El maestro belga y su excepcional conjunto ofrecen una de las lecturas más fascinantes que se hayan podido escuchar de esta obra, regalando a los asistentes casi tres horas gloriosas de pura esencia bachiana.
Por Mario Guada | @elcriticorn
09-IV-2017 | 18:00. Auditorio Nacional de Música | Sala sinfónica. Universo Barroco. Entrada: 18, 24, 32 40 y 50 €uros. Música de Johann Sebastian Bach. Miximilian Schmitt, Florien Boesch, Dorothee Mields, Grace Davidson, Damien Guillon, Alex Potter, Reinoud van Mechelen, Thomas Hobbs, Peter Kooij, Tobias Berndt • Collegium Vocale Gent | Philippe Herreweghe.
Desde hoy mismo soy, en parte, otra persona. Y lo soy por dos motivos principales: I. por poder haber presenciado en directo, en un lapso temporal de tan solo diez días, lo que yo llamo la Trinidad bachiana, esto es, sus tres grandes obras sacras: Misa en Si menor y las dos Pasiones; II. por haber asistido ayer a un ejemplo de la inmensidad, no solo del Kantor de Santo Tomás, sino de quien es, en mi opinión, el intérprete bachiano más descomunal que haya existido en la historia reciente de la interpretación: Philippe Herreweghe.
Poco puede decirse a estas alturas de la monumental e indescriptible Matthäus-Passion, esa considerada por muchos como su gran Pasión, que ha pasado en buena medida a ensombrecer el resto de la producción vocal sacra del genio de Eisenach. Esta Passio Domini Nostri J.C. secundum Matthaeum –más conocida como Matthaüs-Passion BWV 244– supone para muchos el culmen de su carrera y el mejor ejemplo de la grandiosidad de su concepción vocal e instrumental. La obra, que parece haber sido concebida en algún momento entre 1725 y 1728, para el Viernes Santo, en su estancia como Thomaskantor en la Thomaskirche de Leipzig, cuenta con textos recopilados y filtrados por Picander, probablemente el más grande de los libretistas que colaboraron con Bach a lo largo de su vida. Estructurada en torno a dos partes –a su vez compuestas por diversos epígrafes–, consta de sesenta y ocho números que narran la Pasión, resurrección y muerte de Jesucristo. A pesar de que se ha conservado un manuscrito autógrafo de 1736 –año en que revisa la obra–, se sabe que la obra se estrenó en dicha iglesia en 1729, incluso una primera interpretación tuvo lugar en algún momento entre 1725 y 1728. Usando como principales herramientas seis voces solistas, se representan los siguientes papales: Evangelista, Jesús, Judas, Pilatus, mujer de Pilatus, primera y segunda criadas, y primer y segundo testigos, que son arropados por una sólida base formada por una doble orquesta y un doble coro. La orquestación es absolutamente espectacular y muestra lo mejor de la concepción instrumental del Kantor, conformada la plantilla orquestal por violín I/II, viola, violonchelo, viola da gamba, dos flautas de pico, dos traversos, dos oboes, oboe d’amore, oboe da caccia y dos órganos, que son utilizados de manera magistral tanto en el tutti orquestal como en los arias con obbligato para algunos de ellos. Por su parte, los coros se encuentran entre los mejor de su producción, especialmente en los coros de turba, que se utilizan a veces en conjunto –unificando los dos coros en las cuatro voces principales– y otras veces a la manera de los cori spezzati venecianos. Los corales son de una hermosura, una delicadeza y una hondura expresiva que escapan al alcance de cualquier mente creadora en la historia de la música. En los recitativos es donde Bach desempeña todo su magisterio para estructurar la obra en torno a ellos, pues son sin duda la columna vertebral de la obra. Maravillosos pasajes nos deparan los recitativos del Evangelista, que narra la historia, así como los de Jesús, quien lo vive en primera persona. Sirven de extraordinario complemento las hermosísimas arias en las que Bach deleita al espectador mientras se detiene, casi a la manera operística, para explicar de manera minuciosa algunos pasajes textuales de mayor importancia, a través de los que desarrolla una escritura vocal de primer nivel, a la que acompañan multitud de instrumentos que obtienen una escritura idiomática casi al alcance de ningún otro maestro en la historia de la música, al menos en cuanto al oratorio, la pasión y a los repertorios sacros se refiere. Toda la genialidad de Bach en una obra inmensa que supera todas las expectativas de la creación humana en la historia de la civilización.
