El histórico y magnífico ensemble vocal británico protagoniza un concierto en el que las diferencias estilísticas entre los compositores seleccionados jugaron en su contra.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 27-IV-2017 | 19:30. Auditorio Nacional de Música | Sala de cámara. Universo Barroco. Entrada: 10, 15 y 20 €uros. Obras de Gregorio Allegri, Giovanni Pierluigi da Palestrina, Felice Anerio y Luca Marenzio. The Sixteen | Harry Christophers.
Sucede con frecuencia –por no decir en la totalidad de los casos– que las cosas a priori son más sencillas y brillantes de lo que suelen acontecer en la realidad una vez llevadas a cabo. Decir que The Sixteen es uno de los mejores conjuntos vocales del mundo no es descubrir, ni mucho menos, la pólvora, pero no todo es siempre lo que parece. Y es que, siendo como es, uno de los máximos exponentes en la interpretación de la música coral –en un extenso abanico que engloba desde el Ranacimiento hasta el siglo XXI–, no siempre se consigue alcanzar las máximas cotas de excelencia interpretativa, y más aún en directo, momento en el que se observan con mayor crudeza las costuras de cualquier intérprete.
Se presentaba el conjunto británico dentro del Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical para traer a la capital madrileña un repertorio muy poco transitado por estos lares, el de la polifonía renacentista –con ciertas miras ya hacia el Barroco incipiente en algunos casos–, y especialmente la polifonía de la llamada escuela romana, esa que en la segunda mitad del siglo XVI ofreció al centro de la Cristiandad, merced al buen hacer de algunos de sus grandes compositores, obras de una inmensa calidad musical, que aún resuenan brillantes y grandilocuentes en las voces de los conjuntos que mayor transcendencia le han dado a las mismas, especialmente los conjuntos británicos. The Sixteen ya ha prestado atención a todos los autores aquí presentados, de hecho, este programa, bajo el título de Música para la Capilla Sixtina, ya fue registrado por el conjunto en una grabación del año 2007. En el presente concierto se presentó una conjunción de programa con otro de los registros discográficos del ensemble, esta vez de 1989, que incluye el celebérrimo Miserere a 9 de Allegri y la no menos célebre Missa Papæ Marcelli a 6 de Palestrina. Combinando ambos registros se acude a tres de las figuras principales de esa supuesta escuela romana, siendo el primero de ellos, evidentemente, Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594), el autor referencia para el estilo de polifonía clásica o más académica, aquel que en el Barroco se tomaba como referencia para aludir a la escritura en Stile Antico, por ejemplo. Del genial compositor italiano se interpretaron dos piezas –que abrieron y cerraron el programa–: el Gloria de la Missa Papæ Marcelli a 6 y su motete Assumpta est Maria a 6. La misa es el ejemplo perenne cuando se habla de las reformas musicales llevadas a cabo por el Concilio de Trento, con ese estilo silábico en el que texto de la misa debía comprenderse por encima de la importancia musical. La genialidad de Palestrina reside, precisamente, en lograr una brillante comprensión textual, que aúna con una escritura musical descomunal. Su motete es una muestra de ese estilo algo más libre, rebosante de belleza y algunas ornamentaciones que recuerdan en mucho al estilo de nuestro Tomás Luis de Victoria –quien admiraba mucho al maestro romano y del que puedo aprender mucho, no se sabe si directamente, en su estancia en el Collegium Germanicum de la capital romana–.
Los autores más representados en el concierto fueron dos: por un lado, Greogrio Allegri (1582-1652), paradigmático caso de un compositor conocido casi en exclusiva para una sola creación. Su Miserere a 9 es uno de los casos más acusados de celebridad musical de la historia, repleta de leyendas y enigmas anexos a su alumbramiento e historia de la recepción. Sea como fuere, el caso es su escritura alternatim entre los versos en canto llano y los polifónicos, su estructura simple en escritura de fabordón [falsobordone] y, sobre todo, sus diversas ediciones, en las que se variaron de manera considerable los abbellimenti, esto es, las ornamentaciones que podían introducirse en las parte polifónicas, de manera más o menos improvisada y que fueron cambiado notablemente con los años, le han aportado una fama mundial que ha sido capaz de traspasar los siglos con igual éxito. A pesar de que en su caso dichos adornos llegaron a memorizarse y a dejarse por escritos, han sido varios los autores que han ido realizando sus propias versiones de la obra. El caso más célebre, el del Do sobreagudo en la soprano I del coro de cuatro solistas, es debido a un boceto realizado probablemente por Felix Mendelssohn. Esta que es, sin ningún género de dudas, la versión que todos esperan escuchar, no fue la interpretada en esta ocasión, sino que se tomó para ella una edición bastante reciente, debida a Ben Byram Wigfield –hubiera sido deseable especificarlo convenientemente en el programa de mano, al menos en este caso concreto–, que sustituye en la mayoría de los casos el Do sobreagudo por pasajes con ornamentaciones más cromáticas y con un perfil más barroquizante, lo que resta espectacularidad a la pieza, pero le añade una mayor variedad. Se completó la presencia de Allegri con el Kyrie y Sanctus/Bendictus de la Missa Che fa oggi il mio sole a 5, misa parodia inspirada en el madrigal homónimo de Luca Marenzio (1553-1599) –que abrió la segunda parte del concierto, antecediendo precisamente al movimiento de la misa–, de escritura sumamente interesante, de gran oficio y de una brillante incorporación de algunos pasajes del madrigal que parodia. Para terminar, el motete Christus resurgens ex mortuis a 8, en doble coro, que es uno de los más exquisitos ejemplos de su escritura policoral, que él mismo tomaría posteriormente como base para una misa completa homónima.
