La violagambista cubana se presenta a sola con su instrumento, en un recital de un nivel cualitativo notablemente elevado, que acompañó con el recitado de breves textos que apoyen su concepción del hermoso repertorio escogido.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 19-V-2018. Iglesia de las Mercedarias de Góngora. Ciclo El canto de Polifemo. Aventuras y desventuras de una viola da gamba. Obras de Johann Sebastian Bach, Tobias Hume, Monsieur de Sainte-Colombe, Marin Marais y Calixto Álvarez. Calia Álvarez.
Pero todos vosotros, nobles espectadores, perdonad al genio sin llama que ha osado llevar a estos indignos tablados un tema tan grande.
William Shakespeare: Henry V [Acto I, entrada del Coro].
De los múltiples y maravillosos instrumentos –tanto de cuerda frotada como de otra índole– que protagonizaron la escena musical europea del siglo XVII y buena parte del XVIII, sin duda la viola da gamba fue el más apreciado en tanto a su calidez sonora y su cercanía impresionante al decir de la voz humana –no es extraño que Marais compusiera, por ello, una pieza titulada Les voix humanines–. De nacimiento ibérico –aunque todavía quedan importantes resquicios por recomponer en el nacimiento del instrumento–, su desarrollo en el Renacimiento, pero especial en el Barroco en la Europa del momento fue fulgurante. Se diría que no hubo país que en el que el instrumento no se desarrollase, aunque de todos ellos, sin duda fue Francia, con el basse de viole –ellos, como siempre, con su nomenclatura tan propia–, el territorio donde la literatura para dicho instrumento alcanzó cotas hasta hoy inalcanzables. Solo honrosos ejemplos en Inglaterra –especialmente en conjunto, con un desarrollo del consort of viols sin parangón en el resto del continente–, alguno que otro en Italia, Alemania –donde Bach alzó su vuelo con ese inagotable genio– e incluso en España –aún menos, llegando después incluso al Nuevo Mundo, aunque de forma residual–, pueden competir en mínimas condiciones con los gigantes del instrumento: Monsieur de Sainte-Colombe, Marais, Forqueray…
El presente recital, llevado a cargo por la violagambista Calia Álvarez, cubana de nacimiento –y sentimiento–, pero afincada en España desde 2002 –no son pocos los valiosos artistas cubanos venidos a España en los últimos años para desarrollar su labor profesional en nuestros escenarios–, se enfocó directamente como un continuum de grandes éxitos en la historia del instrumento, pero también como una selección de aquellas piezas que se encuentran entre las predilectas de la intérprete. Es bien sabido que Johann Sebastian Bach (1685-1750) solo dejó tres sonatas para este instrumento, con acompañamiento de clave, aunque, por otro lado, son numerosos los violagambistas que han acometido transcripciones de los originales para ¿violonchelo? –este debate, harto interesante, no tiene cabida en este momento– solo, lo que sin duda le aporta otra dimensión en las seis –o siete– cuerdas del instrumento, con esa sonoridad tan maravillosa y evocadora. Álvarez hizo lo propio con la primera de esas seis suites, la que comienza con el celebérrimo Prélude y presente el que es, para el que firma, el movimiento más hermoso de toda la colección: la Sarabande. Hay que decir que no todas las suites y los movimientos funcionan, a pesar de la aparente similitud entre los instrumentos, de la misma forma. El cambio de registro y algunos pasajes más intrincados no siempre encuentran el acomodo perfecto del original bachiano, pero siguen conformando una absoluta delicia sonora que pocas veces se interpreta, además, sobre las tablas. La versión de la intérprete cubana presentó ciertos problemas de afinación –especialmente en las dobles cuerdas–, pero sin duda resultó un inicio de recital prometedor, en el que la entrega y la expresividad fueron absolutas, lo cual es ya mucho más de lo que otros pueden decir. Muy interesante su discurso calmado, con un uso muy personal del silencio y el fraseo, presentando además numerosas e imaginativas ornamentaciones en las repeticiones.
