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Críitica: Les Arts Florissants y William Christie llevan su cuidado jardín inglés al CNDM

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Autor: Mario Guada
21 de noviembre de 2017

DESLUMBRANTE ELOGIO A EUTERPE

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 19-XI-2017. Auditorio Nacional de Música, Sala de cámara. Centro Nacional de Difusión Musical. Universo Barroco. Les Jardin des Voix 8. Música de Matthew Locke, Orlando Gibbons, Georg Friedrich Händel, Henry Purcell, Thoma Tomkins, Thomas Augustine Arne, John Ward y John Dowland. Natalie Pérez, Natascha Schnur, Eva Zaïcik, James Way, Josep-Ramon Olivé, Padraic Rowan • Les Arts Florissants | William Christie.

Si la música del amor es alimento,
cantad hasta que de gozo yo rebose;
para que mi alma atenta logre
alcanzar placeres que jamás sacien.
Tus ojos, tu rostro, tu lengua proclaman
que toda tú eres música.
Los placeres penetran ojos y oídos
tan fuerte es el éxtasis, que me hiere,
y todos mis sentidos se deleitan;
aunque el deleite sea sólo sonido.
Seguro que sucumbiré a tus encantos,
a no ser que me salves en tus brazos.

Texto de Henry Haveningham para música de Henry Purcell.

   Hace unos cuantos años que soy un declarado seguidor de Les Arts Florissants y William Christie. Con ellos descubrí las inmensas –y casi inagotables– joyas del patrimonio musical francés de los siglos XVII y XVIII. Los Lully, Charpentier, Mondonville, Desmarest, De Lalande, Bouzignac, Montéclair, Campra, Couperin y Rameau, sobre todo Rameau. Con ellos aprendí a adorar a este genio de la historia de la música, y solo por ello les debo gratitud eterna. Recuerdo aún, con mucho cariño, mi estreno en directo con LAF y Christie, allá por 2005, y precisamente de la mano de Les Jardins des Voix, su academia para jóvenes cantantes, que en aquella segunda edición trajo a Madrid a una selección de jóvenes talentos, muchos de los cuales hoy son artistas muy respeteados y celebrados en el ámbito del canto histórico –Xavier Sabata, Andrew Tortise, Claire Debono o Konstatin Wolff–. Aquella ilusión y aquellas emociones que sentí al disfrutarlos por primera vez en directa –y en mi estreno en el Auditorio Nacional– probablemente no las olvidaré nunca.

   Afortunadamente, en años posteriores he logrado volver a presenciar al conjunto en directo en diversas ocasiones, y siempre con una sensación de estar deleitándose con algo muy especial –su paso por el Pórtico de Zamora, interpretando madrigales de Il divino Claudio, de la mano de Agnew, fue sencillamente memorable–. Acudían al ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical como unas de las cabezas de cartel para esta temporada 2017/2018, y a fe que la expectación bien ha merecido su recompensa. La idea de Les Jardins des Voix surgió en la cabeza de Christie en 2003, cuando pensó en lo interesante que sería crear una academia para jóvenes cantantes especializados en el repertorio barroco, que pudieran desarrollar plenamente en su trabajo con él mismo y su conjunto para ofrecer un programa de gira por medio mundo, y poder así disfrutar después de los cantantes que se formaron con él de manera breve, pero intensa. El exitoso resultado, a tenor de las siete ediciones precedentes, es evidente. Muchos de los cantantes que pasaron por esta academia son hoy reconocidos intérpretes a nivel mundial, gran parte de ellos haciendo carrera junto a LAF y Christie, pero también con grandes de los directores historicistas más reconocidos. El buen ojo de Christie –y Paul Agnew, su mano derecha y actualmente codirector del conjunto a la vez que codirector musical de la academia–.