Me pasa a menudo con Bach que me resulta complejo disociar el increíble genio de su creación con la capacidad interpretativa del que se tiene delante en un concierto. Es decir, su música aporta tanto al que la escucha, que es muy difícil valorar en qué medida la interpretación aporta mucho, poco o nada al oyente. Pero hay casos y casos, y el de ayer sin duda es un ejemplo de la perfección y simbiosis compositor/intérprete más impresionante e inigualable que pueda verse en la actualidad. Personalmente puedo decirles que este ha sido, probablemente, el concierto más impactante, fascinante, hermoso y perfecto que haya escuchado en toda mi vida. Y para alguien que en parte dedica su vida a escuchar decenas de conciertos al año para escribir sobre ellos, esto es decir mucho. En una obra como esta entran en juego muchos factores. Los solistas son fundamentales, porque sobre ellos recae parte del peso del resultado final. Especialmente sobre el Evangelista y Jesús, en los que, con el mero uso del recitativo, se construye un discurso musical absolutamente descomunal. Y qué difícil es plasmarlo en su justa medida. Impecable el Evangelista elaborado por Maximilian Schmitt, realmente expresivo, con una línea de canto refinada, gran proyección, fascinante fraseo y, en definitiva, un Evangelista de mayor impacto que algunos de los que estamos acostumbrados a escuchar. Si bien el Evangelista parece tener que ser un rol muy poco implicado, casi estático, la emoción de lo que cuenta en inherente a la construcción del personaje, lo que además se acompaña de una escritura por momentos repleta de emoción casi expresionista, directa y nada contenida. Magnífico, pues, el enfoque de Schmitt aquí. Impresionante a su vez el Jesús de Florien Boesch, de bella vocalidad, un timbre pulido al extremo y un registro medio-grave apabullante, que desarrolló, este sí, con plena implicación emocional, como marca la visión de un personaje que narra en primera persona un sufrimiento tan cruel como punzante. Su clara querencia por el lied –interesante pensar entre el puente que puede tenderse en ciertos aspectos entre el canto bachiano y el género vocal romántico por excelencia– y su dominio del alemán lo convirtieron en un Jesús referencial, un ejemplo de la capacidad de impacto que puede tener este papel, a veces tan poco valorada en relación al Evangelista.
Las arias recayeron de forma alterna entre varios de los solistas de la velada, todos a su vez componentes del coro. Creo que no es posible escuchar en directo un elenco vocal de mayor nivel para una San Mateo bachiana. Lo que fue capaz de hacer Dorothee Mields con sus arias no conoce parangón en tiempos recientes, al menos en las versiones que he podido escuchar –grabaciones incluidas– en los últimos años. Si tuviera que pensar en la soprano ideal para acometer esta empresa, sin duda Mields sería la opción primera, pues pueden pensar en cualquiera de las cualidades primarias para estas arias y ni una sola de ellas pasa desapercibida en la interpretación de esta apabullante cantante alemana. Su Aus liebe, sin ir más lejos, pasará a ser –al menos para los que allí estuvimos– en una referencia fundamental a partir de hoy. Grace Davidson es una excepcional cantante, a pesar de que su versión del aria Blute nur, du liebes Herz! resultó, aunque hermosísima desde lo vocal, algo escueta en su proyección sobre la orquesta. Damien Guillon, uno de los contratenores más imponentes de las recientes generaciones de falsetistas, ofreció uno solos realmente convincentes y expresivos; aunque posee un timbre un punto anguloso, fue capaz de dominar técnicamente los pasajes más complejos, mostrando un registro muy homogéneo entre pecho y cabeza, y consiguiendo emocionar notablemente en la increíble aria Erbarme dich, mein Gott. Por su parte, Alex Potter –quien me pareció el solista más flojo de la velada– desmereció en relación al resto de sus compañeros, sin brillar casi en ningún momento, con un registro agudo que se estrechaba por momentos y que no consiguió transmitir la emoción y belleza bachianas. Entre los tenores, Renoud van Mechelen –uno de los tenores jóvenes de mayor proyección en el último lustro– ofreció una hermosa visión de la primera de las arias encomendadas al tenor, con una línea de canto muy elegante, reflexiva, muy sosegada y bellamente equilibrada sobre la orquesta. Para Thomas Hobbs quedaron las arias más célebres y exigentes del tenor, especialmente Geduld, Geduld, Wenn mich falsche Zungen stechen, que interpretó repleta de expresividad, a la vez que con una dulzura velada que consiguió emocionar, acompañado por la magnífica viola da gamba de Romina Lischka. En la sección de bajos, impresionante la labor de Peter Kooij, probablemente –junto a Klaus Mertens– el gran bajo bachiano de las últimas dos décadas, que mostró todo su bagaje y la magnífica calidad que sigue atesorando, a pesar de su veteranía, en magníficos momentos, como el impresionante Mache dich, mein Herze, rein, impactante por lo honesto y directo de su línea de canto. Muy bien en sus aportaciones solistas Thomas Berndt, convincente en lo sonoro, con un amplio y sólido registro y gran capacidad expresiva.
