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Crítica: 'Werther' de Massenet en el Covent Garden de Londres

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Autor: Rubén Martínez

FANTÁSTICO

  Por Rubén Martínez
Londres. 3/VII/16. Royal Opera House Covent Garden. Vittorio Grigolo, Joyce DiDonato, Heather Engebretson, David Bizic, Jonathan Summers, Yuriy Yurchuk y François Piolino, Emily Edmonds, Rick Zwart. Dirección musical: Antonio Pappano. Dirección de escena: Benoît Jacquot. Decorados e iluminación: Charles Edwards. Orquesta y Coro de ROH.

   Las funciones del Werther de Jules Massenet que tienen lugar estos dias en Londres suponen el segundo revival de la producción firmada por Benoît Jacquot que se estrenara en este mismo coliseo londinense en 2004 con el argentino Marcelo Álvarez como protagonista masculino y que posteriormente se volvió a presentar en 2011 con Rolando Villazón en el rol principal. Los decorados e iluminación a cargo de Charles Edwards siguen siendo realmente inspiradores, plenos de elegancia y refinamiento, con un estudiado uso de la maquinaria escénica al servicio de la teatralidad de la obra, como ese último cuadro en el que la habitación del protagonista se va acercando al proscenio en un juego de perspectivas que produce un efecto casi mágico en el espectador de platea. Igualmente logrados el resto de cuadros, con un realismo algo minimalista y de cierta desnudez que para nada resulta sobrecargado ni empalagoso. Da gusto presenciar una puesta en escena donde todo funciona al servicio del drama sin pretender robar el protagonismo a la música y a la dramaturgia reflejada en la partitura.

   Con el paso del tiempo el italiano Vittorio Grigolo está logrando asentar una carrera más que respetable, con la inclusión paulatina de nuevos roles y sin cometer locuras, al mismo tiempo que logrando que muchos críticos y aficionados que sólo veian en él a otro producto más de la industria lírica cuyo éxito parecía estar inducido por la combinación adecuada de juventud y atractivo físico estén cambiando paulatinamente la valoración de sus fortalezas interpretativas. Estas funciones londinenses suponen la primera aproximación escenificada de Grigolo al personaje de Werther tras un par de representaciones en concierto que tuvieron lugar en Berlin hace ahora dos años. Lo cierto es que hemos quedado gratamente sorprendidos por el resultado de su planteamiento, con una aproximación plena de matices pero algo más controlada que en ocasiones anteriores donde precisamente la sobreactuación y el exceso de revoluciones restaban credibilidad a sus creaciones convirtiéndolas en una suerte de drama-king. Es notoria la mejora conseguida en su trabajo con la lengua francesa, con una dicción casi impecable en la que se aprecia el trabajo de un buen coach, recordándonos por momentos al mismísimo Alagna. El instrumento vocal del italiano sigue impactando por proyección y densidad. Es un material grueso pero dúctil, guiado por una técnica muy personal pero que es difícil cuestionar a la vista de los resultados. El de Grigolo es uno de los materiales tenoriles más importantes del panorama actual y cuando controla el desbordamiento pasional hiperactivo es capaz de ofrecer funciones de muy alto nivel como la que le hemos presenciado.

   La mezzo norteamericana Joyce Didonato es muy querida en la Royal Opera House, seguramente junto con el Metropolitan de Nueva York sus escenarios fetiche. Lejos de recientes incursiones en el repertorio sopranil de resultados no muy felices volvemos a apreciar a la americana en un rol a su medida en el que puede lucir con comodidad sus puntos fuertes y recrearse en la zona de confort que le brinda esta partitura. El tercio grave de Didonato es de una expresividad intensa pero siempre bajo control, encontrando en la escritura de Massenet un vehículo de lujo para exhibir sus dotes interpretativas como ya demostrara anteriormente en el rol de Cendrillon hace ya algunas temporadas. No se puede obviar que la extensión de su registro no es su mejor arma y que el instrumento se afina peligrosamente a partir del la natural hacia un sonido estrecho, semifijo y deficiente en armónicos con un incómodo vibrato. En cualquier caso esos momentos de ligero compromiso son resueltos con tablas y sabiduría escénica por la americana que, globalmente, ofrece una interpretación contrastada y de indudable credibilidad, con un "va, laisse couler mes larmes" realmente conmovedor así como un cuadro final que logra hipnotizar al público.

   Muy interesante la Sophie de Heather Engebretson, joven soprano estadounidense que sobre el escenario ofrece una figura realmente infantil, tan apropiada para el papel de hermana menor de Charlotte, y cuya voz contiene una combinación ideal de fragilidad junto a una sección grave sorprendente todo ello con una notable proyección en la sala y una desenvoltura escénica sobresaliente. Le anticipamos una brillante carrera.

   Algo decepcionante el Albert del barítono serbio David Bizic, un artista que ya interpretó este papel en las funciones que tuvieron lugar en el Met en la temporada 2013-2014, y que palidece al lado del intérprete que estrenara la producción en Londres en 2004, Ludovic Tézier. Desde un punto de vista escénico no hay nada que reprocharle ya que construye el personaje de forma fiel y solvente. Es en el apartado vocal donde se queda algo justo de medios y un peldaño por debajo de los dos protagonistas, echándose en falta un material de mayor empaque y presencia.

   El veterano Jonathan Summers, que asumiera el papel de Albert en este mismo teatro junto al Werther de Alfredo Kraus allá por 1979, interpretó el papel del Bailli con la solvencia y el material ya rudo y gastado al que nos tiene acostumbrados.

   Buen nivel el de Johann y Schmidt en las timbradas voces de Yuriy Yurchuk y François Piolino así como correctos Emily Edmonds y Rick Zwart en sus breves intervenciones como Kätchen y Brühlmann. Musicales y empastados el coro infantil en el primer y último actos.

   Dejamos para el final el fantástico trabajo (uno más) del maestro Antonio Pappano al frente de una Orquesta de la ROH con la que presenta una comunión absoluta. Diera la impresión de que Pappano se introduce mentalmente en cada uno de los profesores y que todo está interconectado como si se tratase de un único intérprete, tal es la confluencia y empatía entre orquesta y director. Si los dos primeros actos fueron de altísimo nivel a partir del tercero asistimos a una genial vuelta de tuerca en la que la masa orquestal interactuó con el escenario como en muy pocas ocasiones tenemos oportunidad de presenciar, con esa ya legendaria teatralidad marca de la casa a la que el maestro nos tiene muy mal acostumbrados.

Foto: Bill Cooper

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