   En esta ocasión el repertorio se centró de manera exclusiva en el repertorio inglés, bajo el título An English Garden [Un jardín a la inglesa]. Programa de generosa duración, se dividió en dos partes de 45 y 60 minutos respectivamente, a través de las cuales se fue presentando un brillante e inteligente recorrido por música cercana a la escena –en cierto modo– de la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII, pero la mayor parte de la misma alejada del concepto de ópera, pues se conforma por fragmentos de oratorios, serenatas, masques, madrigales, odas, canciones, catches y semióperas, pero nunca la ópera como tal. La primera parte, titulada The Mystery of Music [El misterio de la música], se abrió con el magnífico Curtain Tune, un pasaje puramente instrumental de inmensa belleza, firmado por Matthew Locke (c. 1621-1677) para The Tempest –música incidental para la comedia shakesperiana en 1667–, en el que se puso apreciar la magnífica sonoridad de la cuerda y el continuo del ensemble francés, sin duda un alentador presagio de lo que estaba por llegar. El primer número de conjunto fue la parte primera de The cryes of London, de Orlando Gibbons (1583-1625), obra de clara inspiración popular que narra la ajetreada vida de un mercado en la bulliciosa Londres del momento, que sirvió para que los seis cantantes protagonistas de esta edición hicieran su entrada por distintos lugares de la sala sinfónica del Auditorio Nacional –galerías del órgano, patios de butacas o anfiteatros laterales–, ataviados con algunos de los manjares del mercado. Una sencilla pero efectiva presentación del trabajo conjunto y de cada una de las voces de forma individual, aunque sin lugar para el lucimiento –llegaría más tarde–. Tras un fragmento de Georg Friedrich Händel (1685-1759), extraído de su Acis and Galatea HWV 49, llegó la primera aparición solista, de la mano del célebre y hermoso If music be the food of love Z 379c, de Henry Purcell (1659-1695), en el que la soprano alemana Natasha Schnur hizo gala de su escasa proyección –incluso para una obra con acompañamiento reducido al continuo–, un timbre no especialmente sugerente y una musicalidad de poco interés. Pero tranquilos, la cosa mejoró, y mucho. Y es que la velada fue, en cierta manera, un alegato a la propia música como creación y arte en relación con la vida y sus placeres, como dejan patente muchas de las letras en las obras escogidas como la que encabeza esta crítica.

   Music divine, el maravilloso madrigal a 6 de Thomas Tomkins (1572-1656) fue sin duda uno de los mayores regalos de la noche, cantado por la totalidad de los solistas –sin acompañamiento alguno– con exquisita afinación, un equilibrio entre líneas excepcional y una belleza sonora magistral. Un trabajo extraordinario en el que se dejó notar la sabia mano de Paul Agnew como codirector de esta brillante academia. La velada deparó muchos momentos para el humor, como en el caso de The Singing Club, extraída de The Essex Harmony, being a choice of the most celebrated Songs and Catches, un hermoso ejemplo del catch, un tipo de canon al unísono en el que dos o más voces –generalmente tres o más– cantan repetidamente la misma melodía, comenzando en diferentes momentos, desarrollando un tema de tipo profano. Las siguientes obras, ejemplos brillantes en la creación de Händel y Purcell en el género de la oda, sirvieron para cerrar una primera parte, de nuevo con la música y sus instrumentos, como centro del texto:

Los agudos violines proclaman
sus golpes de celos y desesperación,
de furia y frenética indignación,
dolores profundos y elevada pasión
hacia la bella y desdeñosa dama.
•••••
Haced sonar el violín, tañed el laúd;
despertad el arpa, inspirad la flauta:
cantad la alabanza a vuestra benefactora,
cantad en romances alegres y armoniosos
•••••
De todos los instrumentos que hay,
ninguno al violín se puede comparar.
Escuchad la armonía de sus cuerdas,
y el arco frotar y deslizar.
Pero él destaca sobre todos,
con su canción y su siseo.
•••••
¡Oh, maravillosa máquina!
Ante ti el trinar del laúd,
acostumbrado a vencer, se ha de rendir:
porque contigo no puede competir.
•••••
La flauta de suave lamento
descubre al apagarse sus notas
la pena de amantes sin consuelo,
cuyo plañido el trino del laúd susurra.

   Además, estas obras sirvieron para reconocer con atención a los solistas que faltaban por acudir: James Way es un tenor inglés de libro, en el sentido de presentar un timbre muy característico de esta escuela, como una zona central y aguda poderosas, un registro de cabeza muy bien pulido y una gran proyección, que sin duda le hace muy adecuado para este tipo de repertorio. Se trata de uno de los cantantes más interesantes de la noche. La mezzosoprano alemana Eva Zaïcik fue, con total rotundidad, el gran descubrimiento del concierto; una cantante de exquisito gusto y musicalidad, de gran solvencia técnica, con una dicción sutil y clara, además de un timbre absolutamente hipnótico. Todas sus actuaciones solistas se cuentan por éxitos. Aunque ya está desarrollando una carrera intensa, espero que la música lo depare caminos exitosos, porque me parece una cantante excepcional. El barítono catalán Josep-Ramon Olivé –al que había escuchado, con poco éxito, en un concierto hace solo unos días–, logró sorprenderme, con una notable presencia escénica, una voz poderosa, con buen registro agudo y una zona media-grave confortable, de sonido redondo, aunque a veces tendente hacia la obscuridad. Natalie Pérez, soprano francesa de cierto interés, demostró elegancia en algunos pasajes, pero posee un timbre que en el registro agudo tiende hacia el desequilibrio, modificando además el timbre, y no precisamente hacia mejor. En general, las sopranos me parecieron lo menos solvente de la velada. Queda Padraic Rowan, interesante bajo irlandés de generoso y aposentado grave, con una vis cómica muy marcada, que sostiene, además, con gran solvencia al conjunto desde el grave en los números de conjunto.

