El histórico medievalista estadounidense ofrece una visión vívida y absolutamente impactante de esta epopeya anglosajona altomedieval, pergeñado solo con su voz y una magnífica recreación del arpa anglosajona hoy perdida.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 20-XI-2018. Auditorio de la Fundación Francisco Giner de los Ríos. Institución Libre de Enseñanza - Escuela de Música Medieval y de Tradición Oral. Beowulf. Una epopeya anglosajona del siglo XI. Benjamin Bagby [voz y arpa anglosajona].
Poderoso y extraño
se oía un rugido. Era mucho el espanto
de todos los hombres del pueblo danés
que afuera del muro escuchaban los gritos,
el lamento del ogro enemigo de Dios,
su canción de derrota, el quejido doliente
del ser infernal.
Anónimo: Beowulf.
A pesar de lo antiguo de la misma, la historia de Beowulf y de su encarnizada lucha contra Grendel –ese ser de las ciénagas, de enorme tamaño y garras descomunales, que durante años se dedica a diezmar la población del castillo de Heorot, bajo el reinado de Hroðgar– es bien conocida desde hace años. Quizá para muchos gracias al filme homónimo llevado a la gran pantalla en 2007 por Robert Zemeckis, pero en general gracias a su divulgación en diversas traducciones a varios idiomas por los muchos que han dedicado un cuidado estudio a este texto, por otro lado realmente enigmático. Datado alrededor del siglo VIII, ha llegado hasta nosotros en un manuscrito datado en el siglo XI, en el que se contiene el total de 3.182 versos que lo componen, escritos en un inglés primitivo que los anglosajones probablemente llevaron a la práctica hasta el siglo XII, y cuyo parecido con el inglés actual es prácticamente testimonial. Benjamin Bagby, que lleva años de su vida dedicado a narrar esta epopeya, se presenta a solas sobre el escenario junto a su ya inseparable arpa anglosajona, un instrumento de seis cuerdas y cuyo ejemplar fue construido por Rainer Thurau en 1997, tomando como base los restos de un instrumento del siglo VII que se conservaron junto a los restos de un noble en la localidad alemana de Oberglacht.
La historia de este proyecto es larga y de sumo interés, Bagby conoció la leyenda de Beowulf allá por 1960, gracias a su profesor de inglés en Chicago, aunque no fue hasta 1981 cuando, en un congreso universitario en Leuwen, Bagby entró en contacto con el anglosajonista estadounidense Thomas Cable, con quien intercambió ampliamente ideas sobre la epopeya y una posible reconstrucción performativa moderna de la misma. En 1990, y gracias al auspicio del siempre visionario Utrech Early Music Festival, el proyecto pudo llevarse a cabo. Desde entonces, Bagby no ha dejado de llevarlo por todo el mundo, haciéndolo cada vez más suyo, hasta el punto de que lo actualmente puede verse sobre el escenario se aleja ya totalmente de una interpretación, pasando a formar parte de un proceso totalmente orgánico en el que la narración, el canto –una especie de sprechgesang medieval, a la manera de una cuerda de recitación– y la plasmación sonora del arpa fluyen de forma tan absolutamente natural y vívida, que parece que realmente ante un bardo que nos narra un hecho tan actual como apasionante.
Para comprender el proceso de lo que se pudo vivir en el magnífico –y ultramoderno– auditorio de la Fundación Giner de los Ríos, sede de la Institución Libre de Enseñanza, además de la Escuela de Música Medieval y de Tradición Oral –encargada de programar el evento–, hay que plantearse cómo se vivían estas narraciones hace más de mil años. Así, y como bien se explica en las breves notas al programa, lo que es Bagby hace en este espectáculo músico-teatral –o teatralizado con música– no es otra cosa que meterse en la piel de un scop anglosajón de la Alta Edad Media. Este término, traducido como creador, hace referencia a aquellos contadores de historias que podían acompañarse de un instrumento y que actuaba para un público altamente consciente de los entresijos conceptuales y de las herramientas utilizadas por el bardo en lo relativo a la métrica, rima, el carácter del texto y su significación, incluso a las complejas inflexiones de la voz y al uso de los limitados sonidos que podían acompañarle –por las características del arpa anglosajona, ceñido únicamente a seis tonos conformados, según el estudio de la teoría modal medieval, por una 8.ª, tres 5.ª justas, dos 4.ª justas y dos 3.ª menores–. Es importante tener en cuenta, dado que la música utilizada puede resultar muy limitada y recurrente sin este concepto en la cabeza –más aún para los oídos del siglo XXI–. Aun con ello, el resultado es absolutamente evocador, porque Bagby adopta con total credibilidad no solo ese papel del scop, sino que se mete de forma magistral en la piel de cada uno de los personajes que van a apareciendo a lo largo de los 852 versos que Bagby adopta para su espectáculo –de casi noventa minutos de duración–, que suponen tan solo el primer cuarto de la totalidad del texto, y que narran desde el inicio hasta la liberación del pueblo del temible Grendel gracias al protagonista, Beowulf. Así, cada uno de ellos cobra vida con una modulación propia de la voz, con timbres bien diferenciados, incluso con ciertas melodías casi propias a cada uno de ellos –en una especie de «protoleitmotiv»–. Por su estructura, con los versos concebidos siempre en una métrica concreta, la sonoridad acaba por meterse dentro de la cabeza del oyente, que será capaz de darse cuenta de los momentos en lo que el texto es más cantado y cuando más recitado, según el personaje que protagoniza cada momento.
Lo mejor que se puede decir de Bagby y su Beowulf redivivo no es solo que logre que casi una hora y media de la vida de un espectador se pase volando tan solo con un instrumento y su voz, en una especie de pseudocanto modal que narra una historia tan ajena a un oyente español, sino que su nivel de apasionamiento, su calidad en la dicción, su magnífica impostación vocal, su ensoñador acompañamiento instrumental, su pulquerrimamente descriptiva corporalidad y su rigurosa visión del trabajo bien hecho resultan una absoluta revelación. Es difícil saber si Bagby esté tan cerca de recrear una de esas maratonianas veladas de un scop cualquiera hacia el año 1000, al menos tan cerca –o tan lejos– de lo que podría estar cualquier otro. Sin embargo, el espectáculo que plantea se presenta tan actual, que sin duda no puede verse como menos que un milagro. En una sociedad como esta, que vive en la superficie, sin plantearse bucear mínimamente en pos de mundos ajenos a los de la imagen, la inmediatez y el consumo cultural de baja estofa, que allí se congregaran cerca de 200 personas para imbuirse en una experiencia ultrasensorial como esta ya lo dice todo de Bagby. Aun así, en otros países quizá habría codazos para colarse en su espectáculo. Aquí somos tan civilizados, que por no pelear dejamos hasta sitios libros. Fíjense que cosas. Aun así, los allí presentes nos llevamos su regalo atemporal.
Fotografía: bagbybeowulf.com
Compartir