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Crítica: Leticia Moreno y Rossen Milanov con la Sinfónica del Principado de Asturias

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Autor: Aurelio M. Seco
4 de noviembre de 2016

"La consabida frase “es que ya no se puede hacer la música de Mozart como antes” es una afirmación disparatada y profundamente equivocada que además parece haber cuajado en la conciencia de directores,  músicos y musicólogos".

¡ACLÁRENSE!

   Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 2-XII-2016. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo. Leticia Moreno, violín. Rossen Milanov, director. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Obras de Mason Bates, Mozart y Dvorak.

   Qué difícil resulta hoy para un director, una orquesta y un instrumentista interpretar un repertorio del siglo XVIII. Las aportaciones llevadas a cabo por el denominado “movimiento historicista”, que lamentablemente no siempre se mueve en la buena dirección pero que constituye uno de los más grandes e interesantes movimientos musicales de la actualidad, han convertido en un verdadero suplicio la elección de cierto repertorio. ¿Cómo tocamos la música de Mozart? ¿Con vibrato, sin vibrato o con algo de vibrato?, ¿con instrumentos antiguos o modernos?, ¿con afinación actual o rebajada y, si la rebajamos, cuánto? Estas son las primeras preguntas a resolver y, dependiendo de las ideas y personalidad de quien dirija y quien toque, se contestarán de una u otra forma. Después está interpretar bien la partitura, algo que parece obvio pero que no es tan frecuente de encontrar, ya que estamos ante obras técnicamente difíciles. Muchos intérpretes que no están a la altura prefieren intentar hacer especial u original lo que no saben tocar bien. Esto pasa mucho.

   La elección de tocar con más o menos vibrato es, en cualquier caso, una opción estética exactamente igual de válida desde un punto de vista objetivo. Que Bach no conociera los modernos pianos no significa que sus obras para teclado no puedan sonar mucho mejor en un instrumento moderno que en un clavecín. O, simplemente, de forma diferente. La defensa a ultranza de criterios históricos antiguos como único camino interpretativo para hacer obras de siglos pretéritos debe interpretarse como una opción, interesante sin duda, pero no más, en absoluto, que los acercamientos que optan por aportar un sentido del legato y vibrato al estilo Karajan, por ejemplo, y con instrumentos modernos. Ambas opciones estéticas son respetables y, plantearlas desde un fundamentalismo musical excluyente es uno de los muchos absurdos que nos está trayendo la actualidad. La consabida frase “es que ya no se puede hacer la música de Mozart como antes” es una afirmación disparatada y profundamente equivocada que además parece haber cuajado en la conciencia de directores,  músicos y musicólogos –incluso Abbado aceleró el tempo de sus últimas versiones de las sinfonías de Beethoven, parece que influido por el mencionado movimiento historicista- y que no sólo está haciendo mucho daño a la música sino también a la musicalidad.

   Eso sí, hay ciertas cuestiones que son indiscutiblemente meritorias y que hay que cuidar, independientemente de lo hablado. Las notas deben oírse con claridad, obviamente; la afinación debe ser correcta y el fraseo, expresado con cierta lógica musical. El cuidado rítmico –el marcado por la figuración- nos parece también esencial. También está la coordinación entre los músicos de la orquesta y de estos con el solista;  en definitiva, que exista una forma común de ver la obra. Esta unificación de criterios la debe aportar, obviamente, el director.

   La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias venía de resolver con poca fortuna el Così fan tutte de Mozart puesto en escena el pasado mes en el Teatro Campoamor, de la mano de un director, Corrado Rovaris, empeñado en hacer tocar a una orquesta moderna de manera diferente a lo que está acostumbrada, de espaldas a los cantantes nada menos y encima del escenario con una estructura que a veces tapaba el sonido ya de por sí un tanto aligerado y falto de pasión, pues así dirige este director de gesto repetitivo y totalmente desapasionado.

   Ahora le llegó el turno a Rossen Milanov, titular del conjunto, que este fin de semana recibió la visita de la mediática y también interesante violinista española Leticia Moreno. La artista debió de llegar a Oviedo con las ideas bastante claras respecto al estilo -no tanto respecto a la perfección de su factura, como explicaremos-. Así lo mostró durante una interpretación que nos pareció fuertemente influida por los criterios historicistas anteriormente mencionados, y no siempre de forma positiva.

   Pues bien, comenzando con el Concierto para violín nº 5 de Mozart, obra dificilísima de tocar, creemos que, en principio, hubo varias cosas que no funcionaron. El estilo propuesto por Leticia Moreno no fue secundado por la orquesta. Además hubo pasajes descuidados que no son propios de esta artista. Su estilo resultó inestable. Ciertos fragmentos acusaron falta de claridad. Fraseando se le oían muy bien algunas notas pero otras se desvanecían en medio de una poética musical para nuestro gusto errónea. ¿Por qué esta violinista tan brillante ha cambiado tanto su manera de tocar? La precipitación de fraseos hizo difícil acompañarla. Tampoco es que el trabajo de Milanov con la OSPA resplandeciera. Nos preguntamos ¿qué es lo que este director trabajó en los ensayos a la hora de acompañar este concierto?, porque la intencionalidad del discurso nos pareció casi improvisada y sin carácter, dependiente de la profesionalidad de los músicos. No se ofreció ninguna propina, señal de que las cosas no salieron bien y no se estuvo a gusto, creemos que por ninguna de las partes.

   El programa también dejó ver la interpretación de Rossen Milanov de la Séptima sinfonía de Dvorak, obra magnífica que se resolvió con trazo grueso y tendente a la superficialidad. Pongamos como ejemplo el final del tiempo lento, donde Milanov prolongó el silencio final como si hubiera encontrado una especie de hallazgo trascendente, obviando la discutible factura sonora de los acordes previos. Este gesto, excesivo, nos pareció de mal gusto por demagógico  y populista, ante un público, por cierto, que dejó ver como pocas veces preocupantes vacíos en el Auditorio. En ocasiones los músicos y gestores se estrujan el cerebro pensando cuál es la razón de que la gente no acuda a los auditorios. Una de ellas nos parece obvia. La solución pasa por ofrecer ¡buenos conciertos! Çuántas veces se programa por programar o sin sentido y se ensaya casi por inercia. Un día toco en Madrid, otro en Bilbao… Se ha perdido totalmente la capacidad de hacer de un concierto una ocasión especial y única, en buena parte por la falta de exigencia de los directores de orquesta. La próxima vez que se pregunten sobre quién está matando la música, mírense también un poco el ombligo: gestores, directores y músicos.

   Concluimos la crítica hablando del principio de la noche y de un acierto, la inclusión de la obra The Rise of Exotic Computing, de Mason Bates, muy bonita, bien escrita. Hay muchas cosas interesantes en la partitura, expresión y recapitulación de ciertas ideas mostradas como superficies sonoras, diluidas a veces en ciertas sensaciones repetitivas, como un eco, en otras enclaustradas en esquemas rítmicos  procedentes de otros géneros de música pero muy bien ajustados a un conjunto sinfónico… Una obra que es producto del arte de un compositor de talento. 

Foto: Facebook OSPA

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