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Crítica: 'Madama Butterfly' en el Teatro Real de Madrid

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de julio de 2017

PUCCINI POR ENCIMA DE TODO

   Por Raúl Chamorro
Madrid, 4 y 6-VII- 2017, Teatro Real. Madama Butterfly (Giacomo Puccini). Hui He/Ermonela Jaho (Cio-Cio-San), Vincenzo Constanzo/Jorge de León (Pinkerton), Luis Cansino/Ángel Ódena (Sharpless), Gemma Coma-Alabert/Enkelejda Shkosa (Suzuki), Francisco Vas (Goro), Scott Wilde (El tío Bonzo). Orquesta y coro Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Marco Armiliato. Dirección de escena: Mario Gas.

   Madama Butterfly es uno de esos casos en que, una ópera totalmente asentada en el repertorio desde hace años y con status indiscutible de obra maestra tuvo un estreno de lo más escandaloso. Un fiasco en todos los sentidos, en que el público del Teatro alla Scala de Milán se mostró cruel y hasta sarcástico. Un día, aquel 17 de febrero de 1904, en que las protestas y la rechifla acogieron la creación Pucciniana. Todo ello provocó la inmediata retirada de la obra por parte los autores y el editor Giulio Ricordi. Es sorprendente, como contra viento y marea y especialmente contra el pensamiento del propio Ricordi, un hombre de tan acreditada intuición teatral como Puccini insistió en estructurar la obra en dos largos actos, especialmente el segundo que alcanzaba la hora y media de duración. El propio Arturo Toscanini, que pudo hacerse con la partitura antes del estreno advirtió a la soprano Rosina Storchio (primera intérprete de Butterfly) que la obra tal y como estaba diseñada podría estrellarse y señaló después del exitoso reestreno de la ópera tres meses después en Brescia, que los aparentemente leves cambios efectuados por Puccini –espoleado por Tito Ricordi, hijo y heredero de Don Giulio que a diferencia de su padre, siempre creyó en Butterfly al igual que el compositor, por supuesto, que siempre amó esta ópera como a ninguna otra de sus hermanas- eran más importantes de lo que parecían y que hubiera o no complot urdido por el editor Sanzogno (rival de Ricordi) para provocar la caída de la obra en su estreno, el fracaso tenía su explicación y que los retoques efectuados –fundamentalmente dividir el acto segundo en dos y añadir la romanza “Addio fiorito asil” para el tenor-eran acertados y explicaban en cierto modo el “desquite” de Madama Butterfly tres meses después de su accidentado estreno. Lo cierto es que el genio de Lucca realizó hasta cuatro versiones más de la obra.  

   Dentro de la gloriosa galería de personajes femeninos Puccinianos, Cio-Cio-San (Madama Butterfly), una especie de Dido japonesa, ocupa un lugar especial y así la consideró siempre su autor, que trabajó en la obra con un entusiasmo inusitado y diseñando este personaje con un mimo, dedicación y cariño muy especiales.

   Por tercera vez (las anteriores fueron el año 2002 y 2007) el Teatro Real proponía el montaje propio a cargo de Mario Gas con escenografía de Mario Frigerio y figurines de Franca Squarciapino –impecable la labor de estos últimos– que tiene como idea única y principal el plantear del desarrollo de la obra como si fuera el rodaje de una película en blanco y negro de los años treinta con la consecuente proyección de las imágenes en grandes pantallas dispuestas en la sala. La producción no es que sea especialmente bella a la vista, aunque funciona aceptablemente bien con un movimiento escénico convencional pero solvente y expone la obra sin extrañas ocurrencias.  Eso sí, contiene algunos elementos desacertados y que restan potencial dramático a la obra. La entrada de Butterfly debe ser algo mágico. Piensen que siempre que entra la protagonista femenina en una ópera de Puccini es algo especial, pues imaginen en su personaje más querido. Su entrada debe ser (y las indicaciones del músico toscano eran muy detalladas) subiendo por la colina rodeada por sus familiares y amigas en un efecto fascinante y de suspensión temporal creado también, por supuesto, por la maravillosa música que lo enmarca. Pues no, en este montaje está sola a la izquierda sentadida a la fresca en un porche, destruyendo todo el hechizo del momento. Tampoco es acertado que al final, cuando la protagonista yace ya muerta, no entre en escena Pinkerton, que ha de arrodillarse ante el cadáver de la infortunada japonesa y Sharpless, que coge en brazos al niño, perdiéndose con ello grandes dosis de fuerza dramática.