   Para la segunda parte, bajo el título A night of pleasures [Una noche de placeres], quedaron obras de corte también festivo, pero que tuvieron a la noche como protagonista. Auténticas obras maestras acudieron a la cita, como Oh, let the merry rings round, de L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato HWV 55 händeliano, con celesta incluida para la ocasión; See, even night herself is here, de The Fairy Queen Z 629; el poco conocido madrigal a 6 Come sable night, de John Ward (1598-1638) –otro momento sublime–; o Welcome, black night, de John Dowland (1553-1626) –exquisito pasaje con Zaïcik acompañada de la tiorba–. Purcell se erigió aquí como el punto central del programa, interpretando de él varios momentos de algunas de sus brillantes semióperas, como Timon of Athens Z632, The Prophetess, or The History of Dioclesian Z 627 –ambas representadas en breves pasajes unidos para crear una escena cómica protagonizada exclusivamente por las voces masculinas, de claro tinte humorístico y con espacio (como ya sucediera en la primera parte) para el toque político, haciendo alusión al Brexit en un alegato claramente europeísta– o King Arthur, or The British Worthy Z 628 –con dos bellos momentos protagonizados por la hermosísima Fairest isle, primero en la versión original (con la soprano alemana, aunque discreta, haciendo su mejor interpretación de la noche), y después en un magnífico arreglo a tres voces de William Hayes (interpretado sublimemente por las tres féminas)–. Dos exquisitos ejemplos más de Händel –As with rosy steps the Morn, de Theodora HWV 68 (una vez más con la mezzo alemana en estado de gracia), y el subyugante dúo As steals the Morn upon the night, de L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato HWV 55 (con Schnur y Way muy conectados, aunque en un claro balance vocal inclinado hacia el lado del tenor)– dieron paso a otro aria purcelliana y a la segunda parte de The cryes of London, de Gibbons, que cerró la velada con una hermosísima chacona de luminosa e incitante sonoridad. Sin duda, un final por todo lo alto, que hizo al público deleitarse y ofrecer a los intérpretes una encendida ovación, digna de las grandes ocasiones.

   Hay que alabar el trabajo escénico de Sophie Daneman, magnífica soprano históricamente ligada a la edad dorada de LAF y Christie, que ahora se encarga de las labores de puesta en escena. Labor inteligente, sobria y efectiva la suya, que logra un resultado soberbio, sabiendo hacer un uso impecable del espacio, la gestualidad y la conexión entre los cantantes, pero también los instrumentistas, a los que hace destacar en escena cuando tienen partes muy evidentes para su instrumento –algo quizá obvia, pero que resulta escénicamente–.

   Y qué se puede decir de la increíble orquesta de Les Arts Florissants que no se intuya ya. Pocas veces se puede escuchar un conjunto de este nivel en un repertorio así en este país. Sin duda es un lujo del que tardaremos en reponernos. Destacar la labor de unos sobre otros sería injusto, pues si algo caracterizó esta actuación fue el sobrado nivel de todos y cada uno de los artistas implicados en la orquesta. Tantos los solistas, como continuistas y la descomunal sección de cuerda –cabe mencionar irremediablemente la labor de Emmanuel Resche, magistral concertino y uno de los mayores exponentes actuales del violín barroco–. Una afinación pulcra al extremo, un equilibrio entre las diversas secciones fantástico –qué bueno oír una sección de violas así–, un continuo colorista, pero contenido, que conduce sabiamente al conjunto sobre su aposentada y firma base… En definitiva, un espectáculo de agrupación, que resulta casi irreal. Por supuesto, nada de esto sería posible sin la genial, experimentada y legendaria mano de William Christie, el clavecinista y director estadounidense que emigró a Francia para convertirse en el paladín de su patrimonio musical barroco, que sin duda supone una garantía de éxito. La música inglesa, de un carácter tan marcadamente personal, pero con tan evidentes influencias del lenguaje francés, resuena excepcional en la visión de LAF y Christie, en la que el refinamiento y la elegancia son las señas más marcadas.

   Creo que hemos podido disfrutar de uno de los mejores conciertos de este 2017, pues de no ser por Monsieur Herreweghe y su insuperable Matthäus-Passion –también del CNDM–, este probablemente su hubiera alzado a la primera posición. Quizá la elección de los cantantes –especialmente ambas sopranos– podría haber recibido un punto más de tino, pero en ningún caso enturbió una velada que quedará para el recuerdo –como aquella que aún mantengo en mi memoria del 2005–. La misma noche del concierto reflexionaba en redes sociales de la siguiente manera, que creo sirve muy bien como resumen de lo vivido: hay conjuntos mediocres, regulares, buenos, muy buenos, excelentes e inmensos. Pero únicamente los legendarios logran algo muy especial cuando salen al escenario. Les Arts Florissants sin duda lo son...

Fotografía: Les Arts Florissants.

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