Por otro lado, como tercero de los autores protagonistas de la vedada, Felice Anerio (1560-1614), que fue el pequeño de dos hermanos compositores de notable importancia en la Roma del momento. Formado con Palestrina, entre otros, supone un ejemplo impresionante de amplitud de miras, con composiciones sacras y profanas en varios de los géneros más interesantes del momento. Una de sus colecciones de mayor importancia, dada a la imprenta en 1596, se conforma por diversas piezas, entre las que destacan sus obras para doble y triple coro, de las que aquí se interpretaron su Magnificat a 8, Ave Regina cælorum a 8 y Stabat Mater a 12. Las dos primeras combinan a la perfección sus múltiples facetas compositivas: polifonía luminosa que se mezcla con pasajes más homofónicos y una extraordinaria riqueza y vitalidad rítmica, incluyendo cambios de ritmo binario a ternario, y un magnífico contraste en la densidad textural de las composiciones, sin que ello afecte a la comprensión del texto cantado. Destacan especialmente las brillantes repeticiones, casi a la manera de un ostinato, en gaudete y valde decora de su Ave Regina cælorum. Por su parte, el Stabat Mater a 12 es un exquisito ejemplo de la tendencia hacia la escritura cada vez más masiva en el uso de las plantillas vocales hacia finales del siglo XVI, reflejando con ello el espíritu triunfal del Contrarreforma en Roma por aquel entonces. Atribuido largo tiempo a Palestrina, este triple coro de Anerio sorprende por su inusual y magistral tratamiento rítmico-armónico, especialmente insinuando una métrica ternaria, cuando en realidad la escritura es binaria. La escritura contrastante entre los coros, así como su tratamiento armónico y textural combinan a la perfección en la que es una de las composiciones policorales más brillantes de la época.
La interpretación de The Sixteen, con su habitual estilo British, esto es, pulcra afinación; sonido etéreo que no duda en privilegiar las líneas altas, pero con gran presencia de los hombres, con unos tenores de sonido puramente británico –registro agudo de cabeza muy directo y de presencia poderosa– y unos bajos como siempre muy carnosos y potentes, a lo que sumar una línea de altos que combina de forma espectacular las altos femeninas y los contratenores; exquisito balance e inteligibilidad de líneas; y un sonido global muy pulido, puede decirse que no brilló al nivel esperado. Siendo, como es, un conjunto de primer nivel, algunos problemas –cierta asincronía, consonantes fuera de sitio, cortes poco precisos– resultaron un tanto desconcertantes. Sobre el papel puede quedar sugerente, y hasta fascinante, un programa concebido en torno a la Cappella Sistina, pero la realidad es que autores como Palestrina tienen realmente poco que ver con Allegri y aún menos con Anerio. Esto no sería un problema si no fuera porque se interpretaron de la misma manera. El resultado: confusión y poca credibilidad. Palestrina –a pesar de que el conjunto británico está llevando a cabo una serie con la intención de grabar la totalidad de sus obras– no funciona bien en las versiones de Harry Christophers, que parece querer equipararlo de manera extraña al resto de autores. Ese lenguaje tan puramente palestriniano se disipa notablemente aquí. Mucho mejor, sin embargo, su interpretación en el lenguaje policoral de Allegri y especialmente de Anerio, en el que el contraste muy marcado en diversos parámetros y la viveza rítmica permiten a The Sixteen mostrar la escritura en todo su esplendor, con los matices que requiere. Brillante me parecieron el Ave Regina cælorum a 8 y el Stabat Mater a 12, con un refinado y eficaz trabajo de las dinámicas por planos –que se maximizó con el uso del escenario y el balcón del órgano para la interpretación, consiguiendo un muy logrado sonido a la manera de los cori spezzati–. Interesantes el Christus resurgens ex mortuis a 8 y los pasajes de la Missa Che fa oggi il mio sole a 5; y entre poco interesantes y decepcionantes el madrigal homónimo –fuera de estilo y con una sonoridad excesivamente coral para su escritura– y sobre todo el Miserere a 9, bastante inexacto, desigual, espeso y muy poco convincente, a pesar del hercúleo esfuerzo del cuarteto solista y de su soprano I.
La plantilla de The Sixteen es, sobre el papel, un auténtico dream team del canto coral, pero no basta a vece con el nombre, a pesar de que individualmente se trata de excelentes cantores, bregados en cientos de batallas y que conforman la plantilla de varios de los conjuntos más impresionantes del mundo. Por su parte, Christophers es un director que conoce a la perfección su instrumento, pero cuya dirección resulta excesiva. Lo es en su gesto, en sus maneras, en su conexión con la música y sus cantores. Quizá minimizar el gasto energético en muchas de sus intervenciones hallaría un mejor resultado global, especialmente en autores como Palestrina. Lo que me parece realmente inteligente y digno de mención es su habitual formación de dieciocho cantores, con seis sopranos y cuatro para cada una de las restantes cuerdas, porque en recitales como el de hoy se consigue combinar a la perfección el número de cantores en diversas plantillas y siempre con buenos resultados de equilibrio. Es un lujo poder verles en directo, pero como sucede en ocasiones, sobre el papel prometía mucho más. Recuerdo hace años un concierto que ofrecieron con un programa dedicado a Domenico Scarlatti. Ya entonces me pareció muy poco sutil, hasta algo embrutecido, a pesar de que el repertorio se prestaba más a esa sonoridad. En momentos como en los que aquí revisamos, no tiene justificación. Con todo, el público respondió con gran fervor su interpretación, viéndose recompensado con la interpretación del excepcional Ave Maria 5 del genial Giovanni Pierluigi, una obra de belleza subyugante, en la que mostraron algo más de esa sutileza que hubiera sido deseable en gran parte del programa.
Fotografía: Molina Visuals.
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