El CNDM celebra el aniversario Shakespeare con un concierto en el que, como así ha de ser, un repertorio repleto de hermosura se convirtió en el verdadero protagonista.
Por Mario Guada
Madrid. 02-II-2017 | 19:30. Auditorio Nacional de Música | Sala de cámara. Universo Barroco. Entrada: 10, 15 y 20 €uros. Obras de Matthew Locke, Robert Johnson, John Wilson, Thomas Morley, Richard Edwards, Edward Johnson y Henry Purcell. Berit Solset • The King’s Consort | Robert King.
Donde el dolor amargo el corazón hiere
y la inconsolable pena oprime la mente,
la música con sones de plata
suele enseguida sanar;
la dulce música así cura
las llagas del alma afligida.
En la alegría nos aumenta el gozo,
en el dolor nos alegra el espíritu.
La mente desdichada se libera
complaciéndose en la música.
¿Qué más os digo? Que la música
embelesa nuestros sentidos.
¡Oh regalo del cielo que renueva el alma!
Como el timón a la barca guía,
oh música, a la que eligieron los dioses
para consolar al hombre a quien la zozobra mengua.
Tú conmueves al hombre y la bestia,
¿qué sabio entonces te condenará?
Textos tan hermosos como este fueron los protagonistas de la velada que el Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical brindó a sus asistentes, en un concierto construido en torno a la figura de William Shakespeare, pluma universal y escritor británico más célebre de la historia –tan unido siempre a otras artes, entre las que no podía faltar la música–, de quien el pasado año se conmemoraron los cuatrocientos años de su adiós. Bajo el título El Londres de Shakespeare se confeccionó un programa en el que la presencia del célebre bardo inglés se justificó de diversas maneras. La primera parte transitó por un repertorio a medio camino entre el siglo XVI y un ya avanzado XVII. Gran parte de esta primera parte se sustentó sobre la música de Matthew Locke (1621-1677) para una representación de The Tempest [La tempestad] en 1667. Es sin duda su obra más conocida, además de una de las creaciones más fascinantes en la Inglaterra de la segunda mitad del XVII en el apartado puramente instrumental. Se escogieron varios fragmentos de los conservados, entre los que hubo momentos especialmente hermosos, como su Curtain Tune o su Canon 4 in 2, que cierra la obra. El resto de las obras provenían de canciones de la época, de algunos coetáneos del autor inglés, y otros posteriores, cuyas canciones aparecieron muchas veces citadas en diversas obras de Shakespeare. Es el caso de la afamada Where griping grief [Donde el amargo amargo], obra de Richard Edwards (1525-1566) que aparece citada en Romeo and Juliet. Lo mismo sucede con O Mistress mine [Oh, amada mía], de Thomas Morley (1557-1602), que se cita en Twelfth Night [Noche de Reyes]; Hark, hark the lark [Escuchad, escuchad la alondra], composición de Robert Johnson (c. 1583-1633), aparece citada de nuevo en The Tempest; o la obra anónima The Willow Song [El canto del sauce], citada en el Othello shakespeariano. Por otro lado se interpretaron obras de autores que toman pasajes de los textos del escritor inglés para ponerlos en música: Johnson sobre When that I was [Cuando yo era], de Twelfth Night; o John Wilson (1595-1674) sobre Take, O take those Lips away [Aparta, aparta esos labios], de Measure for Measure [Medida por medida].
El gran protagonista de la velada fue, no obstante, Henry Purcell (1659-1695), que en mi opinión –compartiendo el honor junto a William Byrd y sin considerar a Händel un compositor del país– es el autor británico más exquisito y talentoso en la historia de la música. Célebre como autor de música instrumental, así como en el singular género de la semiópera, Purcell legó un extenso catálogo de obras de tipo incidental, compuestas para utilizarse durante representaciones de obras teatrales en la Inglaterra del momento. Dentro de este género se encuentra la obra que completó la primera parte del presente concierto, una selección de música instrumental compuesta para Timon of Athens en 1678, colaborando con el compositor francés radicado en Inglaterra James Paisible (c. 1656-1721). La segunda parte estuvo consagrada por completo al genio de la pérfida Albión, poniendo en liza una selección de una de sus semióperas más celebradas, The Fairy Queen [La reina de la hadas], compuesta en 1692 y vinculada con Shakespeare por estar basada en su obra A Midsuumer Night’s Dream [Sueño de una noche verano], que tanto impacto ha tenido en la historia de la música –desde el propio Purcell hasta Britten en Inglaterra–. Alternando pasajes orquestales con otros vocales, el público se mostró maravillado por la calidad de su escritura, con esa mezcla tan excepcional de lenguaje francés con el de las islas, en un estilo tan particular que hace de la música inglesa del XVII algo único y verdaderamente fascinante.
