El conjunto español se une al CSIPM y a un variado elenco artístico para dar vida, sobre el escenario, a una reciente grabación con música de Antonio Caldara y Nicola Matteis sobre El Quijote.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 17-XI-2017. Auditorio Nacional de Música, sala de cámara. XLV Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música. Obras de Antonio Caldara y Nicola Matteis. María Espada, Emiliano Gonzalez, João Fernandes • Ignacio García (director de escena), Manuel Segovia (coreografía), Emilio Gavira (narrador), Cristina Cazorla y David Naranjo (bailarines) • La Ritirata | Josetxu Obregón.
Si algo caracteriza, en relación a sus intereses, al Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música/CSIPM, que dirige Begoña Lolo, es su querencia por Cervantes y su gran obra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Y es que si de algo deben estar orgullosas las letras hispánicas es, precisamente, de esa magna obra, emblema y estandarte del español en todo el mundo y una creación literaria genial hasta límites insospechados. No es de extrañar, pues, la notable apuesta que desde la música se efectuado por El Quijote, siendo un tema recurrente para varios autores que desde el Barroco y hasta nuestros días se han inspirado en el tema cervantino y sus extraordinarios mundos caballerescos para componer creaciones en diversos géneros sobre el mismo.
Uno de estos autores fue Antonio Caldara (c. 1670-1736), quien dedicó –dentro de su generoso y magnífico corpus operístico– dos obras al mundo quijotesco: Don Chisciotte in corte della duchessa y Sancio Panza governatore dell'isola Barattaria. La primera, compuesta para ser representada en el Teatrino di corte de la capital vienesa, en el Carnaval [6 de febrero] de 1727, es precisamente la que ocupa casi la totalidad del espectáculo que el CSIPM y La Ritirata confeccionaran para inaugurar el XLV Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música –auspiciado, como el propio centro, por la Universidad Autónoma de Madrid–. La idea, surgida primigeniamente como un registro discográfico –extraordinario, por cierto– para el sello escurialense Glossa, logra aquí extenderse hasta la propia escena, al fin y al cabo, la esencia misma de la composición original. De esta forma, y con el grueso del espectáculo extraído de aquella grabación del 2016, Lolo, Josetxu Obregón –violonchelista y director del conjunto– se unen a un elenco artístico encabezado por los mismos tres protagonistas vocales de la grabación, María Espada, Emiliano Gonzalez y João Fernandes, a los que se suman Ignacio García en la dirección escénica, Manuel Segovia como coreógrafo, además de la presencia de Emilio Gavira como narrador y de los bailarines Cristina Cazorla y David Naranjo. Todos juntos logran crear un espectáculo audiovisual cuyo resultado no puede tildarse de otra forma que redondo y exquisito.
Si a la excepcional música de Caldara, del que se extraen algunos fragmentos de su ópera dispuestos sin un orden correlativo en relación al original, se le unen los exquisitos balli que Nicola Matteis (c. 1670-1737 compuso ex profeso para ser interpretados como entreactos de la ópera, además de una puesta en escena sencilla, pero muy cuidada, que utiliza de manera muy inteligente el espacio escénico de la sala de cámara del Auditorio Nacional –sin hacer necesaria la utilización de attrezzo de ningún tipo más una tarima negra sobre la que se sitúan los personajes y un vestuario atinado y visualmente muy reconocible–, el resultado escénico es realmente efectivo y bello. Pero si además se le suma el concurso de un excepcional Emilio Gavira, que hace las veces de un Cervantes narrador que sirve de hilo conductor entre los diversos pasajes de la ópera y los balli, haciendo uso de textos originales del propio Cervantes –escogidos por la ocasión por la dirección de escena y que complementan el libreto original cantado de Claudio Pasquini–. Si bien es cierto, estos añadidos textuales, aun con lo hermoso de los mismos, no clarifican excesivamente lo que sucede en la acción –el orden dispuestos para las arias y, esencialmente, la ausencia de una traducción de los textos en italiano no ayudan a la compresión de la historia por parte del público–. De cualquier manera, ver a Gavira sobre la escena, declamando y haciendo suyo el papel de una forma tan elegante supone un auténtico lujo para esta producción.
El apartado coreográfico aportó también muchos quilates al espectáculo, sin duda gracias al refinado trabajo de Segovia en la confección de una coreografía, que si bien no estrictamente barroca, sí hizo uso de algunos pasos propios del momento e hizo un inteligente uso de la gestualidad en brazos y manos, la cual fue servida con exquisito gusto por los dos bailarines de la producción. Cuando las cosas se hacen con criterio y sin querer aportar más allá de lo que es necesario, es raro que no funcionen de forma tan sobresaliente.
