El cuarteto británico propone un hermoso viaje por la edad dorada del género, con dispar resultado.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 11-X-2017 | 19:30. Fundación Juan March. El motete, de principio a fin [Ciclo de miércoles]. Entrada gratuita. Obras de John Dunstaple, John Plummer, Guillaume du Fay, Johannes Ockeghem, Loyset Compère, Josquin des Prez, Francisco de Peñalosa, Francisco Guerrero, Jacob Clement, Nicolas Gombert y anónimos. The Orlando Consort.
Continúa la Fundación Juan March su singladura por la historia del motete, el género musical probablemente más longevo de la historia, y lo hace en esta ocasión deteniéndose en la época dorada de dicho género y de la música vocal para conjunto: el Renacimiento. Los escogidos para plasmar un período tan vasto, rico y fascinante fueron los integrantes del cuarteto vocal británico The Orlando Consort. Se trata, sin duda, de uno de los más prestigiosos e históricos de los conjuntos vocales de las islas dedicados a los repertorios medieval y renacentista. El repertorio escogido –a la manera de lo ejecutado en el concierto inaugural por laReverdie– supuso un recorrido por algunas de las manifestaciones nacionales y estilísticas más transcendentales del motete en los siglos XV y XVI: Inglaterra, Flandes y España. Los ingleses siempre han tenido una mixtura muy interesante en su manera de componer desde el Medievo, en la que se conjugan una parte de lenguaje muy propio –fruto del aislamiento continental– y una influencia sutil, pero muy efectiva, de otras escuelas nacionales. En el caso que nos ocupa fueron dos las figuras principales representadas: John Dunstaple (1390-1453) y John Plummer (c. 1410-1484), ambos un claro ejemplo de ese estilo británico tan definido, como se observa en sendos motetes a 4, Veni sancte spiritus y Anna mater matris Christi –así como en otros dos motetes de autor anónimo–, en los que el uso de terceras y sextas paralelas, así como los notables desarrollos de las voces por pares, reflejan una manera singular y claramente definida de concebir la escritura, no ya solo motetística, sino de la música vocal sacra.
Probablemente, la gran escuela del Renacimiento sea la franco-flamenca, en la que destacaron muchos de los grandes talentos del momento, pero también de la historia de la música en Occidente, caso de Guillaume du Fay (1397-1474), Johannes Ockeghem (1410-1497) o Josquin des Prez (1440-1521). De du Fay se interpretaron dos magníficas obras, Ave regina cælorum [II] y Lamentatio sanctæ matris ecclesiæ Constantinopolitanæ, dos maneras contrapuestas de concebir el motete, pero ambas impresionantes muestras de su capacidad para sintetizar el paso entre la antigua manera de componer del Medievo y lo que está por llegar, en estilo renacentista. Especialmente destacable es el caso del segundo de ellos, a 4 partes, brillante ejemplo de chanson/motete que toma su tenor de un cantus prius factus sobre el texto omnes amici ejus spreverunt eam –típico de las lamentaciones renacentistas–, además de un fantástico uso de la arcaizante politextualidad, pues las tres partes restantes cantan sobre texto vernáculo en francés. Dos Ave Maria cerraron la primera parte del concierto, el primero de ellos de Ockeghem –a 4 partes y con una textura de notable limpidez y una sonoridad que apunta claramente al Renacimiento–, siendo el segundo obra de Loyset Compère (c. 1445-1518) –también a 4 partes, en el que se conjugan belleza y simplicidad a partes iguales, aunque hay espacio para la filigrana, como en el uso de un ostinato sobre el tenor o la escritura por pares de voces inicial (tenor/altus), en la que se hace uso de una melodías derivada de un cantus firmus, que se alterna con una especie de refrain [estribillo] sobre el texto O Christe, audi nos–.
La segunda parte se abrió con un monumento musical, Vultum tuum deprecabantur a 4, brillante ejemplo del motete cíclico –como bien apunta Juan Carlos Asensio en las exquisitas notas al programa–, casi una especie de megamotete en el que las diferentes secciones van marcando algunos pasajes de la liturgia, casi a la manera de una misa. Dos compositores españoles siguieron al genio des Prez: Francisco de Peñalosa (1470-1528) y Francisco Guerrero (1528-1599). Del primero –ejemplo de excelso compositor sobre el que no ha recaído aún la atención necesaria– se interpretó su hermoso Versa est in luctum a 4, un fantástico ejemplo de la tradición ibérica del motete luctuoso que es, sin duda, uno de los textos más hermosos sobre los que se ha puesto música; del segundo –ejemplo de compositor de enorme talento que ha conseguido justificar un período musical en la historia de España, junto a Cristóbal de Morales y Tomás Luis de Victoria–, su fascinante Quasi cedrus a 4, en el que Guerrero se deleita incluso en el arte del expressio verborum, pintando musicalmente algunas de las palabras del texto latino. Dos motetes franco-flamencos fueron los encargados de clausurar la velada: Ego flos campi a 3, de Jacob Clement (1510-155) –llamado Clemens non Papa, según la leyenda para no ser confundido con el Papa Clemente VII–, y el descomunal Quam pulchra es a 4, de Nicolas Gombert (c. 1495-c. 1560). El primero es un hermoso ejemplo de la escritura contrapuntística elegante y sutil de este autor, que abandona aquí la notable complejidad de su estilo en aras de una contemplación casi puramente sonora. El motete de Gombert, por su parte, en una muestra de capacidad virtuosística, que exige mucho a las voces, para crear un ejemplo de complejidad contrapuntística y densidad textural que logra emocionar por su belleza.
