Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
Nueva York. Metropolitan Opera House. 31-III-2018. Così fan tutte (Wolfgang Amadeus Mozart). Ben Bliss (Ferrando), Adam Plachetka (Guglielmo), Christopher Maltman (Don Alfonso), Amanda Majeski (Fiordiligi), Serena Malfi (Dorabella), Kelli O’Hara (Despina). Metropolitan Opera Orchestra. Dirección escénica: Phelim McDermott. Dirección musical: David Robertson.
La Metropolitan Opera está atravesando una temporada que podríamos calificar benévolamente como de transición. La primera mitad se caracterizó en general por una sensación de rutina. Sin duda, la excelencia de su orquesta y coro suponían una garantía y alguna producción (Hänsel und Gretel) alcanzaba un nivel general de notable u ofrecía algún elemento de interés (Roberto Alagna en el programa doble Cavalleria rusticana/Pagliacci). Pero llegamos al ecuador de la temporada sin poder haber vivido ninguna función realmente memorable, solo la tónica habitual de los títulos más manidos con repartos con alguna estrella (o pretendida estrella), pero lejos de ser redondos. El estreno estadounidense de The Exterminating Angel de Adès suposo al menos un soplo fresco, pero incluso esta era una apuesta bastante segura, al haberse montado ya con éxito en Europa. Más allá del nivel artístico general, se percibía una falta de dirección que se convirtió en verdadera inestabilidad con la explosión del escándalo de abusos alrededor de James Levine y la fulminante caída en desgracia del veterano director. Sus últimas funciones, irónicamente dedicadas al Requiem verdiano, fueron por cierto especialmente anodinas.
Frente a este panorama poco ilusionante, el mes de febrero trajo consigo el cambio a una nueva dinámica en la que seguimos inmersos. En efecto, el anuncio de que Yannick Nézet-Séguin va a asumir la dirección musical antes de lo previsto (la próxima temporada), unido a su vibrante dirección de Parsifal en una magnífica serie de funciones, dio alas al optimismo. Pero este gran Parsifal rotó con un Trovatore francamente pobre (con el único destello positivo de la Azucena de Anita Rachvelishvili). Y esta tónica de alternar una de cal y otra de arena se está manteniendo hasta ahora, cuando entramos en la recta final de la temporada.
De este modo llegamos a las funciones que nos ocupan, de Così fan tutte. Se trata de una de las cinco nuevas producciones que presenta el Met este año y, como tal, el grado de expectación (y de exigencia) era relativamente elevado. Por desgracia, las expectativas se han visto defraudadas por un reparto que no es capaz de responder a las tremendas exigencias de la partitura mozartiana y por una producción que en muchas ocasiones opera como una distracción, más que como una ayuda y sostén para el drama.
A la hora de montar una obra como Così fan tutte, es posible tratarla como una simple comedia de enredos (navegando como se pueda el más amargo segundo acto) o intentar escarbar algo más en el drama y en las posibilidades de su ambigua moraleja. La segunda opción es más arriesgada, pues se puede caer en la negatividad y la misantropía, pero también puede ofrecer mayores satisfacciones. En este caso la producción, firmada por Phelim McDermott, no parece buscar mayores profundidades y se contenta con ofrecer comedia y espectáculo. La acción se traslada hacia finales de los años 50, en un parque de atracciones o feria que recuerda a la neoyorquina Coney Island. Las dos parejas de amantes se alojan en un motel (del que Despina es limpiadora) mientras que Ferrando y Guglielmo (inicialmente formales y uniformados oficiales navales) se transforman en un par de feriantes barriobajeros.
