Anoushka Shankar festeja la obra de su padre en el día que faltó Zubin Mehta
Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall. 3-11-2016. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Anoushka Shankar, sitar. Director musical: Manfred Honeck. Concierto para Sitar y Orquesta n° 2 Rāgā-Mālā de Ravi Shankar. Sinfonía n° 93 en re mayor, H.I-93 de Joseph Haydn. Sinfonía n°8 en si menor, D. 759 “inacabada” de Franz Schubert.
Con la muerte la temporada pasada de Kurt Masur y Pierre Boulez sumadas a la de Lorin Maazel hace un par de temporadas, Zubin Mehta es a sus 80 años el único ex director vivo de la orquesta. Dentro de los actos programados para celebrar el aniversario n° 175 de la orquesta, ésta iba a homenajearle con tres actividades, en su primer concierto con ella tras más de cuatro años de ausencia. La primera consistía en una velada en la Morgan Library para recaudar fondos para el patrocinio de los abonos de los grupos de cámara de la orquesta que él puso en marcha durante sus años de titularidad. La segunda era una exposición de fotografías suyas tomadas de los mismos años “Zubin Mehta: Through the lens of Steve J. Sherman”. Por último, la tercera era el concierto que nos ocupa en el que el director indio programó el Segundo concierto para sitar de Ravi Shankar que ellos mismos estrenaron con la NYPO en 1981 junto a la Sinfonía Grande de Schubert, siendo Anoushka, la hija del compositor, la solista.
Ni que decir tiene que el concierto estaba marcado desde que se anunció la temporada como de asistencia obligada, por lo que la noticia de su cancelación hace diez días por motivos de salud fue una contrariedad innegable. La jornada de recaudación de fondos y la apertura de la exposición fotográfica se han pospuesto hasta la recuperación que esperamos rápida del director. Con respecto al concierto, Manfred Honeck, el director de la Orquesta de Pittsburgh, se ha hecho cargo del mismo manteniendo la primera parte en lo que supone una admirable decisión ya que la obra de Ravi Shankar es enormemente compleja y no es habitual que los directores la conozcan, y modificando la segunda donde se ha cambiado de sinfonía de Schubert, la Grande por la Inacabada, y se ha añadido la nº 93 de Haydn.
Ravi Shankar fue el músico y compositor que en los años 60 y 70 del pasado siglo puso la música tradicional india en el mapa. El primero que rompió las fronteras culturales colaborando con artistas tan dispares como Yehudi Menuhin o George Harrison. El Concierto para sitar y Orquesta n° 2 Rāgā-Mālā (guirnalda de ragas) fue un encargo de la NYPO durante los años de titularidad de Zubin Mehta. Durante su composición, la colaboración fue tan estrecha entre orquesta y compositor que éste trabajó directamente con varios de los solistas, y dado que no era capaz de escribir música según la notación occidental, era en la propia casa del director indio donde se juntaba con sus colaboradores, él les “cantaba” sus frases, ellos le hacían sugerencias y le iban escribiendo el concierto.
El compositor utiliza ragas, escalas melódicas ascendentes o descendentes que conectan unas melodías con otras, donde a diferencia de la música occidental, no hay ni armonías ni contrapunto. En la mayor parte de la obra, el sitar colabora con la orquesta y no se enfrenta a ella. Ésta tiene sus partes, trabajadas principalmente por secciones. Unas veces es la percusión con las arpas, otras la cuerda grave, y en otras las maderas con las violas. El sitar acostumbra a entrar sobre alguna de estas bases orquestales para ir encadenando ragas, en las que dialoga con otros instrumentos, principalmente el arpa, los xilófonos, la celesta o alguna de las maderas, y su sonido metálico contrasta admirablemente con el resto de la orquesta.
La duración total de la obra sobrepasa los cincuenta minutos. Los cuatro movimientos son amplios ytienen una estructura similar. Empiezan de manera suave con música evocadora, van creciendo en intensidad, tienen una especie de cadenza, único momento en que el sitar destaca por encima de todos y pone a prueba el virtuosismo del solista, y terminan de manera brillante con gran empuje rítmico. Hay diferencias entre ellos. Por ejemplo, el segundo acaba con una melodía brillante del sitar sobre una escala descendente del arpa, mientras el tercero acaba en un clímax orquestal. Cada movimiento parece más intenso, más brillante y más complejo que el anterior, siendo el último un paradigma de texturas, sonidos y ritmos, donde lo mismo atisbamos melodías impresionistas francesas que ritmos salidos del West SideStory de Leonard Bernstein.
Cualquier cosa que digamos de la interpretación de Anoushka se quedará corta. Idiomatismo, sabiduría y dominio de un instrumento que para ella no tiene secretos, a lo que hay que sumar una comprensión tremenda de una música que se nos puede escapar a los oídos occidentales. Estupenda también la tarea de Manfred Honeck quien se hizo con la obra en menos de una semana, y dirigió con dominio, efectividad y evidente complicidad con la solista. La orquesta demostró que no tiene miedo a abordar repertorios paralelos y sobre todo la sección de percusión, el arpa y la celesta mantuvieron un alto nivel.
Tras el descanso, la segunda parte del programa comenzó con la Sinfonía en re mayor, n° 93 de Joseph Haydn. La primera de las llamadas Sinfonías de Londres fue compuesta en tercer lugar tras la n° 96 en re mayor y la n° 95 en do menor, pero fue la primera en ser estrenada el 17 de febrero de 1792 en los llamados “Conciertos Salomon”. La llegada de Haydn a Londres fue un auténtico evento según podemos leer en alguna de sus cartas o en los famosos escritos del musicólogo Charles Burney, con visitas a todos los periódicos de la capital de Támesis. El gran éxito de todos sus conciertos que se reflejaron en extraordinarias críticas por parte del “Times” o el “Morning Herald”, llevó al empresario Johann Peter Salomon a ofrecerle una segunda gira de conciertos un par de años después.
De las ultimas doce sinfonías, no es ésta la que más se interpreta en la actualidad por lo que la elección del Sr. Honeck nos dio una ocasión perfecta para oír una obra que la NYPO no subía a sus atriles desde 1979, en aquella ocasión bajo la batuta de Erich Leinsdorf. La sinfonía presenta una inmaculada estructura clásicaque el Sr. Honeck resaltó reduciendo la orquesta a una formación de cuarenta cuerdas, delineando muy bien las melodías y aligerando el sonido al máximo lo que se tradujo en brillantez, energía y chispa. Hubo bastantes desajustes probablemente porque los ensayos de la orquesta se tuvieron que emplear más a fondo en la obra de Shankar. El minueto sonó por momentos como un vals de Strauss, y el presto final puso a prueba a las excelentes cuerdas de la orquesta, que la superaron con nota.
El concierto terminó con la Sinfonía inacabada de Franz Schubert. El Sr. Honeck propuso una versión seca y muy marcada de la obra, eliminando todo atisbo de rubato, con unas dinámicas muy extremas, con pianísimos inaudibles y fortes muy sonoros, bien es verdad que cuidando mucho el gran sonido de la orquesta. Es evidentemente una opción muy respetable pero en la interpretación de obras románticas, tanto extremar dinámicas nos puede llevar a un problema. Con tanto cambio de ritmo y tanta variación en la graduación sonora, el resultado final puede perder coherencia. Ser más una suma de partes que un todo, es decir, que consigamos una colección de momentos puntuales muy bien ejecutados a cambio de quedarnos con la sensación de no haber escuchado una obra completa.
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