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Crítica: La Filarmónica de San Petersburgo y Yuri Temirkanov en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de noviembre de 2017

EL ALMA ESLAVA

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 6-11-2017, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Suite de La Leyenda de la ciudad invisible de Kitezh (Nicolai Rimsky-Kórsakov); Francesca da Rimini Op. 32 (Piotr Ilich Chaikovsky); Scherezade, Op. 35 (Nicolai Rimsky-Kórsakov). Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. Director: Yuri Temirkanov.

   Recién terminada la magnífica interpretación de la suite sinfónica Scherezade de Rimsky Korsakov por parte de la Filarmónica de San Petersburgo, dirigida por su titular Yuri Temikarnov, comentaba un gran amigo melómano “Esto es el alma eslava”, con lo que describía perfectamente la personalidad y afinidad total de la agrupación con la música totalmente rusa que conformaba el programa. El sonido exuberante, vigoroso, el metal brillante, las maderas precisas y penetrantes, la cuerda compacta, empastadísima, pero al mismo tiempo, tersa y de gran gama dinámica. Y todo ello sin filosofías ni intelectualidades, por el mero amor y entusiasmo de hacer música. La categoría de una gran orquesta no se debe medir sólo por sus calidades intrínsecas, es muy importante la identidad, la personalidad singular, la afinidad e idiomatismo a la ahora de interpretar un determinado repertorio. Al igual que la Staatskapelle Dresden o la Wiener Philarmoniker son ideales para la música de Richard Strauss, la Berliner Philarmoniker para el gran sinfonismo germánico o la Orquesta de La Scala es insuperable en ópera italiana y particularmente, Verdi, la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo, anteriormente Leningrado, de la que fue tantos años titular el gran Evgeny Mravinsky, demostró una vez más ser inatacable en repertorio eslavo.

   De mano de la espléndida prestación del concertino solista de la orquesta, Lev Klichkov, mediante esa fascinante melodía del violín –que acompañado del arpa preside toda la obra a modo de leitmotiv–, y de la intensa y firme dirección de Termirkanov –sin batuta–, nos zambullimos de pleno, primero, cómo no, en el mar, y a continuación en ese fascinante viaje por las mil y una noches pleno de colorido, de refinadas tímbricas, de sensualidad y exotismo oriental que plantea Rimsky-Korsakov. Realmente deslumbrante el sentido narrativo, la tensión que nunca decae, la exposición de la depurada orquestación en una intensa interpretación en la que además del referido concertino brillaron unas maderas sobresalientes y unos metales tan seguros y pletóricos como rutilantes. El público ovacionó entusiasta, no era para menos, con lo que fue retribuido con una propina, el gran pas a deux del Cascanueces de Tchaikovsky.

   Ya en la primera parte habíamos disfrutado una magnífica suite de la ópera del propio Rimsky, estrenada en 1907, La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh y la doncella Fevróniya”, hermosa obra que el que firma pudo ver en el Liceo de Barcelona hace tres años. Temirkanov y la orquesta evocaron adecuadamente las atmósferas y el clima dramático de esta ópera tan poco representada fuera de Rusia como todas las de su autor. Subió aún más el voltaje con la subsiguiente interpretación, que completaba la primera parte del concierto, de Francesca da Rimini, fantasía sinfónica basada en La divina comedia de Dante, base también de las operas homónimas de Riccardo Zandonai y Sergei Rachmaninoff. Todo un poema sinfónico en el que Tchaikovsky plasma con ese apasionamiento habitual, sus propias cuitas y atormentado mundo interior en la historia de Francesca (con la que se identifica), casada con el deforme Gianciotto Malatesta, pero enamorada de su cuñado Paolo il Bello, una pasión que les llevará a la muerte a manos del cruel y vengativo esposo. Mravinsky dejó nada menos que tres grabaciones de esta composición con esta orquesta (entonces, en plena época Soviética, denominada Filarmónica de Leningrado) y esa tradición, profundo conocimiento y dominio total de la misma, de la que es depositaria la agrupación y al frente su director titular desde 1988, Yuri Temirkanov, se puso de relieve en una interpretación capaz de exponer al mismo tiempo y con unas irresistibles intensidad, voltaje y progresiva tensión, la riqueza de la orquestación y las atmósferas que evoca la pieza. Desde la inquietante y lúgubre del comienzo, a la sensual y el lirismo de la pasión amorosa, para culminar con la trágica de la venganza. Si uno tiene siempre la sensación de que Tchaikovsky nos abre su alma a través de su música, en este caso también, la de que el querría que se interpretase así.

Fotografía: Stas Levshin.

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