Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall.16/8/2016. Festival Mostly Mozart del Lincoln Center.Orquesta del Festival Mostly Mozart.Violín: Joshua Bell.Director musical: Matthew Halls.Obras de FelixMendelssohn, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven.
Continua el “Festival Mostly Mozart” amenizando el verano tanto de los melómanos neoyorkinos como de los enormes cantidades de turistas que visitan la ciudad en estos días. Tras el concierto que comentamos en Codalario con Martin Fröst y Paavo Jarvi, nombres tan conocidos como Richard Goode, Louis Langrée o Jeffrey Kahane han subido al escenario estos días.
El concierto de ayer presentaba a uno de los grandes del violín actual, Joshua Bell, bien conocido del público, con el debut en la Gran Manzana del inglés Matthew Halls, uno de los directores jóvenes que vienen llamando a la puerta.
El escenario del David Geffen Hall volvió a reducirse, para que las sonoridades clásicas no se pierdan en sus grandes dimensiones. Además se consiguen más sitios para incrementar el número de entradas. Estaba prácticamente lleno todo el aforo, a pesar del riesgo que supone asistir a conciertos en esta época del año. Con más de 35 grados a la sombra y una humedad cercana al 90 %, la sensación de agobio al caminar por la calle es alta. Sin embargo, cuando cruzas las puertas del autobús, metro, taxi y por supuesto las de la sala de conciertos, el aire acondicionado te transporta 20 grados por debajo. Con tanto cambio de temperatura, no hay cuerpo que lo soporte y la probabilidad de pillar un catarro de verano sube exponencialmente.
En cualquier caso, tenía ganas de volver a encontrarme con Joshua Bell. No le veía desde que finales de 2008, cuando vino a Madrid al ciclo de la Orquesta Nacional junto a Leonard Slatkin a estrenar “El violín rojo” de John Corigliano. Siempre me ha parecido un gran violinista, con interpretaciones muy medidas (a veces demasiado), muy respetuosas con la composición, de sonido amplio y bello, y muy bien trazadas, aunque le he echado en falta el poderío y la grandeza de arco de colegas suyos como Vadim Repim, o la técnica descollante de otros, esa chispa innata al instrumento de un Gil Shaham o un Maxim Vengerov.
En programa estaba el Concierto para violín y orquesta nº 4 en re mayor, K.218 de Mozart, obra que siempre ha vivido un poco tapada por el éxito de “sus hermanos”, el n°3 en sol mayor y el n°5 en la mayor. Joshua Bell confirmó nuestras expectativas, con una versión contenida y sobria, musicalmente intachable y con dinámicas amplias pero no extremas. El sonido rico e intenso, de una belleza intachable aunque sin deslumbrar estuvo siempre al servicio de la partitura y no al revés como muchas veces vemos en los auditorios. Alguna nota falsa en la cuerda grave en el Allegro inicial, o en la aguda en el Rondó final, en nada deslució una interpretación modélica. Tanto orquesta como director fueron colaboradores impecables en el resultado final.
No estuvo al mismo nivel el resto del concierto, y bien que lo lamentamos. No sé si fue falta de ensayos, de falta de química entre orquesta y director, o simplemente de una mala noche, pero el hecho fue que no pudimos disfrutar mucho de la obertura de “El sueño de una noche de verano” de Felix Mendelsshon que abrió el programa, ni de la “Obertura Coriolano” que abrió la segunda parte. Versiones planteadas a ritmos rápidos por el debutante Matthew Halls pero que la orquesta no siguió o no pudo seguir, con evidentes fallos en casi todas las secciones (se salvó al menos la intervención de la flauta solista en “el sueño”), y sobre todo y aún más preocupante, con una falta de conjunción algo extraña.
Terminó el concierto con el canto a la vida que representa la Sinfonía n°8 en fa mayor de Ludwig van Beethoven. Obra compuesta en condiciones personales muy difíciles para el “sordo de Bonn”, y sorprendente por tanto con la “joie de vivre” que desprende de principio a fin. Una de las obras cumbre del periodo “Biedermeir”, es una sinfonía que sufre cuando se no se la deja respirar, cuando no se la deja bailar, cuando la queremos tocar de manera muy radical. El comienzo del “Allegro vivace” ahondó en los problemas comentados arriba. Por eso fue sorprendente, como poco antes de la última recapitulación del tema inicial, Matthew Halls consiguió por fin que la orquesta sonara a una, que el sonido empastara y que la interpretación se encauzara. El “Allegretto scherzando” sonó por fin al Beethoven alegre. El vals fue dicho con gracia y pareció que remontaba. Sin embargo, volvimos a las andadas en el “Minuetto”, y en el “Allegro vivace” final, perfilados a “tempi” muy vivos, pero con desajustes en las distintas secciones, y con un sonido que no terminó de empastar.
El festival continúa aun hasta la semana próxima, con varias propuestas muy atractivas para el que estos días esté por Nueva York.
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