El conjunto español, residente del CNDM y que celebra su 25.º aniversario, palideció sobre el escenario con una actuación en la que afloraron problemas profundos técnicos y de concepto.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 2-XI-2017. Auditorio Nacional de Música, Sala de cámara. Centro Nacional de Difusión Musical. Universo Barroco, #Monteverdi4.5.0. Música de Tiburtio Massaino, Claudio Monteverdi, Carlo Gesualdo, Giovanni Pierluigi da Palestrina y Luca Marenzio. Musica Ficta • Ensemble Fontegara | Raúl Mallavibarrena.
Después del exitoso y memorable concierto firmado por Concerto Italiano | Rinaldo Alessandrini, que elevó al cielo de Madrid la música de Il divino Claudio –en este doblete de ciclos Universo Barroco y #Monteverdi4.5.0 con el que el Centro Nacional de Difusión Musical está dedicando gran atención al compositor cremonés Claudio Monteverdi (1567-1643)–, el nivel volvió a decaer, de sopetón y sin aviso, golpeándose de forma estrepitosa contra el escenario de la sala de cámara del Auditorio Nacional de Música. Y es que, hay que decirlo, pocas veces se ha escuchado un Monteverdi menos monteverdiano que el de esta velada –en directo nunca lo había escuchado así–. La falta absoluta de su esencia y el empeño en motetizar –sin fundamento– los madrigales programados, resultaron un error de concepto que hizo de esta velada un fracaso de proporciones notables. Creo que un artista debe interiorizar –de forma reflexiva y más cuando se llevan veinticinco años de carrera– aquello a lo que puede enfrentarse y a lo que no. ¿No hubiera resultado mucho más inteligente interpretar aquí al Monteverdi sacro –con algunos de sus motetes, por ejemplo–, el cual se hubieran adaptado mucho mejor a la concepción que de la música tienen el conjunto español Musica Ficta? No me cabe la más mínima duda. Y es que interpretar madrigales a dos por parte ya es un riesgo notable, pues si ya es complejo hacerlo con un solo cantor –que ha de estar muy preparado para ello–, el riesgo de hacerlo con dos exige de una conexión entre todos los cantores absolutamente profunda, sin el mínimo resquicio, pues de lo contrario la arquitectura monteverdiana se puede venir literalmente abajo. La genialidad de Monteverdi palideció en las interpretaciones de las cuatro piezas de la velada: Ohimè il bel viso a 5, SV 112; Zefiro torna a 5, SV 25; Lagrime d’amante al sepolcro dell’amata [Sestina] a 5, SV 111; y Ecco mormorar l’onde e tremolar le fronde a 5, SV 51. La falta de equilibrio entre las líneas vocales, la expresividad absolutamente equivocada y a veces inexistente, la emisión excesivamente directa y con un trabajo dinámico muy limitado, la elección de voces netamente mejorable –las sopranos, por ejemplo, fueron cuatro muestras de cantantes diametralmente distintas entre sí, lo que provocó constante problemas de afinación (global y entre cada una de ellas), entradas confusas y poco nítidas, una dicción pastosa que hizo incomprensible el texto e incluso momentos de sonido un punto desasosegantes– y la falta de un concepto aposentado y reflexivo de quien está al frente de todos ellos, Raúl Mallavibarrena, provocó que Monteverdi se mostrase como una ridícula expresión de lo que en verdad es.
