El conjunto vocal danés planteó un programa cuya amalgama de estilos y complejidad técnica terminó por superar su capacidad para asimilarlo.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 18-X-2017 | 19:30. Fundación Juan March. El motete, de principio a fin [Ciclo de miércoles]. Entrada gratuita. Obras de Jan Pieterszoon Sweelinck, Samuel Scheidt, Antonio Lotti, Johann Sebastian Bach, Carl Philipp Emanuel Bach, Wolfgang Amadeus Mozart, Thomas Attwood, Christoph Ernst Friedrich Weyse, Robert Lucas Pearsall, Felix Mendelssohn, Anton Bruckner y Josef Gabriel Rheinberger. Musica Ficta [Copenhagen Vocal Ensemble] | Bo Holten.
La interpretación musical es, en cierta manera, como un deporte de riesgo: si uno se arriesga demasiado, si no mide bien sus pasos, puede precipitarse al vacío. Este bien podría ser el resumen del tercero de los conciertos del ciclo El motete, de principio a fin, que la Fundación Juan March está llevando a cabo, semanalmente, a lo largo de este mes de octubre. Tras dos primeros conciertos con dispar resultado [léanse aquí las críticas de laReverdie y The Orlando Consort], el tercero tuvo como protagonista a Musica Ficta –ni el colombiano ni el español, sino el danés–, el ensemble vocal que dirige Bo Holten, una de las figuras nórdicas de la dirección coral más destacadas del panorama.
Uno de los serios problemas que acechan permanentemente a un director es el confeccionar un programa que cumpla con múltiples requisitos: ceñirse a las expectativas del programador –en este caso con una forma y género muy concretos–, adaptarse bien al orgánico y a las capacidades de su conjunto, y, por último, ser capaz de decirle algo al público presente con su elección final. Pues bien, si se analiza desde esta perspectiva tripartita el presente recital nos podemos encontrar con los siguientes resultados. En lo referente al primero de los pilares hay que destacar la problemática, en nomenclatura y ubicación, del género motete en las épocas que protagonizaron el presente concierto: Barroco, Clasicismo y Romanticismo. Y es que, con el paso del tiempo y especialmente después del Renacimiento –donde la forma tenía, por normal general, un encuadre muy conciso–, se fueron englobando bajo el término motete una serie de formas que estrictamente no pueden considerarse como tal. Si bien su esencia, en lo más simplista –obra polifónica de carácter sacro y con texto en latín–, puede albergar varias de esas formas foráneas, también es cierto que otras de sus principales características –canto devocional con una notable función litúrgica– dejan fuera a otras, varias de las cuales fueron presentadas en este concierto: salmos, concierto sacro, misa, letanía y canción. Dicho de otra manera, el concierto estuvo protagonizado, en buena medida, por motetes que, o bien no eran motetes, o bien lo eran a medias. Quizá se trate de una bienintencionada muestra del amplio espectro del término motete, pero quizá se podría haber sido más estricto con un género en el que en este lapso temporal –tres siglos– se encuentran sobrados y magníficos ejemplos.
El segundo punto de análisis fue el especialmente problemático. Musica Ficta es un conjunto con una inclinación notable hacia los repertorios renacentista y barroco, pero que opta también por expandir su horizonte hacia repertorios más tardíos, siendo un conjunto de repertorio amplio y ciertamente ecléctico. Ahora bien, no siempre uno se adapta bien a todo, por mucha querencia que le tenga a ello. Teniendo en cuenta que se trata de un ensemble con un orgánico muy definido –por lo general conformado por ocho cantores sin acompañamiento–, surgen elementos que hacen que las interpretaciones caigan por su propio peso. La primera parte se compuso de seis obras, en un recorrido que transitó por los inicios del Barroco hasta el mismísimo Mozart. Dos obras policorales abrieron el concierto, sendas obras de Jan Pieterszoon Sweelinck (1562-1621) –su salmo Ainsi qu'on oit le cerf bruire SwWV 42, adaptación vernácula del célebre Sicut cervus desiderat ad fontes, que forma parte de su Livre Troisieme des Pseaumes de David, en la que el género de la chanson ejerce una notable influencia– y Samuel Scheidt (1587-1653) –Ein feste Burg ist unser Gott, n.º 16 de sus Cantiones Sacræ SSWV16, fantástico ejemplo en el que, sobre el célebre coral luterano que lleva por título, se crea una pieza de poderosa e idiomática escritura germana–. Del compositor veneciano Antonio Lotti (1667-1740) se interpretó la que es quizá su obra más emblemática, el Crucifixus a 8, breve y hermosa musicalización de esta parte de la misa, que destaca especialmente de entre sus otros dos ejemplos, a 6 y 10 partes respectivamente. Johann Sebastian Bach (1685-1750) no podía faltar en un repaso del motete en el Barroco, por lo que de él se interpretó su magnífico Komm Jesu, komm BWV 229, impresionante ejemplo de su escritura a 8 en doble coro, con una magistral fuga central y un evocador coral conclusivo. Muy interesante la propuesta –por lo curiosa de la misma y las ínfimas posibilidades existentes hoy día de escuchar en directo– de Die neue Litanei Wq 204/1, de Carl Philipp Emanuel Bach (1714-1788), una pieza –de nuevo a doble coro– de brillante concepción, complejas modulaciones y una escritura ardua sobre una estructura aparentemente simple, que sorprende por lo avanzado de su armonía y su complejidad técnica. Para concluir, el siempre genial Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), en un arreglo coral del afamado Ave verum corpus, en el que se pone en voz incluso la parte del acompañamiento orquestal.