    Dos intérpretes muy distintas abordan en esta serie de funciones uno de los personajes más emblemáticos del repertorio operístico. En la representación del día 4 de julio, la soprano china Hui He, de voz ancha y carnosa en el centro, con un agudo solvente, pero limitado (no se va al Do optativo en su salida) y sin squillo. Su escuela de canto es estimable, con sentido de la línea, pero el timbre carece de seducción y el fraseo, compuesto, resulta ánónimo y ayuno de incisividad. Como intérprete resultó demasiado sobria, poco expresiva, definitivamente plana. El día 6, la albanesa Ermonela Jaho en su tercera comparecencia –después de Violetta y Desdemona– consiguió su mejor creación en el Teatro Real. Las abundantes limitaciones vocales están ahí, por supuesto, pero la acentuación del elemento sentimental, que en Verdi no sirve, le ayuda en Puccini. Estamos ante un material muy modesto, limitado de volumen, inexistente en el grave y desguarnecido en el centro. Una especie de Musetta desembarcada en Nagasaki, que en el primer acto resalta el lado frágil y aniñado del personaje, paseándose por la línea (a veces rebasándola) de lo excesivamente melindroso y afectado (especialmente embarazoso fue su “Quindici anni netti, sono vecchia di già”). En la segunda parte refleja bien la enorme evolución del personaje, ya toda una mujer y aunque sus limitaciones vocales hacen que en algunos momentos desaparezca la soprano (como en la muy central y grave primera parte del muy dramática aria “Che tua madre”), la convicción de su faceta interpretativa y la innegable sensibilidad de la cantante, musical y correcta vocalista, que se prodiga en abundantes filados –la mayoría son falsetes– lograron una eficacísima creación que, innegablemente, llegó a la mayor parte del público, que emocionado, la ovacionó con entusiasmo. Pinkerton, prototipo de personaje antipático para el público, no es un simple malvado o un mero mequetrefe como a veces se le considera. Es un inconsciente, que busca divertirse sin medir ni pensar las consecuencias. Simboliza la colonización económica y cultural por parte de la nación emergente y poderosa sobre otra atrasada y aún con estructuras medievales y que le confiere la posibilidad de un matrimonio desequilibrado, que puede romper cuando desee y que para él sólo será un mero divertimento, porque, como expresa claramente, un día espera casarse de manera veraz con un verdadera esposa americana. Al final, consternado y superado por el remordimiento, se muestra como un cobarde incapaz de dar la cara. En la función del día 4 el tenor italiano Vincenzo Costanzo encarnó muy bien un prototipo habitual de la lírica actual. Cantante inmensamente joven, apuesto, y con un inexistente bagaje técnico, con una asombrosa carencia de los mínimos rudimentos canoros. Desimpostación, ausencia de un correcto apoyo sobre el aire, proyección mínima, zona de pasaje y franja aguda atacada de cualquier manera, fraseo de colegial, envarado en escena… y es una pena, porque se adivina un bonito timbre italiano. Por su parte, el día 6, el tenor canario Jorge de León lució su material vocal de calidad, robusto y viril, con agudos squillanti, entre los que cabe destacar el de “America forever”, un sonido de gran efecto en sala y el desahogo con el que aborda la frase, una ensalada de agudos, “E al giorno in cui mi sposerò con vere nozze a una vera sposa americana”. Sin embargo, en el lado negativo, una emisión irregular con cada vez menos sonidos ortodoxos y de calidad, que se entremezclan con notas caídas, retrasadas y bailonas. La falta de gusto, los modos estentóreos, la brocha gorda del fraseo, la ausencia de lirismo, el forte constante, mostrándose fuera de juego en esa primorosa atmósfera de éxtasis amoroso que diseña Puccini al final del primer acto.

   Tanto Luis Cansino –emisión hueca y temblona, legato imposible– como Ángel Ódena –voz robusta, que sonó mate y desigual, canto desaliñado, vibrato cada vez más descontrolado– supieron exponer en el aspecto intepretativo, la humanidad del cónsul Sharpless, un hombre noble y sensato que anticipa lo que va a suceder y advierte en vano a Pinkerton, mientras trata con suma ternura y compasión a Butterfly. La muy correcta y profesional Suzuki de Gemma Coma-Alabert alcanzaría mejor nota si lograra liberar totalmente el sonido, pero claudica ante la ya experta mezzo albanesa Enkelejda Shkosa, que mantiene volumen y potencia, y ofreció un puñado de sonidos restallantes, si bien, no empastó bien con la Jaho en el maravilloso dúo de las flores dada la enorme diferencia de caudal. Magnífico, genuino, el Goro de Francisco Vas –una especie de Piero di Palma español– que aprovecha cada palabra, cada inflexión, para componer un casamentero falsamente servil, sinuoso y taimado.

   Marco Armiliato demostró su experiencia y profundo conocimiento del melodrama italiano en una labor competente, de impecable solvencia, con atención a los cantantes y garantizando unos mínimos de progresión narrativa y tensión teatral. Eso sí, por una combinación de falta de inspiración y mimo incondicional hacia los cantantes (especialmente con la Jaho-no es de extrañar el abrazo que le da al salir a saludar-), no estuvo presente la exuberancia y dimensión sinfónica de la orquestación pucciniana y en el momento en que la orquesta toca sola se tendió al trazo grueso. Faltó, asimismo, transparencia y refinamiento tímbrico en una orquesta a un nivel sólo pasable. Falto de empaste el coro femenino en la salida de Butterfly y discreto en el sublime coro a bocca chiusa, otra de las gemas de esta partitura, una genialidad más fruto del inmenso talento de Giacomo Puccini.

Fotografía: Javier del Real.

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