El excepcional organista belga presenta un programa doble Bach/Buxtehude, con el que demostró ser el mayor especialista del órgano barroco alemán en la actualidad.
Por Mario Guada
Madrid. 04-II-2017 | 12:30. Auditorio Nacional de Música | Sala sinfónica. Bach Vermut. Entrada: 3 y 5 €uros. Obras de Johann Sebastian Bach y Dieterich Buxtehude. Bernard Foccroulle.
Mucha leyenda existe siempre, en todas sus formas, en torno a la figura de Johann Sebastian Bach (1685-1750), el cual, merced a su excepcional y única genialidad musical, no requiere en absoluto de ella para engrandecer su figura. De cualquier manera, se sigue acudiendo a algunas narraciones, anécdotas y pasajes recurrentes en torno a su vida, como si hubiera que justificar en su creación ciertos aspectos. Nada más lejos. En cualquier caso, la historia de su travesía a pie entre Arnstadt y Lübeck, esos más de 350 kilómetros de distancia recorridos únicamente para conocer al maestro Dieterich Buxtehude (1637-1707) –al que admiraba sobremanera–, parece decir mucho de la personalidad y el interés por el conocimiento sin límites del genial Bach. Este encuentro y la relación entre ambos autores fueron las premisas sobre lo que sostuvo el programa del presente recital, dentro del exitoso ciclo Bach Vermut, que el Centro Nacional de Difusión Musical ha decidido ampliar –inteligentemente– tras su inmenso éxito con la integral –en dos temporadas– para órgano de Bach. Se podría haber pedido al programa un poco más de concepto y trasfondo, sin duda, pero en cualquier caso se trató de un programa de gran belleza que supo mostrar, de inicio a fin, la grandeza de quienes probablemente han sido los dos grandes genios en la historia del órgano en Alemania.
Bach, que es al alpha y el omega de la creación organística en la historia de la música occidental, se presentó como tal, abriendo y cerrando el programa con una serie de obras de inmensa genialidad, que enmarcaron cinco obras del no menos capaz Buxtehude. Se abrió el programa con la descomunal Fantasía y fuga en Sol menor BWV 542, pura arquitectura sonora en estos dos movimientos compuestos por separado, que concluye con una de esas indescriptibles fugas bachianas que le hacen sentirse a uno tan ínfimo. Le siguió otro Bach para el órgano, el de los chorales, con Durch Adams Fall ist ganz verderbt BWV 637, de inmensa belleza en su contrastante y sencillo tema, que es pasado por el intrincado y exquisito tamiz bachiano, con un desarrollo rítmico-armónico sublime. Le siguieron después las cinco obras de Buxtehude: su célebre Passacaglia en Re menor BuxWV 161, en mi opinión una de las mejores composiciones para órgano en la historia del instrumento; el choral Durch Adams Fall ist ganz verderbt BuxWV 183 –conexión con Bach y su tratamiento del mismo tema–, de una belleza en sus dolientes melodías, que casi exige retener la respiración hasta que concluye; la Canzona en Sol mayor BuxWV 168 muestras las notables influencias italianas existentes en el autor germano, que de nuevo mostró su cara más amable y expresiva en el choral Christ unser Herr zum Jordan kam BuxWV 180. La Toccata en Fa mayor BuxWV 156 es otro de esos monumentos organísticos que detienen el tiempo. Impresionante la complejidad de sus secciones –de nuevo influencia italiana–, ejemplo puro del llamado stylus phantasticus, del que Buxtehude es su máximo valedor. Para finalizar el recital se volvió a Bach –eliminando del programa el anunciado Christ unser Herr zum Jordan kam BWV 684, que hubiera vuelto a conectar a ambos autores–, primeramente con uno de sus ejemplos más brillantes, como es su Sonata V en Do mayor BWV 529. Personalmente me fascinan las sonatas en trío bachianas, porque muestran un Bach no tan habitual en el resto de su corpus para órgano. Hay en ellas un profundo conocimiento del estilo italiano, no solo de sus coetáneos, sino de los precedentes, especialmente en la figura de Arcangelo Corelli. Obras de una inmensa complejidad contrapuntística y una brutal exigencia técnica, se elevan con todo el poder creador de Bach, mezclando de manera única el estilo italiano, el alemán y el puramente bachiano. Un espectáculo solo al alcance del genio de Eisenach. La velada se cerró con el inmenso Preludio y fuga en Do mayor BWV 547, cuya fuga conclusiva –basada únicamente en ocho notas– rebosa excelencia, refinamiento y sabiduría por doquier.
Un programa realmente exigente, solo al alcance de los más avezados y conocedores organistas del panorama. Afortunadamente, Bernard Foccroulle lo es. Es más, en mi opinión no hay actualmente un organista con un mayor conocimiento y rigor en la interpretación de la escuela organística alemana de los siglos XVII y XVIII, como demuestran sus excepcionales integrales discográficas del corpus de los propis Bach y Buxtehude, a los que sumar Matthias Weckmann, Georg Böhm, Franz Tunder, Nicolaus Bruhns o Johann Adam Reinken. Tuvimos la ocasión de disfrutar de una actuación memorable, seguramente de las que pasarán a la historia de este Bach Vermut. Si ya es difícil escuchar a un organista en concierto sin guarrear –esa expresión del gremio tan clarificadora–, lo es aún mucho más escucharlo dando toda una clase magistral de cómo interpretar un repertorio concreto. Exceptuando algunos leves problemas en el primer movimiento de la Sonata V y algún momento puntual más a lo largo del concierto, Foccroulle se mostró impecable, no solo solventando con suma facilidad los increíbles escollos técnicos presentados, sino exhibiendo una fluidez y naturalidad impresionantes. Disfrutamos de un Foccroulle contundente, ágil y brillante en las toccate, fugas, preludios y passacaglie; pero también de un Foccroulle expresivo, íntimo, refinado y elegante en los choralen y especialmente en el Adagio de la Sonata V, un momento absolutamente hermoso. La registración fue escogida con gran inteligencia, aportando el color necesario en cada obra y pasaje, bien con órgano pleno o casi para las grandes obras, bien con momentos de registración más íntima y expresiva, con flautados de resonancia casi etérea. Hablando al final del concierto con Daniel Oyarzabal –gran organista y culpable, en gran medida, del éxito de este Bach Vermut–, me comentaba que él únicamente echó de menos quizá un 32’ en la última de las obras bachianas: si se tiene un gran órgano y la obra lo pide, ¿por qué no hacer uso de él?, venía a decir. Interesante reflexión.
Cabe felicitar efusivamente, además, al equipo del CNDM y del Auditorio Nacional por su magnífico trabajo de realización, que permite disfrutar de primera mano de las interpretaciones gracias a las enormes pantallas en la que se proyectan primero planos del organista, los teclados y el pedal. Sin duda, un recital organístico que pasará a los anales de la historia como uno de los más excelsos que se haya tenido el lujo de disfrutar en el Auditorio madrileño, probablemente en toda su historia. Personalmente así lo creo.
Fotografía: Pascal Victor.
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