El conjunto francés interpreta una selección de los tres primeros libros de madrigales del genio italiano, firmando un concierto que será recordado largo tiempo.
Por Mario Guada
Zamora. 5/III/2016 | 19:00. Iglesia de San Cipriano. Festival Internacional de Música «Pórtico de Zamora». Entradas 25 €uros. Cremona. Obras de Claudio Monteverdi. Les Arts Florissants | Paul Agnew.
A veces sucede, pero son las menos. Cuando se conjuga, casi de manera astral, el encuentro entre unos intérpretes de primerísimo nivel, una música de la más alta calidad de las que se puede encontrar en su época y género, y un espacio fascinante, el resultado alcanza unas magnitudes descomunales, por momentos difícilmente asumibles para el público. Y es que el concierto de la decimocuarta edición del Festival Internacional de Música «Pórtico de Zamora» –sin duda el más esperado–, que protagonizaron en la sesión vespertina de la jornada central, el legendario conjunto francés Les Arts Florissants, bajo la dirección del tenor escocés Paul Agnew, rondó la perfección durante el 98% de su totalidad.
El programa que presentaban, estreno en España en este festival, era el titulado Cremona, que protagoniza a su vez su último lanzamiento discográfico, y que no es sino una selección de algunos de los mejores exponentes de los tres primeros libros que Claudio Monteverdi (1567-1643), que Il Divino Claudio publicó en 1587, 1590 y 1592 respectivamente. Sí, leen bien, compuestos rondando la veintena. Uno no puede menos que maravillarse ante semejante muestra de genialidad y talento. Monteverdi es, por muchos motivos, el mejor y más brillante exponente del género madrigalístico en la historia de la música, pero no fue el único. Y hay precisamente en estos tres primeros libros referencias a algunos de aquellos compositores que le precedieron, y de los que sin duda bebió, tomando lo mejor de cada uno, para pasarlo a posteriori por su genial tamiz. Un total de 19 piezas, seleccionadas con mimo y gran acierto por el director para la velada, que se abrió con Cantai un tempo, et se fu dolc’il canto, un madrigal del Secondo Libro, sobre texto de Pietro Bembo, que supone el ejemplo más fascinante de escritura arcaizante dentro de un género siempre empecinado en mirar hacia el futuro. A partir de ahí una selección del Primo Libro, con algunos ejemplos tan exquisitos como Ch’ami la vita nel tùo bel nome, Baci soavi, e cari o Fumia la pastorella, nos llevó al final de la primer parte.
Para la segunda parte se reservaron la selección de los madrigales del Secondo Libro y Terzo Libro, firmados los textos por dos de los autores preeminentes en el género: Giovanni Battista Guarini y Torquato Tasso. La belleza de las composiciones, en un estilo tan particular, tan idiomático, tan pictórico… resultó absolutamente apabullante servida tan de cerca, de tal manera que uno tenía que respirar profundo entre uno y otro para poder volver a la realidad por un instante. Estos tres libros, compuestos en su etapa de juventud en Cremona, son fieles representantes del estilo anclado aún en la Prima Prattica y encuadrados todavía en la escritura Renacentista, pero que poco a poco van avanzando todo lo que estará por venir en sus siguientes cinco libros –¡y qué glorioso es lo que vendrá!, aunque no nos ocupe aquí.–
Pero una música de tal calibre necesita, para hacerle justicia, unos intérpretes capaces de representar toda su inmensidad. Y a fe que ayer, en ese marco inmejorable que es San Cipriano, resonaron las voces de unos de los mejores en este repertorio que se pueden encontrar en la actualidad. Cuando uno piensa actualmente en los madrigales del autor cremonés le vienen irremediablemente a la mente los nombre de La Venexiana | Claudio Cavina, Concerto Italiano | Rinaldo Alessandrini y, desde hace algún tiempo, Les Arts Florissants | Paul Agnew. Y es que no tienen estos últimos, a pesar de que históricamente se ha asumido a los conjuntos italianos como los únicos capaces de marcar versiones referenciales en este repertorio, nada que envidiar a aquellos. Esto era quizá así, al menos hasta que al extraordinario cantante y director escocés le dio por interpretar en directo, por medio mundo, la integral de los ochos libros de madrigales del genial autor. Como resultado de ello han salido al mercado dos volúmenes de esta maravillosa visión, que lamentablemente no se convertirá en una integral, a pesar de lo mucho que la esperamos.
