Por José Amador Morales
Granada. 5 de Julio de 2017. Palacio de Carlos V. Giuseppe Verdi: Messa da Requiem. Aga Mikolaj (soprano), Marina Prudenskaya (mezzosoprano), Saimir Pirgu (tenor), Christopher Purves (barítono). Orquesta y Coro Nacionales de España. David Afkham, director musical. 66 Festival Internacional de Música y Danza de Granada.
Indudablemente la programación de una obra tan determinante como el Requiem de Verdi, que refleja de manera paradigmática el grado de madurez artística y humana que había alcanzado el genio de Busseto a sus 61 años, es siempre motivo de atención e interés. Una obra que condensa un perfecto conocimiento no ya sólo de la técnica vocal sino de la gran tradición del canto italiano de la que Verdi se sabía, con tanta humildad como responsabilidad, heredero. Un oído mínimamente conocedor atisbará rápidamente reminiscencias acá y allá, en texturas polifónicas (también monódicas en ciertas partes solistas), en desarrollos melódicos más o menos modales, y en pretendidos arcaísmos que, tomados libremente, devienen en todo un homenaje a la prima pratica en general y a su admirado Palestrina en particular. Al mismo tiempo, es evidente una mayor preocupación por el color orquestal y un progresivo refinamiento en este aspecto, ya desde La traviata o I vespri sicilianni pero especialmente fructífero en las obras inmediatamente anteriores a esta Messa da Requiem como Don Carlo o Aida; en estas, por otra parte, tampoco es difícil hallar aquí o allá lógicas evocaciones tímbricas al compartir un lógico concepto tímbrico común producto de la misma etapa de madurez compositiva (amén de los consabidos préstamos melódicos como el célebre “Lacrimosa” procedente del Don Carlo). Es particularmente significativo comprobar las numerosas anotaciones en la partitura que revelan un incuestionable interés y celo por el resultado interpretativo. A todo ello habría que sumar el talento dramático que a esas alturas había desarrollado hasta niveles insospechados por el compositor italiano, y que volcó de manera impresionante en esta curiosa expresión de sensibilidad religiosa por parte de un presunto no creyente.
David Afkham optó por una versión íntima y recogida de la obra, evitando escabrosos riesgos que, ya fuese por la anómala acústica del Palacio de Carlos V o por los meros límites de los conjuntos a su cargo, le eran a priori presumibles. El director alemán impuso desde el principio un sonido básico digno, equilibrio dinámico y agógico, cuidados ataques así como un apropiado sentido del fraseo a la hora de acompañar a cantantes solistas y coro (del que obtuvo mejores resultados que la orquesta). Desde luego, todo ello se reveló audaz y suficiente de partida pero demasiado elemental conforme la obra avanza en su imparable introspección dramática, terminando por adolecer falta de hondura y peso expresivo.
El cuarteto solista reveló su gran irregularidad, basculando entre lo plausible de y lo inadecuado según los casos. A los lógicos problemas de tesitura del barítono Christopher Purves, añadió una poco atractiva voz, clara y nasal, así como una técnica poco solvente. Por otra parte, sus buenas intenciones expresivas se vieron frenadas por una dicción imposible. A pesar de su precario volumen, Saimir Pirgu parecía poseer en principio una materia prima más sana, pero igualmente acusó una continua irregularidad en la emisión y, por ende, en el fraseo, con agudos engolados y forzados, cuando no visiblemente calculados como evidenció en el ‘Ingemisco’. Marina Prudenskaya probablemente aportó el instrumento más interesante, desde un punto de vista meramente canoro, si bien de línea de canto algo prosaica, al contrario que Aga Mikolaj quien, a pesar de su voz en exceso liviana y registro grave prácticamente inaudible, cantó con corrección; tal vez fue la única solista que, a la altura del ‘Libera me’ conclusivo y con la batuta aquí algo más inspirada, logró romper un tanto cierto aire de frialdad que se había ido generalizando en el ambiente.
Fotografía: José Albornoz.
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