Por Giuliana Dal Piaz
Toronto, 10-II-2018. Four Seasons Centre for the Performing Arts. Canadian Opera Company. Die Entführung aus dem Serail, singspiel en tres actos de Wolfgang Amadeus Mozart. Libreto original de C.F. Bretzner adaptado por Gottlieb Stephanie. Orquesta y Coro [Sandra Horst] de Canadian Opera Company. Dirección musical: Johannes Debus. Puesta en escena y diálogos añadidos: Wajidi Mouawad. Escenografía: Emmanuel Clolus. Vestuario: Emmanuelle Thomas. Luces: Eric Champoux. Belmonte – Mauro Peter, tenor, Blonde – Claire de Sévigné, soprano, Konstanze – Jane Archibald, soprano, Osmín – Goran Juric, bajo, Pedrillo – Owen McCausland, tenor, Pashá Selim/Padre de Belmonte – Raphael Weinstock, actor.
En Norteamérica la ópera lírica se está encaminando por una vía muy peligrosa: ignorando totalmente las características históricas y cualitativas del género musical que manosean, los directores se están tomando unas libertades excesivas. Personalmente, prefiero por lo general la puesta en escena tradicional; sin embargo, ante una dirección teatral de mucha calidad, me resulta también aceptable una alteración de la época histórica. Lo que en cambio no puedo aceptar, y nunca se había visto hasta ahora, es que un director se tome la libertad de alterar el libreto, añadiéndole una gran cantidad de recitativos y desvirtuando el carácter mismo de la obra.
Es lo que ha ocurrido con El rapto en el serrallo de Mozart: en la coproducción (2016) entre la Canadian Opera Company y la Opéra de Lyon, que la C.O.C. presenta ahora en Toronto. La obra se vuelve un aburrido musical ético-didáctico, haciendo totalmente a un lado el hecho que se tratara de un 'Singspiel', o sea de una opereta cómica de contenido fantástico: así la define la Enciclopedia Treccani añadiendo que en ella, según la indicación de Goethe, que escribió varios libretos de Singspiel, 'la parte de diálogo [fuera] ágil, sobria, graciosa'.
Considerando por lo visto que la fábula original podía parecer 'racista e islamofóbica' al público de hoy, el director y autor de los diálogos añadidos, Wajdi Mouawad, canadiense de origen libanés, ha sentido la necesidad de reequilibrar el jucio hacia la cultura turco-musulmana retratada en una obra del siglo XVIII. Por lo tanto, hace empezar el espectáculo con lo que imagina haya podido ocurrir 'después': en casa Lostados, el padre de Belmonte ofrece una fiesta para celebrar el regreso de su hijo y de la nuera Konstanze. El que fuera el libreto original de la obra de Mozart se transforma en el relato que los protagonistas hacen de su aventura en Turquía, mientras que los “momentos” musicales se vuelven prácticamente intermedios entre los diálogos de recitativo seco.
Escuchamos así a Konstanze abogar en favor de la libertad femenina en el mundo cristiano, así como lo había hecho ante el Pashá; vemos que ella y Blonde rehusan mofarse de los 'bárbaros' que las habían hecho esclavas pero que no han sido crueles con ella, es más, las han amadas profundamente; finalmente aprendemos que Pedrillo se ha hecho cargo de Blonde como esposa, a pesar de que ella haya sido amante, no del todo renuente, de Osmín y hasta esté embarazada de él. Oímos a Pashá Selim afirmar que su odio hacia ese Lostados gobernador de la plaza de Orán y padre de Belmonte surge del hecho que le ha arrancado la mujer amada, una dama española de ojos azules, con la que sucesivamente Lostados se ha casado y ha sido la madre de Belmonte. Oímos al Pashá otorgar la gracias a los cuatro presos y consolar al enfurecido Osmín diciéndole que 'un día llegará a estas tierras una criatura que volverá a tí' –como ya lo había insinuado una escena en la que Osmín juega entre las flores con una niñita rubia vestida de blanco–.
La segunda parte del espectáculo se abre, con paz sea dicho de Mozart, con el canto de la plegaria entonada por el muezín, y en medio de los orantes, vemos también a Pedrillo y a Blonde: obligados a convertirse al Islam, rezan con los demás cinco veces al día.
La alteración del libreto me pareció insultante también para el público, independientemente de que éste se apasione o no por la ópera: casi todas las esplicaciones añadidas por el director, en realidad ya se encuentran en embrión en el libreto original, perfectamente reflejadas en la maravillosa música de Mozart. Está claro que Konstanze tiene un aprecio especial para el Pasha y que éste la ama, de otras maneras la hubiera simplemente forzado a tener relaciones con él. Está claro que, a pesar de las protestas de Blonde acerca de su independencia como mujer inglesa, entre Osmín y ella existen tanto la relación física como un cariño especial de parte de Osmín. En sus palabras finales a Konstanze, el Pashá formula el deseo de que ella 'no se arrepienta nunca de haber rechazado su corazón', un indicio de la mentalidad limitada de Belmonte y de la sociedad española del tiempo... Haber pensado que fuera necesario expresar todo esto de manera explícita, significa no considerar al público capaz de imaginarlo por sí mismo, además de eliminar por completo ¡el espíritu ligero y sonriente del Singspiel vienés!
La orquesta, dirirgida por Johannes Debus, y el coro dirigido por Sandra Horst son, como siempre, impecables.
La orquestación es algo penalizada por las largas pausas impuestas por tanto recitativo seco, mientras que el coro, bajo esas bendas que cancelan la identidad y en esos atuendos escuálidos, se parecen más a los presos de un lager que a los miembros de una corte oriental. Inapropiado el vestido de Belmonte, ya que a finales del siglo XVIII ese tipo de vestuario estaba reservado para los eventos en la Corte, pero no era seguramente el que un viajero usaría en un viaje a Turquía. Es extraña también la idea de vestir a los tres personajes turcos con una especie de hábito monacal gris y presentarlos siempre de pies desnudos.
Las escenas tienen, por lo contrario, cierta tétrica belleza –otra vez: nada que ver con el Singspiel, pero la escenografía corresponde a la atmósfera requerida por el director– con dos enormes paralelepípedos grises, que son desplazados manualmente por el escenario para simular cercos y paredes, y que se van cerrando simbólicamente sobre mujeres y niñas hasta aplastarlas. Detrás de estos elementos, una gigantesca esfera gris en suspensión muestra su significado sólo al final del espectáculo, abriéndose para revelar el harén y la prisión en la que están encerrados los protagonistas.
El cast me pareció por lo general bueno, desde el punto de vista vocal y teatral. Destacan en particular el talentoso bajo croata Goran Juric (Osmín) y el apreciable tenor canadiese Owen McCausland (Pedrillo). Apropiados el tenor suizo Mauro Peter (Belmonte) y la soprano canadiense Claire de Sévigné (Blonde). La soprano Jane Archibald hace todo lo posible para interpretar bien el difícil papel de Konstanze pero a su voz le faltan fuerza y coloratura adecuadas y por momentos su agudo degenera en chillido.
Fotografía: Michael Cooper.
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