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[C]rítica: El Ballet Nacional de España celebra sus primeros 40 años, en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: María José Ruiz Mayordomo
27 de diciembre de 2018

Limpia, brilla y da esplendor. 40.º aniversario del Ballet Nacional de España

Por María José Ruiz Mayordomo | @Mjoseruizm
Madrid. 22-XII-2018. TEatro de la Zarzuela. 40.º aniversario del Ballet Nacional de España. Coreografías de Antonio Ruiz Soler, Pilar López, Antonio Gades, José Antonio, Juanjo Linares, Alberto Lorca, Victoria Eugenia, Antonio Najarro y Manuel Liñán. Dirección de orquesta: Manuel Coves / Álvaro Albiach. Dirección artística: Antonio Najarro. Intérpretes: Ballet Nacional de España y Orquesta de la Comunidad de Madrid.

   El Ballet Nacional de España es, sin duda alguna, el buque insignia de la Danza Española. Lleno absoluto diario, y agotamiento total de entradas a los pocos días de su estreno, dan fe de la aceptación y acogida por parte del público, que rebasó ampliamente las expectativas mas optimistas.

   Tras la desaparición de las grandes compañías unidas a nombres tan emblemáticos como Antonia Mercé «La Argentina», Encarnación López Júlvez «La Argentinita», Pilar López, Antonio Ruiz Soler «Antonio», Rafael Óscar Martínez «Rafael de Córdoba», el Ballet Español Antología, o Antonio Esteve «Antonio Gades» –que continúa en reducción a través de la fundación que lleva su nombre– supone el último reducto en el que este arte coréutico identitario autóctono, de próxima declaración como manifestación representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, puede ver como toman vida las obras de más difícil y costosa ejecución, para ser contempladas y disfrutadas por el gran público.

   Hemos de recordar y subrayar que la Danza Española supone uno de los cuatro únicos tipos de danza autóctona de tradición milenaria culta que continúan vigentes en el mundo, al tiempo que constituye la única danza europea con estas características.

   Este «Museo del Prado» coreico, dedicado exclusivamente a la salvaguarda y difusión, tanto de la creación como de nuestro lenguaje autóctono de Danza, acaba de cumplir sus primeros 40 años. Estamos pues de enhorabuena ante la mayoría de edad y solera de una institución imprescindible en el panorama cultural español e internacional.

   Porque la Danza Española, embajadora de nuestra cultura milenaria, supone asimismo la difusión de otras artes a ella asociadas como la música, la pintura, la arquitectura y la literatura.

   Para esta celebración, el Ballet Nacional de España ha lucido sus mejores galas, mostrando una selección de casi todos los más emblemáticos creadores del periodo comprendido entre mediados del Siglo XX hasta nuestros días. Desde Pilar López hasta Albretch Nicols van Aerssen Beyeren «Alberto Lorca», pasando por el legendario trío de Antonios formado por Antonio Ruiz Soler “Antonio”, Antonio Gades, y José Antonio Ruiz, y dando cabida a coreautores que crearon para el BNE, como es el caso de Victoria Eugenia (Betty) y de Juanjo Linares.

   Esta pléyade de creadores arropan las dos creaciones de su actual director, Antonio Najarro, que cierran el espectáculo, de las cuales el solo masculino Ícaro –emulando la legendaria obra de Serge Lifar– constituye estreno absoluto.

   Han quedado fuera de esta selección dos figuras emblemáticas de la Danza Española: Teodora Guillermina Martínez Cabrejas “Mariemma” y José Greller Freisel “José Granero” autores de (entre otras obras) Danza y Tronío, y Medea.

   El programa diseñado para esta ocasión por Antonio Najarro, ofrece un recorrido por los distintos enfoque escénicos de la Danza Española. Las formas dialectales folklórica y flamenca se encuentran representadas junto con la más extensa en el tiempo denominada «Baile Bolero», y la de más moderna eclosión estilada y destilada a partir de las formas dialectales y sustentada en composiciones musicales cultas en un abanico atractivamente variado, en el que resaltan los nombres de Pablo Sarasate, Isaac Albéniz, Enrique Granados, Ernesto Hálfter, Joaquín Rodrigo, Antón García Abril, José Nieto, o los más actuales Eliseo Parra, Juan José Colomer y David Peña Dorantes «Dorantes».

