Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall.5/8/2016. Festival Mostly Mozart del Lincoln Center.Orquesta del Festival Mostly Mozart.Clarinete: Martin Fröst.Director musical: Paavo Järvi. Obras de Arvo Pärt, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven.
En la mítica canción que John Cander y Fred Ebb compusieron en 1977 para la película “New York, New York” de Martin Scorsese, y que popularizaron inicialmente Liza Minelli y un par de años después Frank Sinatra, se dice,entre otras muchas cosas que los habitantes de la “Gran Manzana” conocemos bien, que Nueva York es la ciudad que nunca duerme. En cuestiones musicales no iba a ser distinto. Las temporadas de la Filarmónica y del Carnegie Hall suelen terminar a primeros de junio, y la temporada de ópera termina incluso antes, a primeros de mayo. Pero el lunes siguiente empieza la temporada del American Ballet y cuando ésta termina empieza el “Festival del Lincoln Center” que se solapa en julio y agosto con el “Festival Mostly Mozart”.
Este festival, que este año llega a su quincuagésimo cumpleaños, se dedica en su mayor parte a la figura del genio musical salzburgués, y en menor medida a presentar obras que tienen difícil cabida en la temporada del MET. Sin ir más lejos, el verano pasado presentó el estreno escenificado del “Writtenonskin” de George Benjamin.
El enorme escenario del David Geffen Hall se reduce para estos conciertos, situando unas gradas al fondo, a modo de coro, y otras a ambos lados del escenario, consiguiendo así una sonoridad más “mozartiana”.
Comenzó el concierto del pasado fin de semana con la interpretación de “La Sindone – La sábana santa”, obra encargada al compositor estonio Arvo Pärt para la inauguración de los Juegos Olímpicos de invierno de Turín en 2006. Compuesta como una meditación sobre la muerte y el enterramiento de Jesucristo, es una pieza de unos diez minutos para cuerdas, trompeta, trombón y cinco percusionistas, construida sobre un lento crescendo catedralicio, que recordaba a las composiciones para órgano, que crece y crece, para tras el clímax, irse disipando hasta el final. Interpretación modélica de Paavo Jarvi, que tantos vínculos tiene con el compositor.
El plato principal del concierto fue el maravilloso “Concierto para clarinete” de Mozart. Compuesto el año de su muerte en la tonalidad de La mayor, para su amigo Anton Stadler, fue considerado en su día la puesta de largo de este instrumento más allá de las fronteras de la capital imperial. Fue solista el sueco Martin Fröst, uno de los intérpretes actuales más mediáticos. Intérprete heterodoxo, dueño de una técnica primordial, una bella línea de sonido y un tremendo sentido del ritmo, recuerda salvando las distancias al fenomenal violinista británico Nigel Kennedy, éste desde una estética “punk”, Fröst desde una “pop”. No para de moverse, establece contacto visual continuo con los primeros atriles, y les marca ataques de arco desde su instrumento. En el allegro inicial primó su bello sonido en los dos temas del movimiento. Sin embargo, en el adagio exageró en exceso las dinámicas, con unos “pianissimi”, unos “rubatos” y unos “tempi” más propios de obras del tardo romanticismo que de la obra mozartiana. Volvió a imponerse su excelente técnica en el Rondo final, pero la sensación que me quedó es que fue más el concierto de Fröst que el de Mozart. No opinó de igual manera el respetable, que a tenor de las grandes y prolongadas ovaciones, quedó encantado. Dio una obra fuera de programa, acompañado por la orquesta, de temática “klezmer” que no fui capaz de reconocer, donde ahí sí, dio en el clavo y su exquisita técnica estuvo al servicio de la musicalidad de la obra, consiguiendo un momento inolvidable. En ambas piezas, tanto orquesta como director le cedieron todo el protagonismo. Tanto que nos preguntábamos en el intermedio como la orquesta había sonado tan mate, máxime cuando a la batuta estaba un maestro con la brillante gama de sonidos que habitualmente suele conseguir Paavo Jarvi.
La respuesta estuvo en la segunda parte del concierto. La versión de la “Cuarta sinfonía” del sordo de Bonn fue enérgica, decidida, con amplias dinámicas pero exquisitamente perfilada dentro de un control lógico. La orquesta pareció otra. Brillante, con sonido pleno, se amoldó como un guante a lo que les pedía la batuta siempre viva y ágil del director estonio. La visión optimista de la obra, con chispa permanente desde los primeros compases, nos hizo disfrutar de esta obra como lo que es. Una pequeña obra maestra que siempre ha vivido a la sombra de sus dos gigantescas hermanas, tercera y quinta, y que cuando se toca así, brilla con luz propia y te alegra la tarde como pocas.
Compartir