Una primera parte en la que el conjunto danés logró sacar adelante –aun con ciertos problemas– al menos un porcentaje del mismo, aunque ni el lenguaje policoral del Barroco temprano, ni las sutilezas que exige la composición de Lotti brillaron especialmente. Por supuesto, la densidad estructural y contrapuntística del motete bachiano no fue secundada con la calidad esperable por las ocho voces, que realmente se vieron sobrepasadas ante tal exigencia virtuosística e intelectual. Sin duda lo más interesante llegó de la mano del vástago de Bach, con una interpretación bien equilibrada, en la que los tremendos escollos armónicos y de afinación fueron solventados con el habitual sonido pulcro y bien balanceado del conjunto danés. De cualquier manera, la acústica de la sala no favoreció especialmente el empaste, escuchándose las voces con demasiadas individualidades, algo siempre peligroso para un conjunto de este tipo. El cierre, de la mano de Mozart, fue elegante y muy delicado, a pesar de que el arreglo de las partes orquestales enturbiaba más que aportaba.
En la segunda parte el concierto se vino directamente abajo. El repertorio planteado sencillamente no va acorde ni a la vocalidad nórdica tan característica, ni al orgánico presentado, ni al carácter infundido por Holten a las piezas. Quizá la delicadeza y liviandad del salmo Teach me, o Lord a 4, de Thomas Attwood (1765-1838), o los arreglos corales de las canciones Bliv hos os, når dagen hælder y Den store, stille nat går frem, del autor danés Christoph Ernst Freidrich Weyse (1774-1842) lograron aguantar el peso de las interpretaciones de Musica Ficta, pero ni la aparente sencillez del bellísimo Lay a garland, del británico Robert Lucas Pearsall (1795-1856), ni por supuesto la densidad y la exigencia de sonoridad de Felix Mendelssohn (1809-1847) [Denn er hat seinen Engeln befohlen a 8 Op. 70] y de Anton Bruckner (1824-1896) [Locus iste a 4 WAB 23 y Ave Maria a 7 WAB 6] lograron convencer, sino que dejaron ver las costuras de una formación que intentó abarcar más de lo que pudo asumir. El fantástico Abendlied a 6 Op. 69, n.º 3, de Josef Gabriel Rheinberger (1839-1901) tampoco alcanzó lo esperado en su escritura comedida pero repleta de sutilezas imitativas y de frases largas y exigentes en su tesitura. Sin duda, el paso de los minutos y la exigencia sonora cada vez mayor hicieron que el concierto se les fuera haciendo más y más cuesta arriba a los de Holten, quien puso un notable empeño en levantar la situación, pero sin fortuna. Claramente se trata de una mala elección de repertorio. Por número de cantores, por carácter y por cercanía al repertorio, las obras de Mendelssohn, Bruckner o Rheinberger se presentan muy alejadas de la zona de confort del conjunto. Por lo demás, los ocho cantores, si bien con una técnica importante y siendo buenos ejemplos de lo que ha de ser un cantor de conjunto, denotaron ciertos problemas de empaste –momentos a unísono con disparidad de opiniones en cuanto a la afinación–, pero también entradas y cortes un tanto inexactos, amén de una disparidad de timbres bastante acusada, especialmente notable en tenores y bajos. Por lo demás, una cuerda de altos con escaso brillo –lástima, porque los momentos en los que se hacían notar llamaban al interés– y una línea de sopranos que sin duda fue lo más destacado de la noche, con ese sonido de cabeza tan bien sustentado, con mucha proyección, un registro agudo pulido y directo, pero elegante, y una presencia del vibrato muy comedida.
En resumen, un riesgo muy alto el tomado por Holten y su conjunto, lo que se plasmó en una caída poco menos que al vacío y sin paracaídas. Lástima de oportunidad para escuchar en condiciones óptimas al que es sin duda un buen conjunto, pero que no supo plasmar sobre el escenario de la Fundación su verdadera calidad. Lo importante de tomar buenas decisiones interpretativas antes del directo… Qué poco parece que se valora esto por muchos artistas y qué inmensa influencia tiene en el resultado final. Quizá para la próxima...
Fotografía: ficta.dk
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