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Crítica: Chick Corea & Steve Gadd Band para el CNDM

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Autor: Juan Carlos Justiniano
20 de noviembre de 2017

CHICK COREA O LA PELETERÍA DE PUNTA

   Por Juan Carlos Justiniano
Madrid. 13-XI-17. Auditorio Nacional, sala sinfónica. Jazz en el Auditorio. Centro Nacional de Difusión Musical. Chick Corea & Steve Gadd Band. Chick Corea (piano y teclados), Steve Gadd (batería), Lionel Loueke (guitarra), Carlitos del Puerto (contrabajo y bajo eléctrico), Luisito Quintero (percusiones) y Steve Wilson (saxofones y flauta).

   Protocolo, ceremonia y seguramente peletería son solo algunas de las ideas afines a las que el sintagma sala de conciertos, (véase la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música de Madrid) nos dirige como hablantes comunes. En algunos casos como en el del ejemplo, la realidad responde al tópico, que se reproduce invariablemente incluso cuando quien va a subirse a las tablas es una banda de amigos que hacen jazz en vaqueros y camiseta. Pero tiene sentido que a Chick Corea se le abran las puertas de la sala noble del auditorio noble de la capital porque al pianista estadounidense se le queda pequeño cualquier espacio. Desde luego, la noche del lunes no se alcanzaba a ver una sola butaca libre entre tan variopinto fervor melómano.

   Ya es la segunda vez que el pianista estadounidense visita el ciclo Jazz en el Auditorio del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Durante la temporada 2015/2016 lo hizo para presentar su anterior proyecto, The Vigil, un experimento primordialmente eléctrico, de alto voltaje. Y el lunes pasado, Corea volvió al CNDM con un renovado sexteto y en una nueva aventura que comparte junto al baterista Steve Gadd, viejo amigo de los años de Return To Forever. Afortunadamente el resultado musical de la unión de estos dos históricos del jazz parece más acertado que la elección de su nombre: Chick Corea & Steve Gadd Band.

   La coartada de Corea para pisar de nuevo el auditorio madrileño no era otra que la inminente publicación de Chinese Butterfly (Concord Jazz, 2018). Sin embargo, el pasado lunes todos intuimos que la verdadera razón que explica la continua presencia del pianista en teatros y clubes de todo el mundo es su adicción. A la música y al público. No sorprendió, por lo tanto, que apenas la mitad del concierto estuviera dedicada a las nuevas composiciones de Chinese Butterfly, un trabajo que, como todo apunta, perderá electricidad a favor de otras constantes, entre ellas una mayor introspección armónica inspirada en el camino que cruza el Mato Grosso hasta llegar a Río de Janeiro.

   Durante los primeros minutos hubo malentendidos acústicos provocados seguramente por el despliegue tecnológico y organológico del sexteto. Si bien poco a poco fue aclarándose la confusión y aflorando con nitidez la efervescencia de la música de Corea. Las dos horas de música dieron para interpretar (nada más y nada menos) media docena de partituras con la marca inconfundible del pianista, nacidas de esa sed insaciable de nuevas músicas –de cualquier tipo y cualquier época– que filtra a través del jazz y la improvisación. Si algo define la personalidad artística de Corea es la versatilidad y la inquietud constante que su música exige y que, por otra parte, requiere como aptitudes a sus compañeros de escenario.

   El pianista acierta siempre eligiendo a sus socios. Steve Gadd puso mucho más que el nombre en el cartel y, en conjunción con Luisito Quintero, el delirio que se fraguó en la percusión quebrantó cualquier tipo de protocolo poniendo la peletería de la sala de punta. Steve Wilson, desde los saxofones y flautas es pura elegancia y magnetismo tanto en el canto como en la persecución de cada semicorchea que se atropella en las melodías frenéticas de Corea. Dos aptitudes que, de igual manera, traduce Carlitos del Puerto tanto al bajo eléctrico como al contrabajo con una solidez más que sobresaliente y admirable en el género. La amplitud de registros y variables del cubano desde dos instrumentos tan parecidos y tan diferentes conviven con una inventiva, una valentía (que no temeridad) y un poder narrativo cargado de sentido y coherencia. Por su parte, Lionel Loueke es uno de los estímulos del nuevo sonido de la Chick Corea & Steve Gadd Band, precisamente de su guitarra cargada de efectos, de sus chasquidos disimulados por el vocoder y su voz abemolada es desde donde con más nitidez irrumpe el punto distintivo del último disfraz del pianista.

   Comenzar revisitando un álbum como My Spanish Heart (Polydor, 1976) hizo las veces de presentación del sexteto, de calentamiento previo de neuronas y dedos, pero también se manifestó como una declaración de intenciones, como un intento de congraciarse con el público de la capital. Así, para cuando comenzó a sonar la frenética melodía de «Return to Forever», la agilidad del cuerpo y el alma de los seis músicos ya estaba despierta y a prueba. Pero más allá de los clásicos, la banda visitaba Madrid (recordamos su coartada) para rodar las nuevas composiciones que compondrán el inminente resultado discográfico del reencuentro de Corea y Gadd. «Chinese Butterfly», pieza que prestará su nombre a la nueva grabación, recuerda, por mucho que su título lo asocie al país asiático, al gran Milton Nascimento. Desde las percusiones de Gadd y Quintero o el falsete de Lionel Loueke y los acordes de su guitarra siempre travestida, las resonancias del sonido del carioca son inconfundibles. «Chick’s Chums», otra página de la nueva grabación, una melodía ligera y volandera –dedicada a John McLaughlin, otro histórico– es una recapitulación simpática del mismísimo Corea, de su gamberrismo melódico y su elocuencia con todo tipo de sintetizadores y múltiples aparatos de teclado. «A Spanish Song», la última composición que Corea descubrió de Chinese Butterfly, se inspira una vez más en lo panhispánico, fusionando tradiciones tan dispares como las de Domenico Scarlatti, Granados, Albéniz o Falla pero también del flamenco, el bolero, el tango o el son cubano. El pianista tiene fijación –una de las múltiples– por un sonido que identifica con el calificativo spanish, cuyo tratamiento y relectura transversal merecería un estudio en profundidad.

   Da la sensación de que Corea juega en casa cada vez que viene por España, porque de una manera u otra siempre encuentra un buen número de razones para contextualizar, justificar su música  y de paso llamar a sus amigos. En esta ocasión la aparición de Niño Josele llegó al final para rematar la visita de la Chick Corea & Steve Gadd Band a Madrid. Siendo ya siete especímenes de homo musicus sobre el escenario, interpretaron –cómo no– «Spain», el tema más universal, sin duda, de todos los de Corea. El público, respondiendo a las provocaciones y jaleos del pianista con cantos y palmas –seguro que cada noche que lo hace Corea gana años de vida–definitivamente hizo que el protocolo saltara por los aires.

Fotografía: cndm.mcu.es

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