Por Álvaro Menéndez Grande | @amendenzgranda
Madrid. 28/11/2017. Auditorio Nacional de Música. Ciclo «Grandes Intérpretes» de la Fundación Scherzo. Obras de Felix Mendelssohn, Ludwig van Beethoven, Johannes Brahms y Johann Sebastian Bach. András Schiff, piano.
El nombre de András Schiff es, en mi opinión, sinónimo de sobriedad y maestría. Pocos intérpretes soy capaz de recordar que tengan la solidez, la claridad de concepto musical y la capacidad de evocación que posee Schiff. Sin recurrir a una gestualidad ridícula ni abordar repertorios pirotécnicos, el pianista húngaro es capaz de mostrar —a aquellos con mente receptiva y oído entrenado— las poliédricas dimensiones de la música. Durante el recital que ofreció la fría y desapacible tarde del pasado 28 de noviembre, Schiff nos demostró una vez más que ni el contrapunto más complejo ni los teléfonos móviles más pertinaces pueden alterar su férrea concentración, ni siquiera en páginas que —por su complejidad textural— producirían una importante tensión a cualquier otro intérprete.
Comenzó la velada con la «Fantasía» en Fa sostenido menor Op. 28 de Mendelssohn, obra que lleva el sobrenombre de «Sonata escocesa». Si bien no se trata de una sonata estrictamente hablando, está estructurada en tres movimientos cuyas indicaciones de tempo demandan una mayor velocidad en cada uno de ellos —como sucede en las dos sonatas Op.27 de Beethoven, curiosamente bautizadas como quasi una fantasía—. La partitura de Mendelssohn transita por imágenes musicales variadas, que incluyen la contemplación del primer movimiento Con moto agitato, el animado carácter del Allegro con moto central y el vertiginoso fluir de semicorcheas del virtuosístico Presto —que, salvando las evidentes distancias temporales, parece querer recordarnos al movimiento final de la sonata KV 332 de Mozart—. Ni que decir tiene que la intervención de Schiff fue transparente y llena de contrastes, melodías bien definidas y nítidamente proyectadas con un sonido cálido y redondo.
El programa derivó después hacia Beethoven con su sonata Op. 78 en Fa sostenido mayor. La vigesimocuarta de sus sonatas para piano es una de las más breves, y está escrita en dos movimientos. El primero de ellos es un Allegro tranquilo con un tema de gran lirismo que se desarrolla en novedosos y magníficos tratamientos de transformación. Schiff hizo gala de un cantabile sin fisuras, proyectando la línea melódica hasta el final de la sala con una formidable calidez. El segundo movimiento es un Allegro vivace poco convencional con un tema entrecortado que evoluciona hasta desembocar en pasajes escalísticos de gran brillantez. Una vez más, el pianista húngaro realizó una traducción muy interesante de la partitura del Arquitecto, llena de luminosidad.
La música de Brahms es una de las más densas que he escuchado nunca. En mi mente se crean, siempre que escucho alguna de sus composiciones pianísticas, imágenes de remolinos de agua oscura que fluye no muy rápido pero que, de forma implacable, arrasa con todo cuanto encuentra a su paso. No me cabía ninguna duda de que Schiff conseguiría evocarme una vez más tales visiones al interpretar la música del gran compositor alemán, pero no imaginaba que lo haría con tal nitidez. Tanto en las ocho piezas Op. 76 como en las siete fantasías Op. 116 la complejidad rítmica, los cambios de registro, las necesarias y convincentes variaciones de color, las armonías turbulentas y mudables, fluyeron de manera muy natural en la interpretación del maestro que, a sus sesenta y tres años, se encuentra pianísticamente en plena forma. Sorprendió su austeridad con el pedal derecho, que propició una gran claridad en el toque sin caer en la rudeza o la sequedad. Su musicalidad está fuera de dudas; su técnica, de vuelta de todo.
Reservado para el final, el protagonista de la noche: un recital de Schiff sin Bach habría sido una decepción. En este caso, la Suite inglesa n.º 6 en Re menor supuso el gran momento de la noche. Desde el contrapunto vertiginoso del preludio, la delicadeza de la zarabanda, la rítmica sucesión de las dos gavotas, hasta la implacable giga —en la que unos curiosos cambios de tempo momentáneos llamaron poderosamente nuestra atención—, todo fue un privilegio para un público que, sorprendentemente, no llenó la sala sinfónica del Auditorio Nacional. La interpretación del húngaro estuvo marcada, como suele ser habitual en él, por su acercamiento a la música del Kantor desde una reflexión profunda y una ejecución que prima la claridad de los planos y los contrastes por encima de la velocidad excesiva. Toda una lección. El respetable supo reconocer los muchos logros del pianista, al que brindó una cálida ovación. Poco dado a hacerse de rogar, Schiff regaló el Concierto Italiano de Bach fuera de programa.
Finalizar el vigésimo segundo ciclo «Grandes Intérpretes» con la participación del pianista húngaro András Schiff ha sido, sin ninguna duda, un acierto por parte de la Fundación Scherzo. Esperamos con impaciencia a que comience la nueva temporada del ciclo, que arrancará en enero y vendrá acompañada de nombres como Uchida, Wang, Sokolov, Lupu o Perahia, entre otros. Denlo por hecho, allí estaremos.
Fotografía: Priska Ketterer.
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