The Orlando Consort, que lleva a sus espaladas casi tres décadas de carrera –el año próximo cumplirá su trigésimo aniversario–, acudió a su cita madrileña con tres de los habituales en su formación, dos de los cuales continúan hoy día desde su fundación. Es el caso del tenor Angus Smith y del barítono Donald Greig. Mark Dobell –que reemplazó a inicio del siglo XX al legendario tenor Charles Daniels– y David Gould –sustituyendo en esta ocasión a Matthew Venner, titular del conjunto, que a su vez reemplazó hace pocos años al cuarto miembro fundador, Robert Harre-Jones–, completaron el cuarteto británico. La discografía del ensemble –que alcanza casi la treintena de registros– da buena muestra de su querencia por el repertorio tardomedieval y el renacentista. Sin embargo, como así se plasma en la misma, la atención prestada por el grupo a los géneros vocales profanos y al repertorio sacro y profano medieval ha sido mucho mayor que su atención hacia la polifonía renacentista sacra. No es baladí, porque a tenor de lo escuchado en el presente concierto, la adecuación para con este repertorio no es la deseada. Los densos motetes franco-flamencos e ingleses se vuelven aún más densos en las voces del cuarteto vocal. El habitual reproche a la frialdad de los conjuntos británicos en estos repertorios se justifica, más que nunca, en sus interpretaciones. Desde luego, y aunque muy cercanos a la tradición británica de conjuntos vocales masculinos como The King’s Singers, The Hilliard Ensemble o Henry’s Eight, no es quizá este conjunto el que ha llevado el repertorio a su máxima excelencia de todos ellos. Por lo demás, las voces ya muy cansadas de Smith –su agudo apenas tiene recorrido y sufre mucho en la administración del aire, especialmente en los finales de frase– y Greig –no es capaz de sostener sobre el grave la estructura arquitectónica de estas composiciones, aunque conserva un registro agudo de noble sonoridad– difícilmente logran el balance adecuado con la juvenil y plena de forma del gran Dobell –magnífico exponente del tenor inglés y sin duda la voz más brillante del ensemble–. Por lo demás, Gould –recordemos, no miembro del conjunto– hizo lo que pudo en su habitual estilo: timbre estridente, líneas angulosas y agudo excesivamente directo–. La afinación se resquebrajó en numerosas ocasiones y el equilibrio entre las voces se disipó notablemente en muchos pasajes, hasta tornarse plúmbeo. A pesar de ello, sigue siendo encomiable observar la capacidad vocal de estos cantores tan veteranos. Solo un país como Inglaterra –con esa tradición coral tan fascinante– es capaz de crear algo así. Sin embargo, únicamente en algunos momentos –des Prez (por la valentía de enfrentarse ante su monumentalidad), du Fay, Ockeghem y Clement– el conjunto logró sonar al nivel que se espera de unos intérpretes de su talla, con limpidez, un gran empaste, pulcra afinación y un logrado balance –eso sí, la distancia expresiva con la que se acercaron a las obras fue siempre la misma–.
Un concierto de gran interés, especialmente por el repertorio y por el marco en el que se encuentra, así como por ofrecer la oportunidad de escuchar a un conjunto de leyenda como este. Sin embargo, Orlando Consort nunca ha estado entre mis conjuntos vocales predilectos, y esta primera vez que lo he podido escuchar en directo ha venido a refrendar mi pensamiento. Aunque de mecanismo complejo –por aquello de conseguir que la atención no se disperse–, sería bueno que la Fundación Juan March intentase trabajar para encontrar una solución a la hora de añadir sobretítulos con la traducción de los textos cantados. Creo que, en ocasiones como esta, ayudaría mucho al público –que por otra parte sigue mostrando las habituales faltas de decoro y comportamiento inadmisible a las que nos tiene acostumbrados en esta sala– a comprender la magnífica unión exitente entre música y texto.
Fotografía: Eric Richmond.
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