La labor de la orquesta del Collegium Vocale Gent rozó la absoluta perfección, tanto en los pasajes a tutti como en las interpolaciones solistas. Especialmente impactante, subyugante por momentos, la sección de cuerda –ambas orquestas, pero especialmente la orquesta I–, con un resultado casi indescriptible en su balance, afinación, sonoridad, belleza y emoción. Nunca se ha escuchado una cuerda así en una San Mateo. Los acompañamientos de las arias y especialmente de los recitativi accompagnati lograban siempre el punto justo de aporte tímbrico y descriptivo, en pasajes absolutamente increíbles. Por lo demás, tanto los solistas [menciones imprescindibles a los oboes barrocos, da caccia y d’amore de Marcel Ponseele y Taka Kitazato; los traversos de Patrick Beuckels y Amélie Michel; y por supuesto de los concertinos Christine Busch –descomunal en el Erbarme dich– y Baptiste López –a pesar de que protagonizó uno de los momentos más desconcertantes en el aria para bajo con violino obbligato del coro II]. Imprescindible e impagable la labor al continuo de los violonchelos barrocos de Ageet Zweistra –pocos violonchelistas barrocos en la actualidad pueden realizar un continuo como el suyo de ayer–, Vincent Malgrange, Hermen Jan Schwitters y Julien Barre; las contrabajos barrocos de Miriam Shalinsky y Kit Scotney; los fagotes barrocos de Julien Debordes –los momentos deparados a solo con el viento madera del coro I fueron de antología– y Carles Cristóbal; así como el órgano de Maude Gratton y Brice Sailly.
Para último lugar dejo el mayor impacto personal de la noche, el coro del Collegium Vocale Gent. Hace años que lo vengo pensando, pero ayer me reafirmé por completo en ello: ningún coro en el mundo más completo que este, capaz de asumir con tamaña solvencia y calidad desde polifonía del Renacimiento hasta repertorio romántico y del siglo XX. Lo que este coro fue capaz de hacer ayer con los coros y especialmente con los corales de Bach está al alcance únicamente de las formaciones que pasarán a la historia. Nunca he escuchado unos corales tan bien equilibrados, con frases tan definidas y bellamente delineadas, con un sonido tan hermoso y apabullante, y con una presencia escénica tan descomunal. Debo reconocer que me hicieron emocionarme al extremo en un par de momentos. Compuesto por tres voces por parte en cada uno de los coros, más un coro de ripieni con ocho sopranos –para algunos de los coros–, su calidad y facilidad en los pasajes más complejos, denotan una esencia bachiana inherente al Collegium Vocale Gent. Ellos son Bach. Hay momentos que sencillamente no podría conseguir plasmar en palabras ni aunque utilizase millones de palabras. Desde luego, tengo que sumarle ese mérito al de haberme ofrecido el mejor concierto que he escuchado nunca.
Y qué puedo decir del genial Philippe Herreweghe… No hay, ni probablemente habrá –al menos yo no lo viviré–, en este mundo un bachiano de su talla. Desde hace muchos años veo en Herreweghe una especie de conexión o simbiosis con Bach que no he hallado en otros de los grandes bachianos de las últimas décadas [Gardiner, Suzuki, Koopman...]. No lo puedo explicar, pero nunca consigo con otros conmoverme y hasta desestructurarme interiormente como lo hago con el Bach del belga. Es tal el conocimiento y la capacidad interpretativa que atesora en la actualidad –tras llevar media vida interpretando la obra del Kantor–, que su presencia trasciende lo puramente musical y artístico. Verle abandonar el atril para acercarse a cada una de las orquestas o grupos instrumentales, dirigiendo con ese gesto a veces extraño, pero siempre efectivo, es una experiencia fascinante. En él la partitura es un mero trámite, pues no necesita de ella y apenas recurre a sus páginas. Él es Bach; como no lo es ningún otro, casi con total seguridad porque en él la conexión palabra/música, tan consustancial a la obra de Bach, se concibe de una manera nunca escuchada anteriomente.
Éxito apabullante y triunfo descomunal el cosechado por todos ellos en este velada que pasará a engrosar la lista de conciertos inolvidables para los allí presentes. El Centro Nacional de Difusión Musical puede estar satisfecho de haber sido el valedor de este evento musical de primer orden, que tardará mucho tiempo en ser olvidado. Personalmente, la huella en mí será indeleble hasta que me vaya de este mundo.
Fotografía. Michiel Hendryckx.
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