Por Roberto Relova | @RobertoRelova
Berlin. 26-VIII-2018. Deutsche Oper Berlin. Die Zauberflöte, ópera en dos actos con música de Wolfgang Amadeus Mozart y libreto de Emanuel Schikaneder. Sarastro: Ante Jerkunica; Tamino: Matthew Newlin; Orador: Seth Carico; Primer Sacerdote: Stephen Bronk; Segundo Sacerdote: Gideon Poppe; Reina de la Noche: Daniela Cappiello; Pamina: Kim-Lillian Strebel. Primera Dama: Flurina Stucki; Segunda Dama: Irene Roberts; Tercera Dama: Ronnita Miller; Papagena: Alexandra Hutton; Papageno: Philipp Jekal; Monostatos: Burkhard Ulrich; Primer hombre armado:Ya-Chung Huang ;Segundo hombre armado: Byung Gil Kim; Tres muchachos: Solistas de Tölzer Sängerknaben; Coro Deutschen Oper Berlin; Orquesta Deutschen Oper Berlin. Director de escena: Günter Krämer. Escenografía y vestuario: Andreas Reinhardt. Director coro: Thomas Richter. Director orquesta: Nikolas Maximilian Nägele.
En la lectura de Günter Krämer todo permanece como en el cuento de La flauta mágica. Y todo está muy claro: las fuerzas de la oscuridad y la luz, el color blanco y el color negro protagonizan la división entre lo bueno y lo malo. No hay dudas, pero sí muchas preguntas que sólo la partitura de Mozart es capaz de resolver. Las incógnitas siguen materializándose a pesar de ser una de las puestas en escenas que más aman los berlineses.
Krämer apuesta por la aparente sencillez, al igual que la propia música, pero en una atenta observación acabas por verte sumergido en una batalla moral ambigua en la que triunfan los continuos guiños a la pintura, a la comedia, al cine. Su escena es perturbadora, veraz y muy muy hermosa.
Fueron muchos los atractivos de esta representación del singspiel más conocido de Mozart, y entre ellos, la gran protagonista, en mi opinión, fue la interpretación de Kim-Lillian Strebel. La soprano ejerció con su poderosa técnica una fiel idealización de una Pamina que pugna entre el equilibrio, la razón y la pasión. Su volumen es amplio, brillante, ausencia de vibrato gratuito y domina la zona aguda embelleciendo con líricos pianisimi. Su esmerada dicción se centra en el propio poder de la partitura, de la que parece estar enamorada. Se adueña de todos los sentimientos y procura conmover a partir de una técnica que le permite potenciar todas las posibilidades de su voz. Colorea emotivamente y no hay frase en la que no se pueda justificar el valor expresivo. Sin duda Kim-Lillian Strebel es una gran cantante, joven y gran profesional. Para no perdérsela, su instrumento musical posee todos los ingredientes de un viaje en primera clase.
Matthew Newlin moldea a la perfección el rol de Pamino a través de fortaleza y nobleza, es exquisito en los matices construyendo eficazmente una visión mozartiana creíble. Amplia la belleza de las frases con un estudiado arco sonoro, en definitiva, alcanza con precisión y firmeza los pasajes más comprometidos de la partitura. Conmueve y emociona, bellísima voz. Sus dúos con Kim-Lillian Strebel ofrecieron la versión más delicada del significado de un tenor mozartiano: viril y poético.
La Reina de la Noche encontró en Daniela Cappiello corrección y riesgo para afrontar una primera aria más débil a favor de la segunda, excelentemente cantada con todas las notas de su coloratura, faltó un ataque más incisivo. Como Sarastro, Ante Jerkunica demostró toda la profundidad moral de su personaje y la tesitura de su instrumento de bajo. Impresionante su habilidad para mantener toda las frases y legatos sin trucos ni vibratos, me pareció una voz franca, noble y con grandes dotes actorales. Otro gran cantante y con resultados actorales extraordinarios fue Philipp Jekal en su magnífica versión de Papageno. Enloqueció al público desde el primer minuto y conquistó a su Papagena, la espectacular Alexandra Hutton, en sus dúos y escenas de manera magistral. Ojo con Hutton su carrera es muy interesante al igual que su voz, expresiva, bien proyectada y muy rica en matices.
La tres damas de la noche fueron absolutamente geniales, me gustó muchísimo Ronnita Miller y como siempre los tres niños cantores se llevaron las ovaciones más escandalosas de la noche, junto con la maravillosa e inolvidable Pamina de Kim-Lillian Strebel. En general, el reparto funcionó como un equipo cohesionado.
La orquesta de la Deutschen Oper Berlin obtuvo un gran sonido bajo la dirección del jovencísimo Nikolas Maximilian Nägele, en algún momento no me gustaron demasiado los tempi ni los equilibrios de los planos sonoros, pero en ciertos pasajes, de carácter más intimista, me asombró por su capacidad de comunicador elevando las grandes frases mozartianas. En todo caso logró convertir esta representación en una gran lección de hermoso sonido y mucho, mucho trabajo. El coro protagonizó momentos muy emotivos.
El público se volcó con todo el elenco, figurantes, cantantes y orquesta. Se vivió una noche muy emocionante y con mucha juventud a ambos lados del auditorio, en las butacas llamaba la atención la gran pasión de muchos jóvenes volcados en un espectáculo en el que en la escena predominaban grandes intérpretes también muy jóvenes, al igual que el director de orquesta, los músicos, etc. Me convencí definitivamente que la cultura, la buena cultura es siempre joven, sin etiquetas. Noche maravillosa en un Berlín amable, precioso y siempre jovial.
Fotografía: Bettina Stöß.
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