Andrew Gourlay dirigió la Novena de Beethoven en el último concierto de la temporada 25 de la OSCyL
Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 22-VI-2017. Auditorio de Valladolid. Temporada de la OSCyL. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Beethoven: Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, “Coral”. Dirección: Andrew Gourlay.
Aunque suene contradictorio resultó un concierto tan irregular como exitoso. Se celebraba el final de la temporada vigésimo quinta de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, y el hecho de llenar la sala los dos días de concierto y el que se palpara un ambiente de fiesta fueron motivos de satisfacción más que suficientes. No hace tanto en muchos sitios de España, Castilla y León era uno de ellos, no existía una orquesta sinfónica con visos de alcanzar estabilidad y poseer un reseñable nivel profesional, y menos aún se podía pensar en contar con un Auditorio, aunque se careciese de un solo escenario válido.
Antes del concierto se organizaron una serie de actividades, por lo general modestas, pero no irrelevantes. Se pretendió establecer lazos con el Conservatorio de Valladolid, por lo que previamente al concierto actuó la Banda Sinfónica del Conservatorio en los accesos al Auditorio, un buen momento para recordar la labor tan magnífica que ha hecho su director y profesor de dicha asignatura Diego Cebrián. En el vestíbulo tocó un trío de alumnos del Conservatorio; según figura en el programa de mano el primer día estuvo formado por Marta Cano, flauta, Irene Ballesteros, violín, y Minerva Martín, piano, y el segundo por Juan Pablo Domínguez, violín, Pablo Ruiz, violonchelo, y Miguel Ruiz, piano. Al término del concierto Andrew Gourlay, el director titular de la OSCyL, se dirigió al público en el citado vestíbulo. Luego pudieron charlar con él, así como con músicos de la OSCyL. También estaban expuestos los carteles del concurso de estudiantes de Primaria, que ganó Cayetana de la Fuente, una niña de 9 años de 4º de Primaria, del CEIP Melquíades Hidalgo de Cabezón de Pisuerga.
En cuanto a la interpretación de la Sinfonía n. º 9 de Beethoven los aplausos ratificaron el éxito y el apoyo con el que actualmente cuenta la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Esto no quita para considerar que la interpretación resultó algo irregular, con momentos logrados y otros más cuestionables. En el primer movimiento se combinó un pulso dinámico con algunos desajustes. Algo parecido ocurrió en el segundo; siempre mejor las partes más vibrantes que la melodía de la sección central, que no sonó precisamente nítida. Andrew Gourlay, por regla general, llevó con mayor éxito los momentos que exigían un ritmo obstinado e impetuoso.
Los violonchelos y contrabajos, en especial estos últimos, realizaron una magnífica labor en su, llamémoslo, canto del cuarto movimiento, que preparara todo lo que ha de llegar, incluido el esperado coro y la intervención de los solistas. En los Coros de Castilla y León, nombre que no representa exactamente a todas las provincias de la Comunidad, se notó una vez más la labor que está haciendo Jordi Casas. Sin dejar esta fórmula para casos concretos, ¿no ha llegado el momento de que con el propio Casas al frente se plantee un coro estable de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León? Qué bien hubiera estado verle estrenarse con esta Sinfonía n.º 9. Parece la opción lógica para seguir progresando.
El coro estuvo entregado, con algunos desajustes, en particular entre la orquesta y las voces que estaban en la grada fuera del escenario, algo por otra parte previsible, dadas las distancias existentes. Fue complicado establecer los volúmenes adecuadas entre una masa coral tan grande, más de 160 coralistas y la orquesta. Se exageraron los sforzandi (sin entrar aquí en el concepto exacto de lo que significaba este término para Beethoven) y escasearon los momentos etéreos, sugestivamente delicados. Por otra parte las voces sonaron frescas, naturales, incluso en los pasajes más tensos, en los que no resultaron nada entubadas, ni artificiosas.
Altisonante y demasiado estentórea la voz del bajo Robert Hayward, muy meritoria la labor del tenor Andrew Staples, en una complicadísima parte, y bien conjuntadas y acertadas en su cometido la soprano Elizabeth Watts y la mezzo Clara Mouriz, aunque ninguno se explayó en sutilezas en el cuarteto que da paso al Prestissimo final.
En todo caso, lo dicho, un éxito de un final de temporada especial, que aunque pudo plantearse de otra forma fue un fiel reflejo de lo importante que es el que una orquesta, con los condicionantes históricos de este país, cumpla 25 años. ¡Felicidades!
Fotografía: Nacho Carretero/OSCyL.
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