Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 28-IX-2018. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España [OCNE]. Alisa Weilerstein, violonchelo. Director musical, David Afkham. Los incensarios, de José Río-Pareja. Concierto para violonchelo n.º 2, opus 126, de Dmitri Shostakovich. La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky.
Conciertos como el de este fin de semana, el tercero de la temporada de la OCNE, nos dan una idea de la evolución de un público, el madrileño, que siempre cuelga con la etiqueta de conservador –evidentemente lo es en gran medida– pero en el que poco a poco se va detectando una mayor amplitud de miras. El viernes 28 prácticamente se colgó el cartel de «no hay billetes» con un programa de tres obras compuestas en 1913, 1966 y 2018, y no solo no hubo deserciones, sino que se saldó con un considerable éxito, algo impensable no hace tanto tiempo.
Empezamos con un estreno absoluto, Los incensarios de José Río-Pareja, obra en la que el autor evoca sonidos de su niñez, cuando participaba en las procesiones de Semana Santa en la localidad granadina de Loja. La obra, de unos quince minutos de duración es una suerte de paisaje sonoro para gran orquesta donde ésta va y viene como hacían los incensarios en las procesiones delante de las imágenes. El arranque es impactante y complejo, con metales y percusión perfilando frases que se cortan continuamente. Una cuerda de gran densidad coge el testigo de la procesión para llevarnos junto a trompas y percusión hasta el final. Afhkam y los músicos de la orquesta se tomaron en serio la obra y recogieron bastantes aplausos que fueron compartidos con el compositor.
Nada menos que los míticos David Oistrakh y Mstislav Rostropovich fueron los dedicatarios de los dos conciertos que Dmitri Shostakovich compuso tanto para violín como para violonchelo. De estos últimos, fue el segundo, el Op. 126, el que subió a los atriles. Menos popular que el brillante primer concierto, menos lucido para el solista y más duro para el público, es lúgubre, opresivo, destila desesperanza y posee un fuerte carácter sinfónico que llevó incluso al propio compositor a comentar que podría hacer haber sido perfectamente su Sinfonía n.° 14, concertante para violonchelo. La norteamericana Alisa Weilerstein arrancó la triste introducción de manera bastante melancólica e introspectiva, para ir ganando tensión e ir aumentando el sentimiento opresivo según avanzaba el Largo inicial. En el Allegretto central, prácticamente el único momento de respiro de la obra, una marcha algo tétrica, la Sra. Weilerstein expandió algo más el sonido y captó con inteligencia –y con la complicidad de Afhkam y la orquesta, en especial metales y percusión– todo el sarcasmo que destila. Sin darnos cuenta, entramos en el Allegretto final donde de nuevo Weilerstein hizo suyo el viaje dramático, intenso y definitivamente resignado del compositor. La orquesta aportó también dosis de dramatismo hasta el clímax, para diluirse a partir de ahí, y dejar de nuevo a la Sra. Weilerstein caminar desoladamente hasta el final. Interpretación de gran altura premiada con muchos bravos, a los que respondió con una bella Zarabanda de Johann Sebastian Bach.
La segunda parte del programa estaba reservada para La consagración de la primavera de Igor Stravinsky. Si hace dos semanas, en el concierto inicial de la temporada hablábamos de los estrenos de Daphnis y Cloe y del Preludio a la muerte de un fauno en 1912 en el Teatro del Chatelet, ahora nos volvemos a encontrar con Diaguilev, Nijinsky y Monteaux, solo un año después, aunque en esta ocasión en el Teatro de los Campos Elíseos. La consagración provocó el escándalo más famoso de la Historia de la música, y visto con la perspectiva de algo más de un siglo, lo podemos entender. Recuerdo cuando de crío vi mi primera Consagración y la impresión que me causó. Fue con el inolvidable Igor Markevitch en un concierto con la Orquesta Sinfónica de la RTVE que en su primera parte tuvo obras de Haendel y Haydn. Vi a una buena parte del público irse en el descanso, y al final, tras una interpretación marca de la casa que terminó en un clima de apoteosis, me sorprendió ver que había gente que se levantaba y se iba corriendo. Si aún había gente que en 1977 no podía con la obra, nos hacemos a la idea de lo que tuvo que ser en 1913.
Afortunadamente, en 2018, esto parece superado, y en esta ocasión, los vítores y aplausos con que el público recibió el viernes la versión de David Afhkam fueron prácticamente unánimes. En una obra de infinitos registros, donde evidentemente predominan ritmos, danzas y disonancias, el Sr. Afhkam y la orquesta optaron en La adoración de la tierra por la vía más impactante. Una versión casi salvaje, con predominio de grandes contrastes y con unos metales que nos restallaban en los oídos, aunque como es habitual en el director alemán, tratando de mantener todo bajo control. En El sacrificio, segunda parte de la obra nos hubiera gustado haber alcanzado mayores cotas de misterio y algo más de sensualidad, pero no es óbice para alabar una versión de gran calado. La orquesta estuvo a la altura y sería tarea inútil tratar de destacar a unos sobre otros en una obra en que prácticamente todos los vientos y la percusión tienen momentos solistas de extrema dificultad y de gran exposición. En los saludos finales, el Sr. Afhkam visiblemente satisfecho los levantó a todos a saludar de manera individual.
Fotografía: Rafel Martín/OCNE.
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