Algo mejor el resto del programa, aunque lejos de lo que se le supone a un conjunto que cumple su 25.º aniversario y que ostenta, además, esta temporada la residencia como conjunto barroco –extraña denominación para un ensemble que ha destacado mucho más, históricamente, por su acercamiento al repertorio renacentista– en el CNDM. La actuación se completó con obras de autores europeos del momento, sin un hilo conductor especialmente sólido y bajo el título de Parole per l’anima [c. 1600]: música sacra y profana en tiempos de Monteverdi. De Giovanni Pierluigi de Palestrina (1525-1594) –presente aquí por representar ese stile antico que todavía estaba en boga cuando Monteverdi desarrolló parte de su carrera, y que se opone a la nueva corriente compositiva que azotó Europa a finales del siglo XVI– se interpretaron dos de sus magníficos motetes: Sicut lilium inter spinas a 5 y Ego sum panis vivus a 5, que no brillaron con la refulgencia que desprende su límpida, diáfana y asombrosa escritura. Luca Marenzio (1553-1599), otros de los grandes representantes del madrigal renacentista, estuvo representado por Non vidi mai dopo notturna pioggia a 4. Carlo Gesualdo (1566-1613), el atormentado principe di Venosa, conte di Conza e signore di Gesualdo, destacó por igual en el género del madrigal y en el ámbito de la música sacra. Precisamente esta faceta sacra fue la representada por su impresionante Ave dulcissima Maria a 5, brillante ejemplo de su complejidad armónica extrema y de su contrapunto fascinante y ondulante, que de nuevo palideció en una versión extremadamente plana, en la que no se apreció un trabajo de balance interlineal ni de expresión retórica –que aquí la hay, y mucha–. Quizá lo más interesante de la noche fueron sendos motetes de Tiburtio Massaino (a. 1550-p. 1608), que abrieron y cerraron el programa, quien está representado aquí únicamente por coincidir en su ciudad natal con Monteverdi. En cualquier caso, Massaino, que es un excelente compositor –años ha lo dejó bien claro el Huelgas Ensemble de Paul van Nevel–, salió un poco mejor parado a través de Non turbetur cor vestrum a 7 y Angelus Domini a 7, a pesar de que volvieron a aparecer los fantasmas de toda la noche.
Sin duda, ninguno de los intérpretes gozó de su mejor noche e incluso muchos de ellos sufrieron de una evidente tensión sobre el escenario, imagino que conscientes del resultado del concierto. Se trata de una música compleja, que requiere de mucho trabajo previo –esencial– y que, especialmente, requiere de un grupo cohesionado y cuyos miembros –si no el 100%, sí un porcentaje muy elevado– lleve trabajando junto durante años. Esta problemática es permanente en este tipo de formaciones españolas. Qué difícil es ver un conjunto que se mantenga fiel a una plantilla y, sobre todo, qué difícil dejar de ver a ciertos cantantes formando parte de varios conjuntos a la vez, con la personalidad que esto le resta al sonido de cada conjunto y la terrible homogeneización que comporta. Como decimos, el apartado vocal fue ampliamente lo más crudo, con evidentes problemas de conexión entre las líneas y una inseguridad e incomodidad patentes. Un punto más interesante resultó el concurso de las tres continuistas Ensemble Fontegara –hermano de Musica Ficta–: Laura Puerto al órgano, Sara Águeda al arpa y Lixsania Fernández al violone. Aún con todo, no tuvieron tampoco su mejor noche –imagino que por falta de un criterio que conjugara su trabajo con el de las voces–, como evidenciaron los problemas de equilibrio sonoro entre ellas y para con los cantantes–, los desajustes rítmicos y una independencia absoluta en relación al sonido global.
Lamentablemente, en ningún momento el conjunto sonó como tal, sino como un grupo de intérpretes que se unen para dar vida a un repertorio concreto sobre un escenario. La música, entiendo, debe ser algo más que esto. Cuándo aprenderemos que un conjunto vocal sólido no es –nada más lejos de la realidad– la unión, más o menos frecuente, de un grupo de cantantes de cierto nivel. De no existir una labor continúa y conjunta, el resultado no va a ser el deseado, al menos en los términos de lo que se entiende por un conjunto vocal del nivel como los que es posible encontrar en países como Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania o Italia, por poner algunos ejemplos, e incluso en honrosos casos españoles. Me hago cargo: las condiciones no son óptimas, el camino a transitar arduo, los obstáculos puestos por el camino por instituciones y programadores a veces insalvables; mientras tanto, las facturas se tienen que seguir pagando y la ingente cantidad de conjuntos dedicados a la música antigua –en mi opinión se han reproducido por encima de nuestras posibilidades– tienen que sobrevivir. Sin embargo, quizá en algún momento deberíamos poner a la música por encima de ello. Habrá que reflexionar sobre el modelo que se ha creado en España y sobre la conveniencia o no del mismo en términos de respeto a la propia música. Da mucho que pensar. Por mi parte, albergo cierta esperanza para poder escuchar a este conjunto en un marco interpretativo más favorable, con el próximo programa que interpretarán, de nuevo para el CNDM, bajo el título Un peregrinaje musical en la Europa de Carlos V. El camino de Flandes.
Compartir