El concepto no es malo, la época elegida podría presentar a Despina en el contexto de la liberación sexual y la ambientación permite ofrecer una escenografía colorida y atractiva (de Tom Pye). El potencial cómico de la feria se explota bastante bien: por ejemplo cuando Despina aparece disfrazada del Dr. Magnetico, este es una de las atracciones y aparece como un científico loco con su máquina milagrosa. En este punto y en general, el vestuario diseñado por Laura Hopkins evoca bien la época en los personajes principales (normalmente vestidos) y se divierte con los secundarios (la encarnación de Despina como notario estará ataviada con un traje de vaquero verde brillante). Por desgracia, McDermott comete el pecado capital de estorbar y distraer de la música, con una sucesión de espectáculos circenses que poblarán constantemente el escenario (tragafuegos, enanos, acróbatas, etc.). Asimismo, algunas arias están rodeadas de tanta actividad escénica superflua que su emoción y contenido se pierde (un ejemplo es el aria de Fiordiligi en el segundo acto, que canta montada en un globo). En resumen, una producción vistosa pero sin ninguna profundidad y con demasiadas distracciones.
Si la dirección escénica contenía ideas pero fallaba en la ejecución, la interpretación musical resultó en general ayuna de inspiración y carente de energía. Amanda Majeski, una cantante cuya carrera estaba empezando a despegar, se muestra totalmente superada por el papel de Fiordiligi. Carece de la extensión necesaria, especialmente en el registro grave, lo cual supuso un severo hándicap en su gran aria «Come scoglio». Técnicamente también pasó grandes apuros y cantó sin precisión ni agilidad. Francamente esperaba más de esta cantante, después de haberle visto una apreciable Halka en el Bard Music Festival el pasado verano. Esperemos que se trate de problemas vocales pasajeros.
Algo mejor Serena Malfi como Dorabella, al menos desde el punto de vista técnico. Cantó más afinada y con un buen legato, aunque con un fraseo totalmente plano y sin intención. Como Majeski, ofreció una interpretación con poca energía, quizás contagiada de la tónica general de la tarde (que se extendió incluso al coro del Met, normalmente excelente, pero esta vez algo impreciso).
En contraste con la situación habitual en estos tiempos, los hombres resultaron más afortunados. El tenor Ben Bliss (Ferrando), tiene una voz agradable y brillante y facilidad en los agudos, aunque adolece de un timbre algo impersonal, casi infantil a veces. Adam Plachetka (Guglielmo) cantó de manera aseada y robusta. Fue efectivo en su «Donne mie, la fate a tanti» y, especialmente, en el dúo «Il core vi dono», en el que se compenetró bastante bien con Malfi. Tanto Bliss como Plachetka se mostraron más cómodos y resueltos en el aspecto escénico. Como Don Alfonso, Christopher Maltman fue cumplidor, aunque su personaje se vio perjudicado por la poco incisiva producción, que lo despoja de sus más oscuras aristas y lo reduce a un inofensivo jefe de pista circense.
Dejo para el final a la cantante que más dudas podía suscitar a priori pero que, a la postre, fue el brote verde en una función apagada. Se trata de Kelli O’Hara, popular y galardonada veterana de las tablas de Broadway, pero con muy limitada trayectoria operística previa. Había ya actuado en el Met, pero como Valencienne en La viuda alegre (en inglés) y podía pensarse que Despina la situaría demasiado lejos de su zona de confort. Sin embargo, la soprano de Oklahoma demostró poseer una agradable voz de soprano lírica y una dicción italiana aún no del todo fluida pero más que aceptable. O’Hara, además, encarnó su personaje con intención, fuerza y gran presencia escénica y vis comica. Claramente tiene futuro en los escenarios operísticos si se anima a profundizar en este repertorio.
La dirección de David Robertson fue en general organizada pero falta de pulso, aunque es justo recordar que sufrió bastante con la producción. El ejemplo más claro es la obertura, totalmente imposible de apreciar dada la sucesión de minishows escénicos, desde la mujer barbuda a los tragasables, constantemente aplaudidos por el público. Es posible que Mozart funcione bien como banda sonora para un circo, pero en una función de ópera la música tiene que estar en primer plano.
Fotografía: The Metropolitan Opera.
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