El célebre conjunto inaugura el ciclo leonés con una asistencia masiva de público, en un espectáculo que reafirma la decadencia del músico catalán, quien sigue empeñado en presentarse como epicentro alrededor del que ha de girar todo.
Por Mario Guada
León. 23/I/16. Auditorio Ciudad de León. XIII Ciclo de Músicas Históricas. La Europa musical: 1500-1700. Hespèrion XXI. Jordi Savall. Obras de John Dowland, Orlando Gibbons, William Brade, Luys de Milán, Antonio de Cabezón, Diego Ortiz, Pedro de San Lorenzo, Samuel Scheidt, Henry Purcell, Joan Cabanilles, Johann Hermann Schein, Guillaume Dumanoir, Antonio Valente y anónimos.
Otro año más comienza la andadura del Ciclo de Músicas Históricas de León, todo un clásico en la programación cultural de la ciudad, que llega de la mano del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM], para alcanzar en esta ocasión su decimotercera edición. Se abría con unos protagonistas de excepción, lo que ha hecho que la asistencia de público haya desbordado las previsiones, de tal forma que hasta el anfiteatro posterior tuvo que habilitarse para proporcionar asiento a las decenas de asistentes que se habían quedado sin sitio en la platea y anfiteatros delanteros –y por consiguiente, que gran parte del público no tuviese oportunidad de recibir un programa de mano–. Nada de extrañar, hasta aquí. El maestro Jordi Savall tiene, como es sabido, el tirón más grande entre los profesionales de este país dedicados a la llamada música antigua, lo que hace que el público acuda de manera masiva permanente, sin importarle otros aspectos sin duda a considerar.
Personalmente tenía notables expectativas puestas en este concierto, puesto que se interpretaba un programa que nunca había presenciado a la agrupación en concierto y del que me declaro un absoluto apasionado. Savall y los suyos históricamente han prestado bastante atención a algunos de los autores aquí presentes, y siempre he admirado la gran labor que han hecho con sus grabaciones de los compositores británicos para consort of viols, pues sus registros para Astrée dedicados a los Lawes, Jenkins, Coprario, Tye, Brade, Locke, Dowland… están, sin duda, entre lo mejor de la amplísima discografía del intérprete catalán y sus huestes. Lástima, porque me temo que ha sido una gran ocasión perdida.
El programa se estructuró en una serie de bloques que desgranaban lo mejor –veinte obras no dan para representar casi dos siglos de música– de la creación musical en el «viejo continente» durante los siglos XVI y XVII. Comenzó el concierto con cuatro danzas anónimas italianas, reflejo del esplendor veneciano que estas tuvieron en el siglo XVI, en las que se notaba la herencia del Medievo tardío, en unas obras con gran contraste de carácter y sonoridad. El segundo bloque estuvo protagonizado por los mencionados compositores británicos, quienes encontraron en el whole consort –esto es, un conjunto formado únicamente por los distintos tipos de instrumentos de una misma familia, en este caso la viola da gamba– la mejor manera de construir polifonía realmente estricta para conjunto instrumental. Es un período de absoluto esplendor, con autores de genialidad plena y obras de gran calado, como demuestran John Dowland [1563-1626] y su Lachrimæ Pavan a 5 –obra de 1596, que supone el origen de su célebre Flow my Tears y sirve de base para la construcción de sus Lachrimæ or Seven Teares, colección extraordinaria para consort of viols de 1604, a la que pertenece la segunda obra interpretada: The King of Denmark Galliard–. Orlando Gibbons [1583-1625] y William Brade [1560-1630] fueron otros de los grandes exponentes de esta concepción instrumental de conjunto en la Inglaterra que transitaba entre los siglos XVI y XVII, en los que se observa además una notable evolución: Gibbons más arcaizante en su In nomine a 4, Brade más barroquizante en la Ein Schottisch Tanz.
En el tercero de los bloques se detenía la atención sobre música española, en arreglos para conjunto de violas de obras originalmente concebidas para «tecla, arpa o vihuela», como reza el título de las Obras de Música [1578] del gran Antonio de Cabezón [1510-1566], representado aquí en sus Diferencias sobre la «Dama le demanda». De Luys de Milán [1500-1561], creador del primer libro de vihuela de la historia, El Maestro [1536], se interpretaron su Pavana y gallarda, combinación típica de dos danzas contrastantes. Diego Ortiz [1510-1570] es el único autor representado en este bloque que compuso ex profeso para la viola –o vihuela de arco, como era llamada en España–, creando en su Tratado de Glosas [1553] un extraordinario universo en torno al instrumento; de quien se escogieron dos de sus recercadas, una sobre el bajo de la romanesca y otra sobre un passamezzo moderno. Concluyó el bloque con dos obras, la primera de ellas del ignoto Pedro de San Lorenzo [s. XVII], con su Obra de 1.er tono –seguramente compuesta en su origen para órgano–, para concluir con una «improvisación» sobre unos Canarios de autor anónimo.
La segunda mitad comenzó con música francesa de la corte de Louis XIII, con una serie de danzas anónimas –recopiladas por uno de los Philidor– que ejemplifican a la perfección el surgimiento de la suite como género. Samuel Scheidt [1587-1654], otro de los grandes autores que compuso para conjunto instrumental –sin especificar, aunque esta formación le va especialmente bien por carácter y sonoridad–, fue el gran representante de la música alemana en el presente recital, de quien se interpretaron cuatro piezas [a 4 y 5 partes] extraídas de su colección Paduana, galliarda, courante, alemande, intrada, canzonetto, ut vocant, in gratiam musices studiosorum, potissimum violistarum [1621].