El segundo de los bloques, dedicado ahora a Inglaterra –el recital se conformó de cuatro bloques, cada uno de ellos con piezas de autores de un mismo país–, estuvo protagonizado por la figura de Tobias Hume (c. 1579-1645), quizá el autor británico que más y mejor empleó su tiempo en la composición para viola a solo, dejando un corpus de numerosas piezas, que aglutinó en dos colecciones: First Part of Ayres [1605] y Captaine Humes Poeticall Musicke [1607], la primera de las cuales constituye el mayor repertorio de música solo para la lyra viol –la forma inglesa de denominar al instrumento– de un solo compositor a principios del siglo XVII. En conjunto, estas obras comprenden danzas instrumentales, piezas con títulos descriptivos, fantásticos o humorísticos, piezas programáticas y canciones en las que la evocación militar –dado que esta fue, en realidad su profesión, y así se describía a sí mismo– es una constante. Hume utiliza, además, los que son considerados como primeros ejemplos del pizzicato en la escritura para este instrumento de la historia. Tres de sus magníficas composiciones [A Question, An Answere y A Souldiers Resolution –esta última especialmente brillante, compleja y descriptiva–] fueron interpretadas con una digitación grácil, vigorosa y tremendamente pictórica.
El tercer bloque estuvo dedicado a Francia y a los que son considerados como los dos grandes maestros del instrumento en toda su historia: Monsieur de Sainte-Colombe (c. 1640-c. 1700) y Marin Marais (1656-1728). El primero, que además inventó el añadido de la séptima cuerda al instrumento, para dotarlo de mayor versatilidad y poder expresivo, es quizá el autor más reflexivo, dolente y un punto humilde de cuantos compusieron para el basse de viole. De entre sus múltiples y fascinantes composiciones, Les Pleurs ocupa ese espacio para la entraña, la búsqueda de lo más profundo del ser humano y del sentimiento de dolor. Ninguno como él –quizá solo Marais– fue capaz de plasmar los sentimientos más hondos del alma en música para este instrumento. Álvarez, que además dedicó su interpretación a las recientes víctima del vuelo siniestrado en su ciudad natal, La Habana, plasmó una de las versiones más expresivas, trágicas y a la vez esperanzadoras que haya escuchado en mucho tiempo. Probablemente el momento álgido de la velada. De Marais, alumno del primero al que dicen superó ampliamente, dos breves piezas en un registro bien distinto, más enfocado al virtuosismo y a las enormes capacidades técnicas del instrumento: L’Arabesque –una de las piezas más fastuosas del autor galo–, brindada aquí, como merece, como un magnífico uso del rubato; así como una selección –del total de treinta y dos variaciones– de las Couplets de Les Folies d’Espagne, que son pura luz y pirotecnia instrumental.
Concluyó el concierto con un notable giro, saltando al otro lado del océano Atlántico, para situarnos en Cuba –no podía ser de otra forma–, para interpretar las Cuatro Breves para viola da gamba, del cubano Calixto Álvarez (1938), piezas sorprendentes, sutil y brillante mixtura del alma de la música cubana y de la esencia idiomática del instrumento. Interpretación velada, con claros tintes isleños, pero sin obviedades ni artificios superfluos, dejando que la esencia se filtrara a través del intérprete de forma magnífica. Un ejemplo espléndido de lo que se puede hacer con un buen instrumento en manos de un buen instrumentista, incluso alejándose de la zona de confort de un repertorio a priori muy específico.
Sin duda, otro acierto para el ciclo El canto de Polifemo, que va camino de establecerse ya como una cita ineludible en el panorama musical madrileño, dando merecido espacio a esas propuestas que quizá no tienen cabida en las programaciones más convencionales e institucionalmente poderosas, pero que son igualmente necesarias. Una velada llena de belleza.
Fotografía: Silvia G. Photography.
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