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Crítica: Cantoría pinta el paisaje sonoro de Bartolomé Bermejo en el Museo del Prado

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Autor: Mario Guada
24 de octubre de 2018

Primera incursión en el repertorio sacro del siglo XV para el joven conjunto vocal español, en un programa concebido por el Museo del Prado en colaboración con el ICCMU, para celebrar la exposición temporal dedicada al pintor renacentista.

Caer de pie

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 19-X-2018. Museo Nacional del Prado. Instituto Complutense de Ciencias Musicales. Veni Creator. Música franco-flamenca y castellano-aragonesa del siglo XV. Obras de Alonso de Alba, Juan de Urrede, Alonso de Mondéjar, Juan Ilario, Juan de Anchieta, Antoine Busnoys, Heinric Isaac, Francisco de la Torre, Johannes Cornago, Juan de Triana, Johannes Ockeghem y Garcimuñóz. Cantoría | Jorge Losana.

   Los caminos del público son inescrutables. No se sabe muy bien cómo, ni por qué, pero hay conjuntos que entran por el ojo –a veces más incluso que por el oído– ya desde sus inicios. Hay que reconocerle el éxito a estos ensembles, pero también animarles a que no se dejen engatusar por el –muchas veces fácil– aplauso del público, continuando por la única vía que transita hacia el triunfo: el trabajo permanente y concienzudo. No hay otra forma. Cantoría es uno de los jóvenes conjuntos españoles más en boga en el panorama actual, al que llegó hace bien poco, cuando su fundador y director, Jorge Losana, lo creó al amparo del Festival Internacional de Música Antigua de Sierra Espuña, en 2016. A pesar de la juventud del conjunto, y la de sus miembros –todos jóvenes cantantes que se conocieron mientras realizaban parte de su formación en el Departamento de Música Antigua de la Escola Superior de Música de Catalunya [ESMUC]–, Cantoría atesora ya sobre sus hombres algunos hitos de notable importancia: seleccionados para el programa Eeemerging [Emerging European Ensembles] en su edición de 2018 –un programa organizado por varios centros culturales europeos, encabezados por el Centre Culturel de Rencontre d'Ambronay, y sostenido por el Creative Europe Programme de la Unión Europea, en el que han sido recientemente galardonados con el Premio del público durante la celebración de su festival anual–; elegido como joven promesa en la International Young Artist’s Presentation, del IYAP de Antwerp; seleccionados para los festivales «Fringe» de festivales especializados de excepcional importancia, como el Utrech Early Music Festival o el MAfestival Brugge; conjunto residente en el programa de La Cité de la Voix de Vézelay. Por si esto no fuera poco, hace 24 horas se anunciaban los conjuntos seleccionados por los Circuitos FestClásica 2018, siendo el conjunto español el escogido en la categoría de Música Antigua, por su programa Lenguas Malas, lo que les dará la oportunidad de llevarlo de gira por algunos de los festivales más prestigiosos del país.

   «Algo tendrá el agua cuando la bendicen», llevo pensando bastante tiempo, dado que todavía no había tenido la oportunidad de escuchar al conjunto en directo. Gracias a la exposición que a Bartolomé Bermejo –el magnífico artista cordobés, una de las luminarias en la pintura española del siglo XV– le está dedicando su tiempo el Museo Nacional del Prado, y al Instituto Complutense de Ciencias Musicales [ICCMU], que está colaborando con la institución en la confección de programas de concierto relacionados con los distintos artistas, y su tiempo, que protagonizan las exposiciones del Museo –y más adelante en las celebraciones de su bicentenario–, se ha podido escuchar a Cantoría protagonizando un magnífico y exquisitamente imbricado programa titulado Veni Creator. Música franco-flamenca y castellano-aragonesa del siglo XV. La idea del mismo, tan simple como intrincada a su vez, es la de proponer un plausible paisaje sonoro en la vida y la España de Bermejo, un pintor relacionado de forma muy intensa con la Corona de Aragón, pero también –por nacimiento y vivencias– a la de Castilla. Lo de franco-flamenco se explica sencillamente por la inmensa influencia que ese estilo –lo más cercano que existió en el Renacimiento a un estilo internacional– tuvo en los compositores españoles del momento, pero también por la notable presencia de compositores franco-flamencos en las cortes y capillas musicales del territorio nacional desde del siglo XV.

