Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 21-12-2016, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. El Mesías (Georg Frederic Händel). Emmanuelle De Negri (soprano), Carlo Vistoli (Contratenor), Samuel Boden (tenor), Konstantin Wolff (bajo). Les Arts Florissants. Director: William Christie.
El Mesías de Händel es una de esas obras que trasciende el ámbito de la llamada música clásica y que se ha mantenido vigente y constantemente interpretada desde su estreno en 1742 en Dublín. También sobrepasa el terreno religioso siendo amada igualmente por creyentes, agnósticos y ateos. Se ha impuesto la tradición que supone interpretarla, sobretodo, en época Navideña sobre la de hacerlo por Semana Santa, ya que la obra trata no sólo del nacimiento de Cristo, también de su Pasión y Resurrección.
En esa costumbre se encardinaba esta interpretación de la monumental obra en el ciclo Ibermúsica por parte de un conjunto tan afamado en el repertorio barroco y la corriente historicista como “Les Arts Florissants” con su fundador y titular al frente, William Christie.
Indiscutible la exhibición de afinidad estilística del conjunto con el barroco, Händel y la composición a intepretar. Por descontado que ofrecieron un sonido pulidísimo, de texturas diáfanas, con una cuerda sedosa capaz de un gran rango dinámico. Indudable que la interpretación resultó tan bella, elegante y refinada como ágil y vivaz, pero… faltó algo. Faltaron clímax, contrastes, aristas y esa suprema trascendencia que haga justicia completa a creación tan grandiosa. Quizás por esa inquietud por la suprema contención y que en este repertorio no se traspase la línea del elemento subjetivo de la emoción (considerado genuino del romanticismo). Cierto es que ha habido que despojar una obra que, como se ha dicho, se ha intepretado durante siglos y épocas diversas, de vicios interpretativos y modos propios de otras coordenadas estilísticas y que el afán de Christie es ofrecerla de la manera más cercana posible a lo que se escuchó el día de su estreno. Admirable, pero ello no debería ser obstáculo para que se exprese (y el espectador sienta con la correspondiente carga emotiva) esa evolución dramática entre el nacimiento y llegada del Mesías, su pasión, su muerte y su resurrección.
Ni se puede negar la afinidad teatral del genial compositor, ni que sus oratorios tienen un contenido dramático, que debe conducir a un clímax y una cota trascendente, que debe sentirse siendo creyente o no. Igual que uno se conmueve con la relación de Rigoletto con su hija, aunque no sea padre ni quiera serlo. Ésa es la maravilla de la música. El Mesías llega. El Mesías sufre su pasión y muerte por la salvación de la humanidad y supera la misma mediante la Resurrección. Esos sucesos tienen no sólo un contenido dramático, también un desarrollo y crecimiento dramáticos, que han de conducir a un clímax emotivo. Quién suscribe no lo apreció.
El cuarteto vocal resultó poco estimulante. A pesar de la poca afinidad del que suscribe por la cuerda de contratenor y que hubiese preferido la habitual mezzosoprano o contralto, es de ley subrayar que Carlo Vistoli fue el único que aunó musicalidad y expresión en sus magníficas arias, de lo mejor de la partitura. Precisamente en la interpretación de la sublime “He was despised” ocurrió el incidente protagonizado por un móvil, que sonó machaconamente y sin que el propietario se dignara a apagarlo. Christie visiblemente indignad6o, interrumpió la interpretación e increpó, enfadadísimo y con razón, al interfecto. Lo de los móviles es muy grave y raro es el concierto que no suena alguno o varios, pero también es necesaria una reflexión sobre el aluvión de toses apocalípticas que se escucha habitualmente cada vez que termina un movimiento o un número de una obra. La mayoría no son toses espontáneas e incontrolables, parece una ridícula y abominable pose. Algunos se deben desgarrar la garganta. La soprano Emmanuelle de Negri cumplió sin más con una aséptica corrección musical y ajustada coloratura. Mucho peor la dupla tenor-bajo encabezada por el minúsculo e irrelevante tenorino Samuel Boden y el muy deficiente bajo Konstantin Wolff, de emisión empotrada en la gola, ahogada y totalmente mate. Una pena escuchar el destrozo perpretrado con una maravilla como “The trumpet shall sound”. El coro tampoco estuvo deslumbrante. Mejor ellas que ellos.
Gran éxito correspondido por la intepretación a modo de bis del inmortal coro “¡Aleluya!”.
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