La soprano pamplonica y su fantástico conjunto ofrecen un nuevo y hermoso programa en el que la temática navideña y la nana son las protagonistas.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 17-XII-2017. Auditorio Nacional de Música, sala de cámara. XLV Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música. Obras de Orazio dell’Arpa, Carlos Subias, Johannes Hieronymus Kapsperger, Sebastián Durón, Ferdinando Valdambrini, Cristofaro Caresana y anónimos. Raquel Andueza • La Galanía.
Segundo concierto del XLV Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música que organiza el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música/CSIPM, dirigido por Begoña Lolo. Aprovechando las fechas que se avecinan se programó un concierto con el objetivo fallido de convertirse en un Concierto de Navidad en familia, que finalmente fue de todo menos familiar –pocos niños y una edad media altísima entre un público realmente molesto y ruidoso hasta la náusea–. Se contó para la ocasión con el conjunto español de mayor proyección de cuantos se dedican a la llamada música antigua, La Galanía, ensemble cofundado por una de las sopranos de mayor prestigio y presencia en los escenarios de todo el mundo en la actualidad en estos repertorios: la pamplonica Raquel Andueza. Bajo el evocador título de Un blando susurro se presentó un programa claramente diferenciable en tres bloques –más bien tipologías–, cuyas obras se fueron entretejiendo con gran inteligencia y efectividad para el directo. Saber plantear y armar un buen programa de concierto es una necesidad que no todos los intérpretes y conjuntos saben llevar a cabo con buenos resultados. Este programa me pareció un ejemplo perfecto de cómo plantear música realmente hermosa e imbricarla de forma muy inteligente para atraer al oyente y mantenerle fascinado durante ochenta minutos.
Entre las tres tipologías genéricas que conformaron este recital se encuentra la nana sacra –si se me permite la acepción–, esto es, una pieza en la que un personaje sagrado canta a otro en diversas circunstancias, aunque normalmente se trata de la Virgen que le canta al pequeño Jesús. Es, en definitiva, un concepto clásico de la nana, pero llevado al terreno religioso, a veces presentado de forma directa y otras veces más intrincada, incluso con textos en los que un narrador comenta la escena. De las cinco nanas interpretadas, la totalidad de sus textos pertenecen al italiano y todas ellas tiene son firmadas por autores desconocidos del siglo XVII, excepción hecha de la última de ellas [Dormi o Ninno], del fantástico compositor napolitano Cristofaro Caresana (c. 1640-1709). Entre ellas se encuentran bellezas tales como la Ninna Nanna al Bambino Giesù –quizá la más hipnótica y hermosa de todas, junto a la de Caresana–, Dormi, Deh, Dormi, Figlio dormi y Stava in Rozza Cappanella. Es un terreno abonado para la voz de Andueza, pues requieren de calidez, una dicción muy clara y una exquisita dulzura que transporte al oyente –sea o no un niño– hacia los brazos de Morfeo. Algunos momentos, con repeticiones de las fórmulas textuales típicas del género, como Ninna Nanna o Fà la ninna, fà la ninna, ninna la ninna nanna, fueron casi recitadas en un fascinante y emocionante pianissimo, por momentos con poco menos que un leve sustento instrumental. Por lo demás, la presentación de las mismas melodías en la parte del violín deparó algunos de los grandes momentos de la noche, con un Pablo Prieto realmente fantástico, contenido, muy expresivo y logrando un sonido particularmente bello y atrayente en el registro medio de su violín barroco.
Entre la otra tipología de piezas vocales se encuentran las de temática navideña, como los solos al Nacimiento, solos de Navidad, tonadas de Navidad e incluso una jácara de Navidad. Obras en parte de autor anónimo, como la exquisita A la Aurora más bella; la animosa Morenas, gitanas; y la festiva La Nochebuena, zagales. La interesante y desconocida Enamoradito está lleva autoría del ignoto Carlos Subías (fl. 1650). Restan dos brillantes ejemplos de la producción sacra de temática navideña del gran Sebastián Durón (1660-1716): El blando susurro –de una belleza hipnótica– y Vaya pues, rompiendo el ayre –que en su base sobre la jácara resulta festiva y luminosa a partes iguales–.
El tercer bloque quedó conformado por las obras puramente instrumentales, todas ellas ejemplos exquisitos de obras basadas en secuencias armónicas –normalmente ostinati– sobre las que se componían las melodías. Entre ellas, la Bergamasca, la Capona o el Pasacalle son algunos brillantes ejemplos, como quedó patente en esta selección de obras cuidada y representativa en la que destacaron la Capona de Ferdinando Valdambrini (fl. 1646/47), la siempre elegante Marizápalos o los dos magníficos ejemplos –la virtuosística Bergamasca y el descomunal Pasacalle (una obra absolutamente impresionante con ese audaz uso del cromatismo y la modulación)– del manuscrito RM-9322, hallado en la Real Academia de la Lengua y que supone la fuente hispánica más rica de música para violín del siglo XVII. Quedando únicamente otra obra de autor conocido: la célebre –y fascinante– Toccata arpeggiata, de Johannes Hieronymus Kapsperger (1580-1651), llamado Il tedesco della tiorba, quien elabora aquí una escritura fabulosa basada únicamente en una secuencia de arpegios –como haría después Bach en su celebérrimo Preludio n.º 1 en Do mayor de Das wohltemperierte Klavier–.
