El conjunto español brinda un personal homenaje al músico de Brihuega en el que la soprano manresana lució descomunal.
Por Mario Guada
02-XI-2016 | 19:30. Auditorio Nacional de Música | Sala de cámara. Universo Barroco. Entrada: 10, 15 y 20 €uros. Obras de Sebastián Durón, José de Torres, Santiago de Murcia, Giovanni Bononcini y anónimos.
Sebastián Durón (1660-1716) debería ser, a estas alturas de la partitura, un compositor absolutamente [re]conocido en el panorama de la música clásica española como uno de los grandes autores en la historia de este país. Sin embargo –y precisamente por las cosas que tiene este país–, aún hacen falta ciclos, como este Durón 300 –servido en esta ocasión como parte del ya célebre Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical–, que se dedican a ensalzar una figura que en realidad ya no debería necesitar de ello. Sea como fuere, al menos parece que el reconocimiento le va llegando al briocense, más tarde que pronto, pero llegando. Muera Cupido, este fue el título elegido por la Accademia del Piacere, que comanda Fahmi Alqhai, para presentar su particular homenaje y visión de la obra de Durón. El programa se fundamentó sobre su música escénica, concretamente sobre cuatro de sus obras: Salir el Amor del mundo [c. 1697] y Muerte en amor es la ausencia [1697], que pertenecen al primer período compositivo del autor, en el que se continúan las prácticas de la música escénica española del siglo XVII: el uso de compases mensurales, la abundante presencia de síncopas y hemiolias, la escritura vocal silábica, la preeminencia de formas musicales estróficas (tonadas y coplas), la escritura instrumental poco idiomática, el empleo de una paleta limitada de tonalidades… –como señala sabiamente Raúl Angulo en las breves notas al programa, en las que por cierto no es citado–. Las otras dos obras son Las nuevas armas de Amor [c. 1702/03], escrita por el dramaturgo José de Cañizares, y Veneno es de amor la envidia [c. 1706], sobre texto de Antonio de Zamora, dos zarzuelas en las que se encuentra una original mixtura de convenciones dramático-musicales procedentes tanto de las «fábulas» mitológicas hispanas como de los drammi per musica italianos. Mientras se reservan los momentos líricos a los estribillos de las tonadas y a las cada vez más abundantes arias da capo, la acción progresa a través de los parlamentos hablados, así como en los recitativos y coplas cantadas. La música de Durón, además, se hace vocalmente más exigente e instrumentalmente más idiomática, a la vez que la paleta tonal se amplía hasta llegar a los dos bemoles y tres sostenidos en la armadura. A ello se añadió la célebre Cantada al Santísimo Ay, que me abraso de amor en la llama, una de las obras sacras más populares de su autor, además del aria Yo hermosísima ninfa, de la obra erróneamente atribuida a Durón durante largo tiempo y recientemente asignada a José de Torres (c. 1670-1738): El imposible mayor en amor, le vence Amor [1710].
El resto del programa se construyó en torno a una serie de obras con más carga contemporánea que barroca, incluyendo la sinfonía de Muerte en amor es la ausencia, una reconstrucción de Alqhai sobre lo único que se ha conservado de ella, su bajo. Una obra interesante, con muchos elementos italianos y franceses, pero que no recordaba especialmente a la música de Durón. Por lo demás, las habituales improvisaciones sobre canarios, marionas, tarantellas y fandangos de otros de sus conciertos, en los que la supuesta esencia barroca de la improvisación cobra menos sentido del real, precisamente por lo recurrente de las mismas. Otras dos obras vocales completaron el recital: Pastorella che tra le selve, un aria de Giovanni Bononcini (1670-1747) extraída del Ms. 2245 de la Biblioteca Nacional de España; y el aria anónima All’assalto de pensieri, extraída de una Cantada sola con violines y violeta [Ms. 2246, BNE]. La obra del musicólogo Álvaro Torrente, programada en un inicio, con el título de Canon per due viole sopra la sarabanda, fue excluida del programa –sin previo aviso–, evitando así el estreno mundial de la pieza.