Y por supuesto, no es posible olvidar a los verdaderos protagonistas de la velada, el trío vocal solista conformado por tres cantantes de primer nivel internacional, pero que además se han implicado en el proyecto con una entrega que se traslada al público al otro lado del escenario. La soprano española María Espada logra encarnar a una Altisidora de enjundia, con una línea de canto de gran proyección que presenta una zona media y aguda bien pulidas, además de un timbre carnoso y una notable expresividad. Por su parte, el tenor suizo Emiliano Gonzalez, uno de los haute-contre de mayor relevancia en los últimos años, demostró encontrarse en un excelente estado de forma, especialmente solventado –casi con suficiencia– la complejísima y exigente aria Venga pure in campo armato, auténtico tour de force para la coloratura de cualquier tenor. Posee además un registro agudo poderoso y bien aposentado, así como un timbre de interesantes matices, que logra proyectar con solvencia hasta el último recoveco de la sala. El último miembro en esta terna de excepcionales intérpretes vocales fue el bajo portugués João Fernandes, que encarnó al personaje bufonesco de la velada, Sancho Panza, al que representó de forma magistral, con una notable vis cómica y una línea de canto a la que nos tiene acostumbrados desde hace tiempo, la de un bajo de graves reconfortantes, una presencia tímbrica repleta de carnosidad y un timbre de tintes redondeados, aunque un tanto obscuros en ciertos momentos. Tuvo momento para un lucimiento más dramático en el aria de A dispetto del vento, e dell’onda, encarnando a otro de los personajes de la ópera.
La música de Caldara presenta momentos absolutamente maravillosos, con profusión de recursos instrumentales notables, un uso inteligente de la retórica para lograr la expresividad, una orquestación brillante –aunque limitada– y efectiva, además de una escritura elegante a la par que virtuosística. Magníficos complementos supusieron los balli de Matteis, con en su escritura a dos, tres y cuatro partes aporta una notable profusión de elementos de tipo descriptivo de lo que acontece y una escritura refinada y replete de variedad, en una mixtura fantástica de los estilos italiano y francés. Magnífico, por lo demás, el concurso de los instrumentistas de La Ritirata, encomendados aquí a una voz por parte, pero que superaron con creces las exigencias de la partitura y aportaron una riqueza dramática maravillosa al espectáculo. El trabajo de todos es digno de alabanza, desde las flautas de pico de Tamar Lalo y Guillermo Peñalver –una dupla de auténtico lujo, que Peñalver completó con el traverso, como solo él es capaz de hacerlo–, pasando especialmente por los violines barrocos de Hiro Kurosaki y Pablo Prieto –impecables en el trabajo conjunto, con unos unísonos de quitar el hipo y un sonido cuidado al extremo–, y la viola de David Gliddens –de poderosa sonoridad y un gran refinamiento, algo difícil de sostener a solo en la línea de la viola en este tipo de partituras–. El continuo, llevado a cabo por el violone de Xisco Aguiló y el órgano/clave de Daniel Oyarzábal brilló sobremanera, logrando aportar –especialmente en este último– una multitud de colores muy acordes al carácter de las distintas arias. Daniel Garay completó el elenco con una percusión muy atinada, ejemplo de que se pueden hacer cosas buenas en obras en la que la presencia de la percusión es siempre un tema espinoso. Inteligente elección tímbrica para cada momento y una ejecución fuera de toda duda. Por su parte, magnífica la labor de Josetxu Obregón, tanto en su papel al violonchelo barroco, como en el trabajo previo de dirección –en el directo fue casi inexistente–. Pocos conjuntos españoles de la llamada música antigua hay actualmente en el nivel de La Ritirata, y de eso tiene buena culpa la solvencia y calidad interpretativas de Obregón.
En resumidas cuentas, un espectáculo de primer nivel, llevado a cabo con elegancia, conocimiento, buen hacer y una solvencia extraordinarios. Magnífico ejemplo de la calidad a la que se puede llegar siendo español y haciendo música de un autor como Caldara. Y por otra parte, qué bueno que en España se llevan a cabo obras de este calibre y de autores que merecen, sin ninguna duda, un reconocimiento mayor. El único pero posible es el no atreverse a hacer la ópera completa. Para eso sí que seguimos en España…
Fotografía: Facebook La Ritirata - Josetxu Obregón.
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