Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Madrid. 7-XI-2017. Auditorio Nacional, sala de cámara. Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Música de Wolfgang Amadeus Mozart, Frédéric Chopin y Johann Sebastian Bach. Piotr Anderszewsky.
Un día, siendo yo un niño, mi madre llegó a casa con un regalo para mí; sin haber hecho nada especial para merecerlo, sólo por el hecho de llevarle a su hijo algo que pudiera interesarle y, por qué no, contribuir un poco a acrecentar su interés por la música. Se trataba de un documental en DVD llamado El arte del piano, producido por la BBC en el año 1999, y que posiblemente muchos de los lectores conozcan. En ese documental, apenas pasados diez minutos del comienzo, un joven pianista hablaba — sentado frente a un imponente Steinway— acerca del gran Josef Hofmann. Ese pianista era Piotr Anderszewsky. Hoy, una buena colección de años después, puedo decir que le he visto tocar en directo y que, en contra de lo esperado, ha sido en parte una decepción.
El programa que Anderszewsky tenía preparado para el público madrileño era, por decirlo así, inconexo. Comenzó con la Fantasía en do menor K475 de Wolfgang Amadeus Mozart, seguida de la Sonata en do menor K457. Dejando a un lado el hecho de que no son pocas las —autorizadas— voces que rechazan abiertamente la interpretación consecutiva de ambas piezas, el pianista polaco no consiguió mantener el interés durante demasiado tiempo. La Fantasía fue tan lenta, tan extremadamente delicada, que resultó aburrida por falta de verdadero contraste. La Sonata se mantuvo en esa misma línea. Anderszewsky repitió no sólo la exposición del primer movimiento, como es habitual, sino también todo el desarrollo y la reexposición. Cierto que en algunas de las sonatas de Mozart se indica repetición de la segunda parte del movimiento, pero, parafraseando a Brendel, en la era de las grabaciones no es necesario incidir de manera constante en un mismo material temático, sobre todo cuando esto afecta a la coherencia formal de la pieza. El segundo movimiento fue, al igual que la Fantasía, demasiado delicado, demasiado poético y, en consecuencia, plano. De nuevo Brendel viene a ayudarme con esto cuando dice que Mozart no es de porcelana, ni de mármol, ni de azúcar, y que quien lo interpreta de manera excesivamente poética corre el riesgo de encerrarlo en una urna de cristal y no dejarlo respirar.
Un salto temporal hacia delante nos llevó a la Polonesa-Fantasía Op. 61 de Frédéric Chopin, una de las creaciones más conocidas del compositor, aunque sobre cuya genialidad tengo mis reservas. Naturalmente se trata de una gran obra, pero no la pondría al nivel de las Baladas o los Scherzos. No es arriesgado suponer, por su estructura, su variedad temática y sus contrastes, que Chopin buscaba la apariencia de la improvisación. Sin embargo, dudo mucho que nada en el proceso de creación de la obra se haya dejado al azar y, precisamente por estar todo perfectamente calculado, la impresión general que el Op. 61 me produce es de escasa espontaneidad —como también sucede con la Fantasía Op. 49 en fa menor—. A día de hoy no he encontrado todavía ni un solo acercamiento a la pieza, por virtuoso que sea el intérprete, que le aporte la coherencia formal necesaria para despejar por fin esa impresión. Cierto es que esperaba que Anderszewsky me hiciera cambiar de parecer, pero no fue así. El pianista continuó avanzando por el mismo camino, excesivamente contemplativo, que recorrió con Mozart. Un camino que, aunque puede ser deseable en otros autores, acaba por resultar demasiado monótono para Chopin y consigue que el interés se disperse rápidamente.
Después del intermedio nos esperaban dos ciclos de Mazurkas chopinianas, el Op. 59 y el Op. 56 interpretados en ese orden. Mucho más interesante fue la visión que Anderszewsky aportó de estas piezas que, quizá por su brevedad, quedaron muy claramente perfiladas y supusieron uno de los momentos más notables del recital. Tras Chopin, un nuevo salto temporal, esta vez hacia atrás, nos llevó a la Suite Inglesa BWV 808 de Bach. El cambio que parecía haberse producido en la dinámica del recital quedó confirmado rápidamente en el Preludio de la suite. Se apreció un sonido diferente, mucho más contrastante, con una riqueza tímbrica y de planos sonoros que consiguió mantenernos pendientes de cada nueva frase, de cada nuevo giro armónico. Destacó la delicadeza —en este caso totalmente justificada y apropiada— de las Zarabandas y la claridad rítmica de las Gavotas. Asimismo, la Giga fue una exhibición de control y velocidad que arrancó del público una sonora ovación.
Agradeceríamos a Scherzo, que siempre organiza de manera impecable sus conciertos, que cuando una obra esté formada por más de un movimiento lo indicase claramente en el programa de mano. Incluso el oyente experto puede no recordar o no conocer el número de piezas exactas que componen una suite o la indicación de tempo de cada movimiento de sonata si no se especifica en el programa. Además, se evitarían los aplausos fuera de lugar.
El recital de Piotr Anderszewsky estuvo lejos de ser perfecto. La segunda parte nos hizo pasar un rato agradable, pero la primera fue monótona y gris, sin relieve. No puedo ocultar mi decepción con un pianista al que ya había escuchado anteriormente en algunas grabaciones —especialmente en vivo— muy interesantes y en el que tenía depositada una cierta confianza. Confiemos en que haya una nueva ocasión de verlo en Madrid y que todo sea distinto entonces. A fin de cuentas, hasta los grandes tienen un mal día.
Fotografía: Simon Fowler/WarnerClassics.
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