   Para darle vida a dicho paisaje se programaron obras extraídas de algunas de las fuentes fundamentales para este período, que no son otros que los cancioneros musicales, concretamente los de Tarazona, Barcelona, Segovia, La Colombina y Palacio. Obras de sumo interés de autores franco-flamencos quizá poco conocidos para el gran público, como Johannes Urrede (fl. 1451-c. 1485) –conocido en España como Juan de Urrede–, un magnifico compositor del que se interpretaron dos obras de distinto carácter: su himno Pangue lingua a 4 –alternatim con canto llano– y su celebérrima canción Nunca fue pena mayor a 3 –que, como bien narra el gran Pepe Rey en sus espléndidas notas al programa, fue sin duda una de las obras profanas más conocidas e interpretadas en Europa, lo que le llevó a ser incluida en la primera colección musical impresa de la historia, el afamado Harmonice Musices Odhecaton [Venezia, 1501]–; pero también de otros más consagrados, como el caso de Johannes Ockeghem (1410-1497) –del que se interpretó su hermosa canción De la momera [S’elle m’amera] a 4; o Antoine Busnoys (c. 1430-1492) y Heinric Isaac (c. 1450-1517), de quienes se interpretó la no menos celebrada Fortuna desperata, comenzando con la chanson del primero –en versión del cantus a solo con acompañamiento instrumental– y continuando con la versión del segundo a 5 [Fortuna desperata/Sancte Petre].

   Sin embargo, el grueso del concierto estuvo protagonizado por autores hispánicos, aunque muy influidos por la estética polifónica venida de los territorios flamencos. Desde la polifonía eminentemente sacra –y de notable sonoridad arcaizante– del Veni , creator spitirus a 4, del ignoto Alonso de Alba (fl. finales del XV); al Ave sanctissimum/Ave verum corpus a 4, del no menos ignorado Alonso de Mondéjar (fl. 1502-1516) –atribuida a un tal Gabriel Díaz (fl. 1484-1513)–; o al O admirabile comercium, obra realmente peculiar de otro desconocido, Johannes Illario (fl. 1475-1515); se pasó a obras de autores más conocidos, con un sonido más cercano a lo que este joven conjunto está acostumbrado, incluyendo el maravilloso Domine Jhesu Christe qui hora in diei ultima a 4, de Juan de Anchieta (1462-1523), como fueron Justa fue mi perdición, hermoso villancico a 3 de Francisco de la Torre (c. 1462-c. 1523); Señora, qual soy venido a 3, de Cornago y Juan de Triana (fl. 1477–1494); Gentil dama no se gana a 3/4 –interpretada aquí con solo de altus y un, cuando menos peculiar, acompañamiento de tenor y bassus sobre una vocalización–; o la magnífica Con amores, la mi madre a 4, de Anchieta –una preciosa canción, cuya línea de cantus es de lo más exquisito y delicado que se escribiera en el momento; interpretada aquí privilegiando su presencia, comenzando y concluyendo con una visión monódica de la misma y con acompañamiento instrumental–.

   Caso aparte para Los ascolares, una ensalada anónima a 3 conservada en un manuscrito de la biblioteca privada de Manuel Maynar [s. XVI], muy estudiada y puesta en valor gracias al trabajo de Pepe Rey, quien la transcribe, edita y estudia en profundidad en su magnífico artículo Weaving ensaladas, en «Devotional Music in the Iberian World, 1450-1800. The Villancico and Related Genres», Tess Knighton y Álvaro Torrente [eds.], Humpshire, Ashgate, 2007, pp. 15-53. Bajo el curioso título se esconde una conversación entre seis ascolares –esto es, seises de una catedral; nombre añadido por el propio Rey– en cinco breves secciones, que incluyen la habitual alternancia que da –con sus variantes– forma al género, en este caso: diálogos en forma estrófica y lengua vernácula, que se cierran con cuatro villancicos de corte popular, salvo en la quinta sección, que concluye con la habitual entonación en latín en las ensaladas, en este caso del Magnificat. Una obra muy curiosa, por ser uno de los casos más breves y curiosos del género, que aquí se interpretó de nuevo a tres voces con acompañamiento instrumental.