   La realización e interpretación musical ha supuesto un ejercicio de apuesta por la variedad sonora. Desde la faceta orquestal proporcionada por la Orquesta de la Comunidad de Madrid bajo la batuta de Álvaro Albiach, hasta el típico acorde flamenco perfectamente adornado por las voces de María Mezcle y Saray Muñoz junto con Rafael de Utrera, y Sergio di Finizio al bajo, pasando por el virtuosismo camerístico en el violín de Albert Skuratov acompañado por la pianista Coni Lechner, la sonora guitarra de José María Gallardo Rey o la textura popular y tradicional de los instrumentos autóctonos con la privilegiada voz de Eliseo Parra, que dotó de una dimensión extraordinaria a su composición musical para la obra Romance, a través de los instrumentos de percusión y viento, en colaboración con intérpretes tradicionales y uno de los músicos más prestigiosos en el panorama actual: Xavi Lozano.

   El vestuario, signo de representación para los personajes escénicos que mediante él expresan y se mueven de modo determinado asumiendo personajes sea concretos o abstractos, conforma parte esencial de la obra en el aspecto visual. Los diseñadores del vestuario que hemos podido gozar, forman el compendio histórico de los principales artistas que trabajaron en estrecha colaboración con las cardinales figuras en la creación coréutica. Desde el legendario Victor María Cortezo (Concierto de Aranjuez) hasta Pedro Moreno (Fuenteovejuna) pasando por Vicente Viudes (Puerta de Tierra) o Nicolas Vaudelet (Sorolla), entre otros.

   La arquitectura teatral efímera, que conforma la esencia de la escenografía y se encuentra profundamente ligada al vestuario, está presente en esta celebración de la mano de dos figuras legendarias como son los ya mencionados Victor María Cortezo (también autor de la escenografía para el Concierto de Aranjuez), y Vicente Viudes, denominado «el Arcimboldo español» (asimismo autor de la escenografía para Puerta de Tierra), que enmarcan y apadrinan de modo metafórico el trabajo creador de los más recientes colaboradores del Ballet Nacional de España como es el caso de Vicent Lemaire (Sorolla).

   La iluminación, elemento indispensable en la escena operística, teatral y coréutica, ha tenido asimismo a sus mejores representantes: desde Juan Gómez Cornejo, Freddy Guerlache o Ginés Caballero hasta el mismísimo Antonio Gades.

   En el apartado coréutico, un auténtico equipo de transmisores artísticos de lujo encabezados por Juan Mata, primer bailarín durante un cuarto de siglo, transmisor artístico, y responsable en su día de la puesta en pie de El Sombrero de Tres Picos para la inauguración del Teatro Real, junto con Maribel Gallardo como maestra repetidora y Cristina Visús, ha permitido construir una línea de interpretación que enlaza directamente con los creadores primigenios, sin perder ésa flexibilidad que proporciona actualidad y frescura a las obras más lejanas en el tiempo.

   Los coreautores representados a través de una cuidadosa selección de obras, suponen la galería de retratos a completar en el tiempo con aquellos ausentes.

   La Danza Española, arte autóctono inasible y poliédrico, adolece de fuentes coreográficas. El BNE, al contrario que las más emblemáticas compañías europeas, carece de un equipo de notación y archivo para la salvaguarda del texto coreográfico, por lo que la transmisión artística es forzosamente ágrafa, apoyada por los testimonios puntuales de interpretación registrados en forma de soporte audiovisual. Por ello, la supervivencia del repertorio queda a merced de la disponibilidad de los intérpretes que devienen transmisores artísticos. Ello ha supuesto la pérdida de una importantísima parte del patrimonio generado desde hace siglos.

   Con la aparición de la imagen grabada, ha sido posible reinterpretar, a partir de la interpretación registrada, una mínima parte, que por el momento queda fuera de las espectativas escénicas debido a la precariedad prespuestaria.