La interpretación corrió a cargo del conjunto The King’s Consort, uno de los máximos representantes del historicismo en las islas británicas desde que se fundara allá por 1980. Conjunto de miras amplísimas, han logrado ser reconocidos como uno de los mayores especialistas en la obra de Purcell –de quien han registrado la integral de su música sacra y de sus odes y welcome songs, por ejemplo–, así como en otros autores como Händel o incluso Antonio Vivaldi –grabando la integral de su música sacra–. Acudieron a la cita con el controvertido Robert King al frente –no pocos debates ha suscitado su presencia de gira en España sufragada con dinero público– y con una plantilla reducida casi a la mínima expresión, con seis instrumentistas arropando a la soprano noruega Berit Solset. Soprano de evidentes cualidades vocales, así como de probada trayectoria en el ámbito de la interpretación histórica, se mostró un tanto irregular en la primera parte. Debemos tener en cuenta que la mayor parte de la música interpretada está unida por un indisoluble lazo con la escena y lo teatral, por lo que sacarla de contexto e interpretarla en concierto supone un hándicap mayúsculo. Eran obras cantadas en gran medida por actores más que por cantantes, lo que supone que el aporte expresivo y dramático era casi de mayor importancia que el musical. Solset no se mostró como una cantante especialmente expresiva, presentando así una merma considerable en cuanto a la emoción y la plasmación del texto en la música. Además, su voz, de claros tintes líricos, no encajó adecuadamente con la primera parte del recital, en obras de una línea más íntima y arcaizante –muchas veces con acompañamiento de laúd y un bajo continuo muy leve–, para las que se esperan voces más blancas y neutras, al estilo de las Kirkby, Butt o Nelson, por poner algunos ejemplos. Mostró algunos problemas de afinación, inseguridad en ciertos intervalos –superiores a la 4.ª– y un vibrato a veces excesivo para el repertorio. Sin embargo, su voz se adaptó mucho mejor en la segunda parte, con una escritura más melódica, con mayor posibilidad de ornamentar y con pasajes menos silábicos, en los que poder desarrollar su línea de canto de manera más fluida.
El acompañamiento instrumental brilló por momentos con gran emoción. Fantástica la actuación de Cecilia Bernardini, primer violín para la ocasión, de excepcional técnica y una capacidad expresiva apabullante. Es una de las mejores violinistas barrocas que he tenido el placer de disfrutar en las últimas fechas. Lideró la cuerda con elegancia y acompañó a solo con una línea sugerente y refinada, legando algunos momentos verdaderamente antológicos. Más discretos, aunque muy bien por momentos, el segundo violín de Huw Daniel, algo más comedido pero bien establecido dentro de la cuerda, equilibrando muy bien el discurso con su partenaire; y la viola barroca de Dorothea Vogel, solventando de forma elegante la escritura siempre compleja de la viola en este tipo de obras, con un elemento armónico-rítmico más importante de lo que puede parecer. Impresionantes los tres intérpretes sustentando –sin continuo– la voz en See, even night herself is here [Mirad, la noche misma ya está aquí], de la Fairy Queen de Purcell, probablemente el momento más sutil y hermoso de la velada –con una Solset excepcional aquí, hay que decirlo–. Descomunal también Bernardini en el lamento O let me ever, ever weep [¡Oh, dejadme llorar, llorar para siempre!], en un dúo descomunalmente emotivo junto a Solset.
Por su parte, el continuo brilló todavía aún más, merced a la participación de Robin Michael, imperial en el violonchelo barroco. Pocas veces se ve a un continuista con ese poderío, capacidad expresiva, belleza de sonido y semejante talante de liderazgo. Diría que fue bastante más director que el propio King. Excelente también la actuación de Lynda Sayce, tanto en su versión más renacentista, al laúd, como en la barroca, con la tiorba. Profunda conocedora de los instrumentos de cuerda pulsada del Renacimiento y el Barroco, es una de las leyendas en la interpretación histórica en Gran Bretaña. Su pulsación resulta siempre equilibrada, reflexiva y ajustada a las condiciones que exigen cada pieza y pasaje. Especialmente brillante en el laúd, acompañó con dulzura y aterciopeladas pinceladas de color a Solset. King estuvo notable en clave y órgano, acometiendo su labor al continuo bien, pero sin brillar, y mucho menos en la dirección, casi inexistente y carente de cualquier tipo de liderazgo. Afortunadamente cuenta con un equipo de artistas capaces de dar el máximo en cualquier situación.
Cabe felicitar al CNDM por acercar a varias poblaciones españolas un repertorio tan poco transitado por estos lares, con un nivel de refinamiento tan elevado y una belleza tan fascinante. Desde luego, la música fue en esta ocasión la absoluta triunfadora de la noche.
Fotografía: tkcworld.org
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