Un programa rebosante de belleza, de esos que dan ganas de tener tal cual, en una grabación que incite a su escucha constante de principio a fin. No sobra ni falta nada. Todo está bien tal cual está. Y bien está lo que bien acaba… Por tanto, teniendo unos mimbres como estos, solo hacía falta una interpretación a la altura para que el concierto fuera un espectáculo de los que da gusto presenciar. Si bien es cierto que la voz de Andueza no se mostró en plenitud, debido a una afección vocal que mermó sus cualidades, no por ello hay que lamentar un bajón del nivel. Y es que, si algo tiene de bueno esta intérprete es que sus otras –y muchas– cualidades son capaces de balancear el resto si es necesario. Y así fue. El agudo no lució tan radiante como acostumbra, la fluidez y proyección de su línea de canto no estuvo a la altura de lo habitual en ella, e incluso la belleza de sus frases se vio un poco mermada por un exceso de aire. Pero Andueza fue capaz de desarrollar un registro medio realmente carnoso, con un timbre bellamente pulimentado, en el que destacó su capacidad expresiva en las dinámicas bajas. Aun no teniendo sus capacidades al máximo –en un concierto que quizá no debería no haberse llevado a cabo–, esta intérprete es capaz de emocionar y hacer contener la respiración en muchos momentos. Sigue siendo expresiva como la que más, con una capacidad superlativa de transmitir lo que canta, además de una dicción insuperable que no hace sino apoyar precisamente ese punto fuerte: la expresividad. La presencia de Raquel Andueza sobre un escenario es siempre un evento de magnitudes considerables. Y eso, guste o no a quienes consideran que no es una artista de altura, no se encuentra en muchas sopranos de la actualidad. Su inteligencia emocional, aunada a una capacidad de transmisión tan espléndida como poco común la convierten en una intérprete como no hay muchas. Cuando uno es mucho que la voz se puede permitir incluso salir a un escenario sin tener sus cualidades vocales al máximo. El resultado sigue siendo excelso.
Y si encima se tiene el privilegio de contar con un conjunto excepcional para arroparte, pues la ocasión alcanza cotas de excelencia más que considerables. No todos los conjuntos actuales –no ya solo en España, sino en todo el mundo– pueden contar con un violinista del nivel del ya mencionado Pablo Prieto, un arpista inconmensurable, como es Manuel Vilas –sin duda el exponente máximo de las arpas históricas en este país–, además de dos especialistas de primer nivel en la cuerda pulsada: Pierre Pitzl, con su inseparable guitarra, y Jesús Fernández a la tiorba. De su magisterio dieron buena muestra momentos como el brillante Marizápalos, a solo de Vilas, o la impresionante Arpeggiata, con un Fernández Baena pletórico –de las tres veces que le he escuchado esta pieza en directo, sin duda esta ha sido la mejor, con una fluidez y una sprezzatura dignas de mención–. Si a todo ello se le suma una inteligencia artística como la de David Mayoral, con sus siempre selectas, certeras y soberbias percusiones –qué lujo escuchar su inmensa capacidad para aportar a cada obra el toque, color y carácter absolutamente adecuados–, la velada no puede ser menos que deliciosa. Sin duda, Andueza y La Galanía son un lujo para este país. Que la inteligencia de los programadores los guarde por muchos años, porque perderse en nuestros escenarios a intérpretes de este calibre sería un sacrilegio que no se debería permitir ni perdonar.
Digno de mención, aunque a la inversa, el comportamiento absolutamente lamentable del público asistente. Los picos de ruidos rozaron, en muchos momentos, lo indignante. Cabría preguntarse si España puede considerarse un país culturalmente civilizado si seguimos contando con un público como este. ¿Realmente es posible soportar un nivel de efectos sonoros de todo tipo cuando uno está sobre un escenario? La respuesta es clara y única: no. Estadísticamente es imposible que entre un público aproximado de seiscientas personas se escuchan tantas toses, ni siquiera en plano diciembre. Creo que debemos empezar a plantearnos seriamente si estamos teniendo público por encima de nuestras posibilidades. Por otro lado, ahora sí mucho más amable, no me gustaría dejar de comentar el honesto y agradecido gesto de Andueza al alabar el trabajo de los musicólogos –los Ars Hispana entre otros–, un gremio al que aplaudió y del que se declaró dependiente, pues sin ellos los artistas no podríamos vivir. Ojalá otros muchos aprendieron a valorar la labor que los musicólogos realizan en este y otros ámbitos de la cultura musical de este país.
Fotografía: lagalania.com
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