sentimos, si sentimos algo, lo sentimos muy dentro, pero no podemos justificarlo con una regla matemática. También depende del mundo sonoro que compartamos con el compositor. Pero hay algo seguro: la música se desarrolla en el tiempo, y aunque el tiempo es tan medible como subjetivo, hay que organizarlo, como la propia vida.
El Cuarteto Op. 20, nº 1 de A. Ginastera forma parte del último disco grabado por la agrupación. Es una obra muy animada e interesante; con ritmos populares americanos (tanto del Sur, de Argentina, como del Norte, de EEUU) y un uso de los instrumentos de cuerda, sobre todo del violín, como si de instrumentos en una fiesta de granja se tratara; pero todo un poco difuminado, el sonido, el lenguaje armónico, el obstinato obsesivo de ritmos o sonidos. El lento y bello tercer movimiento encierra una melodía cromática, casi dodecafónica, que va pasando por los distintos timbres y sonoridades instrumentales. Termina con un alegre ritmo de danza.
Lo que más destacó de toda la interpretación fue que el cuarteto conocía exactamente lo que quería hacer como conjunto. Cada intérprete individualmente hizo respetablemente bien su papel, pero dentro del grupo dieron aún más de sí consiguiendo aquello que querían. Quizá en esto estriba la mejor cualidad de la agrupación: que suman mucho más. La música no tiene nada que ver con las matemáticas y es lo que ocurre con el Cuarteto Quiroga, que dos más dos no son cuatro, sino uno.
Nos brindaron para terminar La niña de los cabellos de lino, obra de Debussy, como no podía ser de otra forma, original para piano, pero de belleza que se deja respirar al aire de una noche de verano.
Fotografía: Festival de Granada/José Albornoz.
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