   Un programa inteligente, bien planteado, que sin duda logra su objetivo de plantear una visión musical en la España de Bermejo; sin duda, también un programa complejo, que necesita de una implicación absoluta por parte de los intérpretes. En este caso, las cuatro voces que componen Cantoría, mostraron sus virtudes, aunque también las carencias lógicas de un conjunto con voces jóvenes, que todavía está comenzando su carrera. La acústica, no especialmente agradecida, del auditorio del Prado tampoco ayudó a que las voces corrieran ni obtuvieran la siempre agradable ayuda de un toque de reverberación que empaste y unifique los timbres. Interpretar estas obras, especialmente las sacras, a una voz por parte es un riesgo notable, porque exige de una técnica muy firme, una emisión hermosa a la par que convincente por parte de cada cantor, además de un trabajo conjunto que ayude a que las estructuras polifónicas y las ricas sonoridades cobren vida. Fue en este apartado donde se apreció más esa evidente lejanía del conjunto con el repertorio. Es de agradecer, no obstante, el evidente trabajo vertido sobre el proyecto, interpretando todas las obras sin partitura por los cuatro cantores. Mucho más interesante su aportación en las obras vocales profanas en español, especialmente en aquellas que permiten más una muestra de la sonoridad conjunta, pero dando espacio a las individualidades, que es donde parece que el conjunto se desenvuelve de manera más cómoda. Quizá por eso, Nunca fue pena mayor, Los ascolares, Una montaña pasando o Con amores, la mi madre reservaron los momentos de mayor destello en la velada. Especialmente reseñable el trabajo de la soprano Inés Alonso, de timbre algo blanquecino en ciertos momentos –aunque en este repertorio no puede tomarse como una carencia, sino a veces como una virtud–, que se desenvolvió con cierta ligereza en sus partes a solo, mostrando además una presencia escénica –muy limitada aquí por exigencias del guion– que puede que sea uno de sus puntos fuertes. Algunos problemas de emisión sin duda deben ser revisados y reforzados en aras de una eficacia solística mayor. Por su parte, Samuel Tapia es un contratenor de noble sonoridad, al que se le echa en falta una mayor firmeza en el registro grave y una redondez en algunos momentos en el registro agudo; no obstante, resulta bastante expresivo en su línea, y es un hábil intérprete de castañuelas, como se pudo apreciar en la «propina» ofrecida al público para finalizar el concierto. Jorge Losana, tenor y director del conjunto, pasa en ciertos momentos demasiado desapercibido entre el sonido global, cuando en muchas de estas obras el tenor es entendido como una línea preminente. Sin una extensión demasiado amplia –tampoco muy necesario para este repertorio–, su dicción es probablemente la más nítida de las cuatro, lo cual es de agradecer. Por su parte, Valentín Miralles es un bajo con buenas dosis de barítono, sosteniendo con mayor solvencia su sonido sobre el registro medio-agudo que sobre el grave. Quizá se echa en falta una visión más de conjunto en su forma de abordar el repertorio, no tanto con una visión horizontal de la música, sino vertical, sustentado desde el grave la construcción polifónica –lógico teniendo en cuenta que el conjunto se ha especializado, hasta el momento, es un repertorio muy concreto en el que esa visión quizá no es tan necesaria–.

   Por su parte, el acompañamiento instrumental no cumplió quizá con las expectativas de excelencia esperadas. Especialmente solvente Joan Seguí al órgano positivo, acompañando con inteligencia, rigor y saber estar en todo momento, equilibrando el sonido en cada pasaje a la perfección. Manuel Vilas [arpa] es siempre un seguro de vida, pero estuvo menos contundente y anclado al papel de lo que es habitual en él. Los glosados de él, junto a los de un muy poco afortunado en varios momentos del recital Jonatan Alvarado [vihuela], no quedarán realmente para el recuerdo.

   Aun con ello, y teniendo en cuanta que se trata de un experimento, desde el punto de vista de un primer acercamiento del conjunto a este repertorio, notablemente complejo, el resultado puede ser considerable como correcto, con destellos de brillantez en algunos momentos. Sin duda, los mimbres de Cantoría son buenos, y su análisis inteligente del mercado les ha llevado a cubrir un hueco existente desde hace tiempo, que era necesario rellenar con calidad. En ese ámbito parece que lo están consiguiendo, pero en la polifonía sacra es en donde se debe encontrar su auténtica prueba de fuego. Cuando den ese paso es cuando realmente podrá medirse el futuro que le espera a este prometedor conjunto, que en lo suyo –un ámbito pequeño dentro de un repertorio que a veces es casi un reducto musical– tiene mucho que aportar, al menos en relación a lo que se venía haciendo en este país en los últimos años. Seguiremos atentos.

Fotografía: Pablo F. Juárez.

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