Por David Yllanes Mosquera
Chicago. 19-XI-2017. Lyric Opera House. Les pêcheurs de perles (Georges Bizet). Mariusz Kwiecien (Zurga), Matthew Polenzani (Nadir), Marina Rebeka (Leïla), Andrea Silvestrelli (Nourabad). Orquesta y coro de la Lyric Opera. Dirección musical: Sir Andrew Davis. Dirección escénica: Andrew Sinclair.
En medio de sus más cacareadas representaciones de Die Walküre, la Lyric Opera of Chicago nos ofrece una propuesta de perfil más bajo, pero con gran atractivo. Se trata de Les pêcheurs de perles, obra de juventud de un Georges Bizet que había ganado una importante competición de composición y se había ganado el derecho a escribir una ópera para el Théâtre-Lyrique parisino. Sin embargo, ni el empresario teatral ni los libretistas (Eugène Cormon y Michel Carré) se tomaron el proyecto demasiado en serio. A la postre, su estreno en 1863 fue un éxito de público pero recibido con escepticismo, incluso hostilidad, por buena parte de la crítica (Berlioz sería una notable excepción). Más tarde, incluso después del enorme éxito de Carmen, los Pescadores siguieron considerándose una obra de poco interés, la partitura original estuvo perdida y su presencia en los teatros fue esporádica.
Esta baja valoración siempre me ha parecido algo sorprendente, dado el intenso melodismo de su música y de la presencia de dos de los números más populares del repertorio de conciertos y recitales: el aria de tenor «Je crois entendre encore» y el dúo tenor/barítono «Au fond du temple saint». En cualquier caso, en tiempos recientes, Les pêcheurs de perles se ha hecho un hueco en las programaciones, aunque no falten quienes la consideren un placer culpable. Se suele alegar una baja calidad dramática del libreto, una simplona historia ambientada de manera poco creíble en una aldea pesquera de Ceilán. Dos hombres, Zurga (recientemente elegido rey) y Nadir (un pescador que regresa tras una larga ausencia) aman a la misma mujer pero juran que esto no romperá su amistad. Para más inri, su objeto de deseo, Leïla, es una sacerdotisa que debe mantenerse virgen. Al final, Leïla y Nadir acabarán juntos y Zurga sacrificándose para salvarlos ante la furia del pueblo, que se cree maldito al haber abandonado Leïla sus votos. Efectivamente, no hay aquí mucha profundidad, pero eso no debe impedirnos disfrutar de una música que, en ocasiones, nos muestra el mejor Bizet, con gran lirismo y fantasía.
La Lyric pone esta ópera en escena por cuarta vez desde su fundación (cabe mencionar que su estreno en Chicago, en 1966, contó nada menos que con Alfredo Kraus y Sesto Bruscantini). Cuenta para ello con la popular producción de Andrew Sinclair, con vestuario y decorados de Zandra Rhodes, que se estrenó en 2004 en San Diego y se ha repuesto con frecuencia en varios teatros de Norteamérica. Sinclair y Rhodes entienden correctamente que la forma de tratar esta ópera no es intentar «dignificarla», ideando alguna dramaturgia paralela pretendidamente realista. En cambio, nos presentan una ambientación totalmente colorista y fantasiosa, una versión oriental de un cuento de hadas (con un vistoso vestuario, eso sí, inspirado en los nativos de Sri Lanka). Abundan las danzas imaginativas, atractivamente ejecutados por 12 bailarines. En general, una propuesta luminosa y bonita, que acompaña bien a la música. Salvando las distancias, un enfoque «Technicolor» (hay quien diría kitsch) que me recordó al Cantor de México que hemos podido ver recientemente en el madrileño Teatro de la Zarzuela. Hay, sin embargo, una clara diferencia: los decorados de estos Pescadores son más bidimensionales y, en cambio, juegan muy efectivamente con la iluminación (incluso con efectos fluorescentes) para crear diferentes ambientes.
En el plano musical, los atractivos de la función eran varios. En primer lugar, la dirección de un Andrew Davis que, en su etapa en la Civic Opera House, se ha consagrado como un gran especialista en ópera francesa. En tiempos recientes, han destacado en particular sus lecturas de Massenet (Don Quichotte fue seguramente el punto álgido de la pasada temporada, al menos orquestalmente). Su trabajo con estos Pêcheurs de perles no ha sido menos: una interpretación de idiomatismo insuperable y cuidadoso fraseo, refinada en las arias y dramática cuando debía serlo. A gran nivel la orquesta y el coro, que en esta ópera tiene una participación notable, acompañando a los bailes.
Entre el reparto destacó la excelente interpetación de Mariusz Kwiecien como Zurga, un papel que a estas alturas tiene muy rodado y en el que ha ido profundizando. Su voz, con un bello timbre y un canto muy melódico, se adapta perfectamente al estilo de la obra. Es, además, creíble como figura de autoridad y tiene una gran presencia escénica. A pesar de haber anunciado que padecía un catarro (que apenas se notó, si acaso en una pequeña sequedad hacia el final del tercer acto), cantó con gran entrega desde el principio. Su potente exclamación cuando cuando anuncia que Leïla recibirá «la perle la plus belle» ya apuntó que no se limitaría a cubrir el expediente y resultó imponente en su furia cuando descubre la traición de Leïla y Nadir («Malheur! Malheur sur eux!»).
Matthew Polenzani (Nadir) es un cantante a veces algo frustrante. Con una bella voz, es siempre cumplidor, pero no llega a entusiasmar o a demostrar el temperamento de un gran tenor protagonista. Ídolo local (pues es natural de Illinois), triunfó con el público y sin duda se puede decir que «cantó bonito». Pero la voz y la técnica no son suficientes para brillar del todo en los momentos solistas y su estilo resulta a veces algo almibarado, además de algo afalsetado en momentos como «Folle ivresse!» en su gran aria. Pese a estos reparos, es indudable que resulta efectivo, especialmente en los dúos, en los que que se mueve en un registro cómodo y puede sacar partido a su atractivo timbre. Bien compenetrado con Kwiecien, sus voces se complementaron de manera muy atractiva en el sublime dúo «Au fond du temple saint». Fue este, como cabía esperar, el gran momento de la función, entre la buena interpretación de los cantantes y el excelente acompañamiento de la orquesta.
Muy efectiva también Marina Rebeka como Leïla, quien desde el principio estuvo muy metida en su papel de una sacerdotisa misteriosa y seductora. Musicalmente fue quizás de menos a más, con un primer acto algo dubitativo, pero alcanzando un gran nivel en su cavatina «Comme autrefois dans la nuit sombre». Sus dúos con Polenzani fueron seguramente lo mejor de las interpretaciones de ambos. El Nourabad de Andrea Silvestrelli, sin embargo, exhibió desde el principio una voz ronca, leñosa y desgastada y no convenció.
En definitiva, una función muy disfrutable, basada en una producción vistosa y en una gran prestación desde el foso. Una dosis generosa de entretenimiento y espectáculo y una interpretación musical que hace justicia a esta obra de juventud, pero no menor, de Bizet.
Fotografía: Lyric Opera of Chicago.
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