Es complejo describir con meras palabras –título, por cierto, que acoge este año la edición del Pórtico–, lo que pudimos disfrutar la pasada tarde en esa céntrica iglesia románica zamorana. Las expectativas eran altísimas, pero como solo los grandes pueden hacer, su superaron sobre manera. Les Arts Florissants no es un conjunto italiano, y aunque algunos de sus cantantes sí procede del país, no es la lectura de LAF un adalid de la pasión mediterránea, y dista en muchas particularidades de la visión de los conjuntos anteriormente mencionados. Las seis voces del conjunto sustentan, cada una por igual, una construcción absolutamente sólida, indestructible. Son seis voces dispares, con características vocales muy definidas, pero que han sido sabiamente moldeadas para «plegarse» a un todo realmente excepcional. Los acordes resuenan con perfecta afinación, los pequeños ajustes –cuando la mencionada afinación no es excepcionalmente pulcra, en mínimos casos– se producían ipso facto, la dicción del italiano resulta clarividente, el equilibrio de líneas diáfano… El resultado fue por momentos cercano a la irrealidad.
Y es que cada cantor aportaba, en su justa medida, una píldora de su talento y capacidad en aras de una construcción global deslumbrante: Maud Gnidzaz fue el oro, Francesca Boncompagni la seda, Mélodie Ruvio el terciopelo, Sean Clayton el acero, y João Fernandes el bronce. ¿Y Paul Agnew? Pues sencillamente todo. Hay que alabar, una y otra vez, el impresionante trabajo realizado por el director británico. Conseguir una calidad tan absolutamente estratosférica en un repertorio de este calibre es algo que no está al alcance sino de los más grandes. Las capacidades vocales de Agnew siguen alcanzando tintes de primer orden, y si bien no se trata del tenor refulgente de hace algunos años, su emisión en el registro de cabeza, su color y su capacidad de fraseo le hacen un intérprete idóneo para el género. Pero además ha sido el artífice de todo el trabajo que hay detrás de un recital como este, con una dosis de pulcritud, precisión y engranaje artístico raramente concebibles. Es evidente, la única clave de su éxito es un talento mayúsculo, pero una capacidad de trabajo todavía mayor. Son muchos conciertos a sus espaldas, llevando estos recitales por varios de los escenarios más importantes del mundo, y a pesar de que la plantilla no fue en su totalidad la que acostumbra a acompañarle en su aventura, la merma de calidad fue totalmente imperceptible, lo que apoya aún más el argumento de que el trabajo es el único camino para el éxito. Fue extraordinario comprobar el feedback entre los cantores, entendiéndose con mínimos gestos faciales y miradas. Presenciamos, sin duda, un ejemplo de lo mejor en el noble arte del canto en conjunto.
Es de agradecer la lectura, en traducción al español, de los textos sobre los que se cantaba –a pesar de que la organización había entregado a la entrada un pequeño libreto con todos ellos en su original italiano y su correspondiente traducción–, llevada a cargo por el bajo portugués, con una excepcional dicción, dramatización y presencia escénica impolutas, que sin duda hizo las delicias de los asistentes.
El público se mostró entusiasmado, respondiendo con calurosos aplausos la actuación de LAF, aunque no tanto como creemos que merecían realmente. El público parece mostrar predilección, en demasiadas ocasiones, por una programación que busca más el efecto que el afecto, un camino peligroso que lamentablemente en este país se toma con demasiada frecuencia. Estamos, sin duda, ante uno de los mejores conciertos en la historia del Pórtico, un hito para la ciudad y para el panorama musical español, que tardará en ser olvidado por muchos de los afortunados que lo presenciamos.
Fotografía: arts-florissants.com
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