El programa, si bien de gran interés por lo novedoso, que permite al gran público disfrutar de algunas perlas de la obra de Durón, careció en realidad de los grandes pasajes y creaciones del briocense. Como en la mayoría de los casos, el intento de ahorro pecuniario parece primar sobre la propia música, por lo que los efectivos escasos privaron al público de disfrutar del gran Durón. Algunas decisiones se antojan extrañas en la concepción del programa: uso de una sola cantante; mezcla de obras instrumentales ajenas, que aunque complementarias desde un punto de vista bastante general, no guardan una relación estrecha con la música de Durón ni su concepción de la misma; el uso del quinton para las líneas instrumentales altas. Merece la pena detenerse en este aspecto por un instante. El quinton es un instrumento de la familia de las violas, mezcla muy particular entre el violín y el pardessus de viole –la viola da gamba soprano–, de cinco cuerdas y una afinación mixta entre el violín y la viola. Su sonoridad, si bien conjuga excepcionalmente con el resto del conjunto protagonista en la ocasión, carece de sentido desde el punto de vista histórico, pues no hay constancia, que se sepa, de la presencia de estos instrumentos en la Real Capilla, y por supuesto las obras de Durón están claramente indicadas para violines.
Sin duda, lo mejor de la noche vino de la exquisita y magistral lección de canto de Nuria Rial, que estuvo sencillamente fantástica. Únicamente se la puede poner el pero de la dicción, no tan pulcra como hubiera sido de agradecer –especialmente desde cierta distancia–. Por lo demás, impecable: naturalidad envidiable; fraseo refinado y elegante al extremo; timbre cálido, límpido y sosegado en el agudo, redondo y apacible en la zona media; expresividad conquistada desde la fluidez, sin forzar emociones; dominio de las dinámicas digno de admirar. En definitiva, un ejemplo de todo aquello que debe tener una soprano para interpretar sin artificios la música de calidad de los siglos XVII y XVIII. Sigo sin entender el porqué de la escasa presencia de Rial en los escenarios españoles. Me alegré especialmente de verla sobre el escenario, porque la considerado actualmente la mejor soprano española para la llamada música antigua, junto a la pamplonica Raquel Andueza.
Por su parte, el conjunto sevillano y Alqhai ofrecieron un espectáculo de idas y venidas. Algunos momentos realmente buenos se difuminaban con otros de desequilibrio e incluso cierta falta de entendimiento. Alqhai es un gran instrumentista –no cabe duda–, pero aprecio en él desde hace tiempo un excesivo acaparamiento de la atención sobre el escenario. Algunas veces no hacen falta treinta notas por compás para brillar, deleitar o deslumbrar, sino todo lo contrario. El resto del conjunto rindió a un nivel realmente alto en lo técnico, con momentos remarcables de todos: Javier Nuñez sigue siendo un excepcional solista con alma de continuista, lo que le hace un magnífico compañero de viaje en estas aventuras; Johanna Rose siempre cumple, y lo hace desde la más discreta de las posiciones, con inteligencia y saber estar, tañiendo de manera dulce y equilibrada su viola da gamba; Rodney Prada, uno de los grandes exponentes de la viola en la última década, se amolda realmente bien a Alqhai, y conformó con él un dúo en el quinton tan brillante como históricamente inadecuado; Rami Alqhai demostró que sigue siendo un músico para valorar, enérgico pero moderado, sosteniendo sobre su violón la base armónica de todo el conjunto de manera brillante; por su parte, Miguel Rincón aportó el punto rítmico y de color desde su guitarra barroca, aplicando las técnicas básicas del momento: rasgueado y punteado, tanto desde el continuo como en sus notables momentos solísticos, con refinamiento y energía a partes iguales.
En definitiva, un concierto que pasará a la historia por la descomunal actuación de Rial y en el que la figura de Durón, si bien subió un escalón en cuanto al conocimiento de su figura por buena parte del público madrileño, sigue todavía desmerecida en relación a lo que por justicia requiere. Quizá algún día centros y artistas de importancia nacional comiencen a vloararlo realmente como lo que fue y a no mentar tanto la palabra patrimonio, sino a respetarla de verdad desde donde se debe hacer: los escenarios y las grabaciones.
Fotografía: accademiadelpiacere.es
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