   Dicho esto, queda explicada la causa de que el repertorio abordado tenga como segunda obra «decana» el Concierto de Aranjuez, creación de Pilar López sobre la música de Joaquín Rodrigo, cuyo estreno tuvo lugar en Buenos Aires durante la segunda mitad del pasado siglo, y más exactamente en el año 1952.

   En su segundo movimiento, Adagio, nos encontramos ante un auténtico Tableau vivant, cuadro coreomusical situado imaginariamente en los jardines de Aranjuez durante el anochecer. La exaltación de lo femenino y su relación sensual de equilibrio compositivo entre solos y conjunto, así como la complicidad entre los intérpretes conforma su característica esencial. Según testimonio de la propia coreautora «en los maravillosos jardines de Aranjuez, cuatro galanes se ven atraídos por la noche simbolizada por una mujer; la noche desaparece, saliendo cuatro doncellas sin poderlos conquistar. Ellos marchan en busca de la noche».

   La polisemia escénica otorgada a la mantilla española junto con la excelsa musicalidad de las castañuelas en línea melódica solista dentro del conjunto orquestal, conforma un aspecto compositivo coreomusical que modifica y enriquece la obra sonora primigenia, pues con esta yuxtaposición goza de la transmutación hacia la polidimensionalidad incorporando la corporeidad de los bailarines y los elementos escénicos.

   Antes de ella tomando como referencia la fecha de estreno, el Zapateado de Sarasate, obra de Antonio Ruiz Soler «Antonio» sobre la música del violinista navarro Pablo Sarasate, ofrece el penúltimo último resultado en la tradición española culta, de percusión musical, a través de los diferentes sonidos y ritmos que es posible generar por  la percusión (golpe) o el arrastre (escobilleo) del calzado en el suelo, que arranca en el Canario del siglo XVI. Estrenada en 1946 en México, este zapateado fue incorporado al repertorio del BNE en 1981.

   El trío formado por bailarín, violinista y pianista va más allá de la composición original, ya que al incorporar movimiento ejecutado por el cuerpo humano, la velocidad, articulación y acentuación quedan mediatizadas por aspectos físicos ineludibles. En lo que a la danza se refiere, a partir de los denominados grupos del zapateado, paseos, y ornamentaciones que incluyen las zapatetas finales obligadas en los zapateados clásicos de Estampío y Monreal, de necesario conocimiento por el gremio de bailarines dentro del repertorio paradigmático denominado «de escuela».

   A partir de estos ingredientes, Antonio Ruiz Soler «Antonio» creó una de las piezas que han alcanzado fama universal, en el que despliega todas las posibilidades coreomusicales que como intérprete posee, para llevar hasta lo sublime la principal característica de ese Canario original: percutir el suelo siempre con arte. Francisco Velasco ha ofrecido una interpretación memorable, plena de matices artísticos a partir de una técnica impecable, en perfecta conexión con Albert Skuratov al violín y Coni Lecher al piano.

   La siguiente obra, por orden cronológico de creación, es la Eritaña, sobre música de Isaac Albéniz, estrenada en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, año 1960.

   En ella, Antonio Ruiz Soler «Antonio», formado en la escuela andaluza del Baile Bolero, variante sevillana, deconstruye –paralelamente a la música– el género coréutico denominado Seguidillas sevillanas o simplemente Sevillanas en un maravilloso despliegue de toda la sintaxis y  prosodia boleras en las que destaca el virtuosismo del pequeño salto con batería, heredero directo de la tradición española ya documentada a través de nuestras fuentes coreográficas durante el Siglo de Oro, y que constituyera desde entonces una de las señales de identidad para nuestra danza escénica junto con el virtuosismo en las castañuelas, instrumento ancestral determinante para todo lo relativo a la españolidad en el baile dentro y fuera del territorio ibérico.

   El baile bolero, aéreo y sensual al mismo tiempo, supone la piedra de toque, un auténtico tour de force para cualquier intérprete español, elevando a la categoría de estrella a quienes alcanzan la perfección técnica junto con la musicalidad, la estética y la expresión propia e inconfundible del estilo específico que lo caracteriza.

