Por Raúl Chamorro Mena
Bergamo, 26-11-2016, Teatro Sociale. Festival Donizetti 2016. Olivo e Pasquale (Gaetano Donizetti). Bruno Taddia (Olivo), Filippo Morace (Pasquale), Laura Giordano (Isabella), Pietro Adaini (Camillo), Matteo Macchioni (Le Bross), Silvia Beltrami (Matilde), Edoardo Milletti (Columella). Coro Donizetti Opera. Orchestra dell’Accademia Teatro alla Scala. Dirección Musical: Federico Maria Sardelli. Dirección de Escena: Oper Alchemica (Ugo Giacomazzi, Luigi Di Gangi).
Después de unos años de silencio, en el año 2009 se volvió a abrir al público el Teatro Sociale de Bergamo, situado en Città Alta y que había sido inaugurado en 1808 sobre un proyecto del arquitecto Lepoldo Pollak, alumno del mítico Giuseppe Piermarini. La sala, típica de herradura, posee una gran belleza, aunque parece denotar una restauración inacabada, especialmente por el estado de la bóveda. Asimismo y quizás a causa de ello, la acústica es extraña y cambiante, en la que el sonido va y viene en cuanto los cantantes se desplazan por el escenario. En cualquier caso, hay que celebrar que se haya recuperado la actividad lírica de este teatro cercano a la fabulosa Piazza Vecchia y que participe activamente en la programación del Donizetti Festival.
Apenas 8 meses después del estreno de Olivo e Pasquale en el Teatro Valle de Roma (7 de Enero de 1827), Donizetti supervisaba la reposición de la obra en el Teatro Nuovo de Nápoles. Esta trasposición de la ópera a la ciudad Partenopea supuso diversos cambios, entre ellos la transformación de los recitativos acompañados en diálogos hablados y el uso por parte del personaje de Pasquale del dialecto napolitano, así como la recuperación de la vocalidad tenoril por parte del papel de Camillo, que en Roma había sido atribuido –por falta de un tenor de nivel- a un contralto musico o in travesti, lo cual era totalmente inhabitual en una ópera buffa. Se interpretó esta revisión Napolitana en una revisión para la Fundación Donizetti a cargo de Maria Chiara Bertieri.
Estamos ante una creación muy agradable, que rezuma alegría y luz, en la que el refinamiento habitual del maestro Bergamasco se impone y jamás deja paso al exceso, ni a la caricatura. Encontramos aún, indudablemente, un Donizetti plenamente influenciado por Rossini. Si el Rondò Final de Isabella nos evoca el de Elena en La donna del Lago, el Finale Primo nos recuerda al genial de L’italiana in Algeri, paradigma de la “locura organizada” que caracterizaba el mundo cómico del Cisne de Pesaro. En algunos pasajes como el magnífico dúo del acto segundo entre Isabella y Le Bross puedan hallarse elementos propios y que anticipan la personalidad Donizettiana.
Irreprochable y divertida, encomiable por su dinamismo y agilidad resultó la representación ofrecida en la que cabe destacar el perfecto equilibrio, la labor de equipo, el entusiasmo y motivación de todos los artistas. Una bien diseñada compañía de canto con dos buffos avezados, perfectamente complementados por cantantes muy jóvenes en los demás papeles. Además, todos italianos, con lo que ello supone en cuanto a afinidad, articulación e idiomatismo.
Divertidísimo resultó Filippo Morace como Pasquale –hombre de buen corazón que facilita el matrimonio de su sobrina con el hombre que ama- con un descacharrante uso del dialecto Napulità y más compuesto en su canto que Bruno Taddia (Olivo, su hermano gruñón e irascible, que quiere imponer a su hija un matrimonio por interés económico), dueño de un material más amplio y sonoro, pero unos modos canoros más descuidados con abundancia de sonidos abiertos y desabridos. Laura Giordano, soprano lírigo ligera de limitado volumen y timbre un tanto aniñado, fue una carina, atractiva, desenvuelta y lozana Isabella; muy bien cantada y con una buena agilidad, si bien la limitación en el registro sobreagudo resulta un importante hándicap en su tipología vocal.
El joven tenor de 24 años Pietro Adaini sacó adelante el complicadísimo e ingrato papel de Camillo, que canta al comienzo de la ópera, para luego desaparecer hasta bien mediado el segundo acto donde tiene que apechugar con un aria tremenda (Che pensar? Che Far degg’io?), de tesitura inclemente. Con un material apreciable de muy grato timbre, emitió con aparente facilidad la ensalada de sobreagudos de dicho fragmento, aunque lógicamente, es aún bisoño y deberá profundizar en su técnica y fraseo. Medios y valentía tiene. El también tenor Matteo Macchioni como Le Bross mostró un material más modesto por caudal y extensión, pero también una mayor capacidad para cincelar su canto con un fraseo muy cuidado y musical. Muy atractiva y sensual la franja central y grave de la mezzo Silvia Beltrami en el papel de Matilde.
Vivacidad, ligereza y atentísimo apoyo al canto caracterizaron la dirección musical de Federico Maria Sardelli, -miembro del Instituto Italiano Antonio Vivaldi de la Fundación Giorgio Cini- al frente de la Orchestra dell’Accademia Teatro alla Scala y del Coro Donizetti Opera que, por descontado, mostraron perfecta identidad, idiomatismo y pleno conocimiento de los códigos y lenguaje musical de este repertorio.
Igualmente, la producción de Ugo Giacomazzi y Luigi Di Gangi (oper Alchemica) mediante una escenografía a modo de collage pleno de luminosidad y colores, resaltó ese dinamismo, esa jovialidad y viveza de la obra, así como la alegría de vivir y la humanidad que en el fondo late en sus personajes. Un trabajo al servicio de la obra, que hizo que fluyera amena, ágil y divertida.
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