Para finalizar se interpretó un bloque de obras ya en plenitud barroca, entre los que se encontraba la Fantasia XIII a 4, de Henry Purcell [1659-1695] –heredero directo aquí de los compositores británicos para consort of viols–. También un arreglo de la Corrente italiana para órgano de Joan Cabanilles [1644-1712]; la Allemande y Tripla del alemán Johann Scherman Schein [1586-1630]; Libertas, del francés Guillaume Dumanoir [1615-1697]; para cerrar el concierto con uno de los grandes éxitos de Savall, la Gallarda napolitana de Antonio Valente [fl. 1565-1580].
Un programa notable, que si bien algo falto de discurso interno –amén del vano argumentario que supone un recorrido por dos siglos de música europea–, resultó más interesante que los programas a los que el maestro Savall tenía acostumbrada a la ciudad en sus numerosas visitas precedentes, por lo que quizá el público no se mostró tan entusiasta como cabía suponer, al menos no hasta el final del concierto. Lástima que la interpretación no fuese especialmente brillante, al menos no en el papel solista del fundador y director del conjunto Hespèrion XXI, que por su parte acudió con una formación de auténtico lujo para la ocasión: Philippe Pierlot [viola da gamba altus y bassus], Sergi Casademunt [viola da gamba tenor], Lorenz Dufstchmid [viola da gamba bassus], Xavier Puertas [violone], Enrike Solinís [tiorba y guitarra] y Pedro Estevan [percusión].
Como comentábamos al comienzo, el repertorio de consort de violas va en el ADN de Savall y los suyos desde hace décadas. Fue precisamente en las obras de Dowland, Gibbons y Schein –lo más cercano en los no ingleses a este carácter íntimo y denso en textura sonora– donde el conjunto brilló con luz propia, consiguiendo lecturas extraordinarias, muy equilibradas, con hermoso sonido y una expresividad realmente evocadora. Así es cuando da gusto escuchar a Hespèrion XXI. En mi opinión, este es el repertorio instrumental que está más cercano a la polifonía vocal, en el que las violas parecen cantar, pasándose con sutileza las diferentes líneas de un intrincado pero fascinante contrapunto. Muy interesante en gran medida el repertorio español, con arreglos que funcionaron adecuadamente, especialmente en Cabezón y Ortiz. La música francesa e italiana presentada aquí carece por lo general de la enjundia del resto del programa, pero resultó un interesante aporte en tímbrica y carácter despreocupado.
En general el conjunto funcionó muy bien, dejando grandes momentos para el recuerdo, con unos Pierlot y Duftschmid realmente apabullantes con los sonidos graves, sosteniendo a la perfección el conjunto desde la base. Completó la labor con notable nota, como es habitual, Puertas, doblando el bajo con un sonido potente pero delicado. Completaba las líneas la viola tenor de Casademunt, quizá quien tiene más interiorizado el tipo de formación, pues lleva toda una vida acompañando a Savall en sus conciertos como elemento de relleno melódico-armónico –en el mejor sentido–, no ya en este tipo de repertorio, sino en prácticamente todos, cumplienso siempre con verdadera solvencia y diligencia este cometido. Interesante la aportación de Solinís en la cuerda pulsada, aunque en algunos momentos fue absorbido por la masa sonora. Hubiera sido deseable escucharle interpretar con laúd renacentista para el repertorio inglés, así como con vihuela para el español, sin embargo se decidió por instrumentos más «todoterreno» con los que poder acometer con mayor presencia el acompañamiento. Estevan es, como siempre, un genio en lo suyo. Pocos saben acompañar con esa prestancia las danzas, aportando siempre ese toque de color y esos endiablados y complejos contratiempos y ritmos libres en las danzas que lo necesitan. Se agradeció, no obstante, su silencio en los repertorios más íntimos, como parte del inglés y el alemán.
Punto aparte merece la aportación de Savall, que no hizo sino refrendar mi opinión de que no está ya para según qué trotes. La agenda sigue siendo desproporcionada para alguien que ya no está en las condiciones óptimas para interpretar muchos pasajes. Sigue, además, empeñado en hacer que todo gire en torno a su figura –lo cual es muy respetable, pero ya no funciona–, y muchos de los momentos erigidos para su lucimiento personal terminaron por convertirse en una palada más de la fosa que se está cavando a sí mismo. Su empeño por realizar pasajes endiablados en las tesituras más extremadamente agudas de su viola soprano se volvieron realmente molestos auditivamente, con escalas tremendamente desafinadas y muy poca sutileza en el sonido conseguido. Cuando uno escucha polifonía vocal inglesa, española o franco-flamenca, espera a un niño o una soprano de límpida vocalidad, de sonoridad casi áurea, y no desde luego una línea que enturbie el resultado global. Hubiera sido preferible, a todas luces, un repertorio puramente británico y alemán con el consort de violas en estado puro, en el que no hubiese protagonistas desmedidos, en el que todo hubiese resultado mucho más elegante, refinado, expresivo y cuyo resultado, si bien no hubiese conseguido tantos bravi –el público ya se sabe, quiere lo que quiere–, sí hubiese proporcionado a la figura del maestro Savall un estado mucho menos maltrecho.
Fotografía: traquenart.ca
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