   En esta obra, Antonio muestra todo el virtuosismo de que es capaz el cuerpo humano, renunciando a la dramaturgia para gozar del baile por el baile, de la simetría en la forma, de la geometría espacial y de los desplazamientos a través de la exhibición de todo un variadísimo y rico vocabulario combinado con magistral talento. Extraordinaria obra para la apertura del espectáculo, ya que significa toda una declaración de intenciones sobre las líneas de calidad y excelencia que deben regir la trayectoria de nuestra primera y más representativa compañía de Danza Española. Los intérpretes respondieron con creces a este requerimiento mostrando todas las virtudes que han de adornar esta apertura, perfectamente apoyados por la ORCAM bajo la dirección de Álvaro Albiac. El camino conjunto recorrido por las dos instituciones representa la seguridad de un soporte musical ajustado a las necesidades coréuticas, y la garantía de resultados que colman las más exigentes expectativas.

   Como contrapunto, estrenado en el mismo año y lugar, con idéntico lenguaje coréutico, con soporte musical también de Isaac Albéniz, pero con intenciones y carácter diametralmente opuesto, encontramos Puerta de Tierra, una obra para dúo en el que la relación visual y espacial entre los dos componentes supone una constante que conforma parte del motivo a desarrollar. Esta vez la deconstrucción queda efectuada sobre el género que da nombre al tipo de baile: el Bolero. Desde la aparición de este género en la escena culta dieciochesca, y más concretamente dentro de la tonadilla escénica como campo de experimentación, el coreautor efectúa una deconstrucción discursiva que camina -o mejor dicho, vuela- catapultada por el impulso sonoro que proporciona la música de Albéniz, muy alejada de la estructura formal recurrente de partida. Es ésta la obra probablemente más interpretada  dentro y fuera del Ballet Nacional de España. Hemos de recordar las interpretaciones de José Antonio y Luisa Aranda, Juan Mata y Cristina Hernando, Sergio García y Cristina Gómez, predecesora de la interpretación de Eduardo Martínez y Miriam Mendoza o Sergio Bernal y Débora Martínez que hemos podido disfrutar en esta ocasión.

   Para comenzar la segunda parte del espectáculo, Antonio Najarro ha seleccionado una de las obras más representadas dentro del BNE: Ritmos. Estrenada en 1984, durante la dirección de María de Ávila con subdirección de Ricardo Cue, constituyó junto a Medea (José Granero/Manolo Sanlucar) y Danza y Tronío (Teodora Guillermina Martínez Cabrejas «Mariemma»/Luigi Bocherini), constituyó todo un hito en la historia tanto del Ballet Nacional de España como de la Danza Española en General. Por primera vez la danza puramente abstracta irrumpía en la institución, entonces liderada por María de Ávila, mito viviente en el universo de la Danza.

   Alberto Lorca, su coreautor, volcó en ella toda la sabiduría, el talento y el genio que poseía a raudales. Obra basada en los ritmos del zapateado y las castañuelas, con estética visual balanchiniana a través del vestuario diseñado por Pin Morales y Román Arango, y sustentada por la heterodoxa la música de José Nieto, este homenaje a la figura de «La Argentinita», cuya obra coréutica se ha perdido con excepción de las pocas filmaciones de que disponemos, mantiene toda su capacidad de asombro para el espectador actual. Que ve y escucha los elementos propios de la Danza Española envueltos en sonoridades y haces de luz nada habituales. La perfecta sincronización que esta obra exige quedó ampliamente demostrada por un cuerpo de baile perfectamente ajustado y una orquesta en total complicidad.

   Los solos femeninos han quedado representados por la Danza IX, estrenada durante 1985 en el madrileño Teatro de la Zarzuela por Maribel Gallardo, creación coréutica de Victoria Eugenia (Betty) sobre la obra el mismo nombre compuesta por Enrique Granados y orquestada por Ernesto Hálfter. Sobre dicha música ya construyeron obras para solista Encarnación López Júlvez «La Argentinita», Teodora Guillermina Martínez Cabrejas «Mariemma», Antonio Ruiz Soler «Antonio», y la propia Victoria Eugenia, si bien esta última lo hizo como pieza colectiva.

   En esta ocasión, Victoria Eugenia crea esta pieza para Maribel Gallardo, alumna suya y en el momento de su estreno bailarina solista en el Ballet Nacional de España. En esta ocasión, y transmitida por la propia Maribel, se hacen cargo de una delicada así como sutilmente sofisticada y sensual interpretación as cargo de Inmaculada Sánchez o Aloña Alonso indistintamente, quienes, además ofrecen un auténtico despliegue virtuoso con las castañuelas.

   Fuenteovejuna, basada en la obra homónima de Lope de Vega, creada por Antonio Gades y estrenada en 1994 en Génova, supone el trabajo en equipo de Juanjo Linares y el propio Gades, para modelar y moldear en simbiosis las formas dialectales folklórica y flamenca apoyadas en un soporte musical variado de autoría múltiple bien española como es el caso de Antón García Abril, Faustino Núñez o Antonio Solera sabiamente combinada con el impulso sonoro de Modest Mussorgsky.

   La escena de las lavanderas, diametralmente opuesta a la el mismo título de La Gatta Cenerentola de Roberto di Simone, (Nápoles, Teatro San Carlo, 1976) anuncia –al igual que ella– la tragedia femenina en clave de danza tradicional, apoyada por la voz de los propios bailarines junto con el apoyo de percusiones tradicionales.

   Fue incorporada al repertorio del BNE en el año 2001, y en esta ocasión la Fundación Antonio Gades ha cedido los derechos de representación.

   La escena, que comienza siendo femenina representando el repertorio tradicional de cantos de trabajo, continúa con la inserción dramática en la aparición del comendador en la que el coreodrama –género iniciado a finales del siglo XVIII por Salvatore Viganò– hace acto de presencia en los diálogos corpóreos de Laurencia con el propio comendador, y con su amante, Frondoso. La lucha entre ambos, que ya tuviera un antecedente aunque de distinta factura en Bodas de Sangre, da final al fragmento seleccionado.

   En 1996, durante la dirección tripartita de Aurora Pons, Victoria Eugenia y Nana Lorca, tiene lugar el estreno de Romance, obra expresamente encargada para el BNE, creación coréutica de Juanjo Linares, junto Pedro Azorín para la parte de Aragón, y composición musical de Eliseo Parra, obra que cierra la primera parte del espectáculo.

   En ella, el motivo dramático guiado por el romance tradicional La Boda Estorbada –utilizado como tema recurrente– la protagonista va peregrinando por diferentes comunidades geoculturales españolas en busca de su esposo. A partir de este hilo conductor, Eliseo Parra, que ya formara parte del equipo recopilador del Romancero Panhispánico, construye un imaginario viaje por las formas coreomusicales representativas de Cataluña, Valencia, La Mancha, Salamanca, Galicia y Aragón. Sobre este soporte musical, Juanjo Linares construyó las diferentes escenas utilizando fórmulas dialectales coréuticas correspondientes a cada una de ellas.

   Para este aniversario, el BNE ofrece el octavo número denominado Vaqueiriño (muiñeira) basado coreomusicalmente en la más aérea y energética tradición galaica que Juanjo Linares conocía en profundidad, por tratarse de su tierra de origen. Experto en el tratamiento de figuras geométricas colectivas con vistosas transiciones, y profundo conocedor del vocabulario y sintaxis gramatical que sustenta el género de la muiñeira (molinera), así como de la adecuada prosodia para cada conjunto de frases coreicas, el resultado compositivo e interpretativo responde a todo lo esperable para un Ballet Nacional de España. La música de Eliseo Parra, que a modo de preludio interpretó acompañado de la sartén percutida con cuchara y dedales para el canto al tiempo que mostró como complemento su formación coreográfica, interpretada por la ORCAM junto con conjunto de pandereteiras, voces, y la colaboración de Xavi Lozano en el arpa e boca y gaita de fuelle fuera de la caja escénica, resultó impactante.

   La estilación escénica del baile por soleares queda representada por la obra La Leyenda (Soleá) de José Antonio Ruiz «José Antonio», estrenada en 2002 en Sevilla e incorporada al repertorio del BNE en 2005.

   La deconstrucción coreica a partir de la forma original que ya el compositor y guitarrista velezano residente en Paris, Julian Arcas, en complicidad con José Otero gestaran a principios del siglo XX y que más tarde sería adoptada como palo flamenco, aporta el contrapunto comparativo, desde el movimiento horizontal que representa la energía telúrica masculina que realizan tres bailarines transmutados momentáneamente en bailaores por el vestuario y el impulso sonoro que proporcionan la guitarra, la percusión (cajón flamenco) y la voz femenina de Saray Muñoz.

   Cierra el espectáculo un fragmento del ballet Sorolla, concretamente la escena denominada El Baile. Obra estrenada en el año 2013 por el BNE en las Naves del Español, Matadero de Madrid. En esta obra –de forma similar a Romance– un tema, esta vez pictórico, sirve de hilo conductor por el folklore estilado desde diferentes puntos de vista, en concomitancia con el baile flamenco, también estilado a partir de la estética generada por el pintor Joaquín Sorolla a través de su colección «Visión de España», en la que, dejando a un lado la colección de fotografías y modelos originales en que se basó el pintor, Nicolas Vaudelet prescinde de las texturas, tejidos, orfebrería y volúmenes originales para desarrollar una escenografía corporal textil pictórica proto-expresionista en el vestir los cuerpos de los bailarines para conseguir nuevos efectos a través de la superposición de trazos de pincel grueso y colores modificados que se funden con  una escenografía en constante transmutación diseñada por Vincent Lemaire.

   De entre los diversos apartados, producto del trabajo de diferentes coreautores, Antonio Najarro ha escogido el quizás más acorde al estilo más característico del del pintor: El baile.

   Con una base musical que recuerda las bandas sonoras originales y al trabajo compositivo de Augusto Algueró, la composición musical ofrece pinceladas musicales sobre dos piezas emblemáticas en el repertorio español versionado por los artistas flamencos de la época: la Petenera y El Vito, para acabar con la apoteosis propia de los espectáculos musicales.

   Basado en formas descendientes de diferentes palos flamencos, la estética impresionista de la danza queda en la retina del espectador a través del colorido y del vuelo de los flecos, Najarro junto con Manuel Liñan, estructuran un final espectacular, con movimientos en cascada y un muy eficaz uso de las sillas de enea que tan bien caracterizan el ambiente de un café cantante en los tiempos de Sorolla. La bailaora Esther Jurado muestra su capacidad para «bailar por derecho», usando la terminología flamenca, y el cuerpo de baile unido a los bailarines solistas, primeros bailarines y bailarines principales proporcionan ese brillante final de fiesta que forma parte del protocolo.

   Como calma que precede al apoteósico final, un estreno absoluto: Ícaro. Basado en la temática del personaje mitológico que ya sirviera a Serge Lifar para elaborar su particular manifiesto sobre la renovación en la danza escénica a principios del siglo pasado.

   La extraordinaria composición musical e interpretación de Dorantes sirve de base para una composición coréutica exquisita, total y absolutamente española en su fondo y en su forma, magníficamente interpretada por Sergio Bernal. El vestuario –autoría de Yaiza Pinillos– desafortunadamente, no acompaña la identificación del personaje mitológico de las alas fabricadas uniendo con cera las plumas de un ave, ya que las mangas «murciélago», supusieron la desvertebración del movimiento y la  metáforaque podrían haber dado razón de ser al título de la pieza. Tampoco el color gris lunar y el diseño, que restponde a cualquier personaje romántico masculino, facilita la identifiación del héroe griego que osa acercarse al sol. Queda en nuestro recuerdo mítica la imagen de Serge Lifar y en nuestra imaginación lo que podría haber sido. De uno u otro modo, enhorabuena a Najarro y a Bernal por regalarnos esta experiencia estética.

   En resumen, un espectáculo que hizo cortas sus 2 horas y media de duración, que ha sobrepasado con creces la capacidad de exhibición del Teatro de la Zarzuela, y que debiera de ser contemplado con temporada propia en el Teatro Real, Gran Teatro del Liceu, Teatro de la Maestranza, Auditorio de Valencia, y demás espacios escénicos de gran calado nacional. La ocasión y los resultados artísticos lo merecen.

Fotografías: Ballet Nacional de España.

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