CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Crítica: La American Symphony Orchestra nos recuerda a la de Boston en el Carnegie Hall de Nueva York

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Pedro J. Lapeña Rey
22 de noviembre de 2016

OPORTUNIDAD UNICA

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall.18/11/2016. American Symphony Orchestra. Katherine Pracht, Mezzo-soprano. Director musical, Leon Botstein.Obertura de Candide de Leonard Bernstein. Ideas of Order de Arthur Berger.Sinfonía para orquesta clásica de Harold Shapero. … and a time for peace (“… v’eyt shalom”) de Richard Wernick. Sinfonía (1962) de Irving Fine.

   Hace unos diez años, un amigo melómano extranjero que vivía en Madrid por motivos de trabajo, se quejaba amargamente de que no tenía oportunidad de oír música española en la cartelera de la capital. No se refería a los estrenos habituales en casi todas las temporadas sino a obras del S.XIX o principios de S.XX. Él pensaba que en Madrid podría oír música de Conrado del Campo, de Enrique Granados, de Felipe Pedrell, de Roberto Gerhard o de Salvador Barcarisse. Se asombraba incluso de lo difícil que es oír en Madrid una obra tan conocida como el Concierto de Aranjuez, pieza que muchas orquestas españolas llevan en sus (escasas) giras al extranjero y que sin embargo no programan en casa.

   En todas partes cuecen habas, y salvo el honroso caso de los británicos que hacen de su música una cuestión de estado, las temporadas de casi todas las ciudades parecen cortadas por el mismo patrón. Las mismas obras se repiten aquí y en Sebastopol, quizás con la honrosa excepción en nuestro país de las temporadas de la ORCAM en la época de José Ramón Encinar, por lo que la riqueza musical de países y escuelas nacionales se pierde inexorablemente en partituras olvidadas. Un conocido programador patrio me comentó en su día que el problema está en que el público no acude a este tipo de programas y prefiere los clásicos del repertorio. Es posible, pero creo que a veces se subestima la curiosidad del público. Si las obras no se programan, éste seguirá sin conocerlas y su pérdida será inevitable.

   El caso no es muy distinto en Nueva York. En los dos años que llevo aquí aún no he podido ver a la Orquesta Filarmónica de Nueva York haciendo obras de Charles Ives, Samuel Barber, Harold Shapero ni George Antheil. La temporada tiene varios estrenos de obras contemporáneas lo cual está muy bien, pero salvo obras puntuales como el Concierto para piano de George Gershwin, el resto brilla por su ausencia. Por ello, una temporada como la de la American Symphony Orchestra (ASO) que da un programa como el que reseñamos, es como un soplo de aire fresco, y una oportunidad única de acercarnos a músicos de la categoría de Harold Shapero o de Irving Fine, que sin ocasiones como ésta, no dejan de ser nombres en una enciclopedia.

   Hubo muchos vínculos entre los cinco compositores presentes en el programa. Aaron Copland e Igor Stravinsky fueron sus principales fuentes de inspiración. Cuatro nacieron en la zona de Boston (todos excepto el neoyorquino Arthur Berger), también cuatro (en este caso excepto Richard Wernick) estudiaron en Harvard con Walter Piston, y todos ellos, judíos cuyas carreras tomaron cuerpo en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, años en que el tristemente célebre Senador Joseph McCarthy y su Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso estadounidense ante el que AaronCopland tuvo que comparecer, campaba por sus fueros, tenían fuertes vínculos con la Orquesta Sinfónica de Boston y el Festival de Tanglewood. En su trabajo, se vislumbra una tercera vía entre las dos escuelas predominantes en la primera mitad del S.XX: La atonal de la Segunda Escuela de Viena y la neoclásica seguidora de Igor Stravinsky. Una vía en la que salvando las distancias ya trabajaban músicos como Dmitry Shostakovich en la Unión Sovietica o Bela Bartok en Hungría. Una vía moderna, más politizada, donde el compositor debe ser capaz de expresar un mensaje claro al público (o al pueblo), sobre todo en un momento histórico donde ningún compositor quería ser tratado de regresivo. Aaron Copland ya transitaba por ahí desde su época de ballets como Rodeo o La Primavera Apalachey se convirtió junto al compositor de Filadelfia Marc Blitzstein en la mayor influencia de este grupo.

   La importancia de músicos y obras nos la da el hecho de ver qué orquestas y directores las estrenaron. La Sinfónica de Boston y las Filarmónicas de Nueva York y de la Scala de Milan bajo batutas como la del propio Leonard Bernstein, de Charles Munch, de Dimitri Mitropoulus o de Riccardo Muti. Y tras oír el concierto en el que tuvimos un poco de todo, queda en el aire la misma queja amarga que me hacía el amigo que les comenté arriba. ¿Por qué estas obras no se oyen en las salas de concierto, al menos en las americanas, de manera más habitual?  

   La primera de las obras es la única que permanece en el repertorio. La Obertura de Candide de Leonard Bernstein fue traducida de manera directa y chispeante por la orquesta, aunque el sonido no terminó de empastar. Fue la única obra “cómica” del programa, propia de su condición de opereta compuesta para Broadway.

   Ideas of Order, de Arthur Berger, es una obra breve, de unos diez minutos de duración, que comparte nombre con el segundo libro de poemas de Wallace Stevens, Premio Pulitzer de literatura en 1955. La obra, estrenada por Dimitri Mitropoulus con la NYPO, es un tema con variaciones, compuesto con una impecable estructura clásica y que recuerda por momentos al Stravinsky de Pulcinella. La versión fue bastante homogénea, con pocos matices, pero bastante diáfana.

   Con la Sinfonía para orquesta clásica de Harold Shapero llegamos a una de las cimas de la literatura sinfónica estadounidense. Shapero había estudiado en Harvard con Walter Piston y en Tangelwood con Paul Hindemith. Pero su influencia principal como la de tantos otros compositores de la época fue Nadia Boulanger, con quién estudio en profundidad las obras de Haydn, Mozart y Beethoven. Compartía amistad y amor por el jazz con Leonard Bernstein, quién estrenó la obra en Boston en 1948 y la llevó al disco en 1953. Sin embargo, una de las cosas que más choca de la obra es su larga duración, cercana a los cincuenta minutos, alejada de las dimensiones clásicas y que es probablemente uno de sus hándicaps a la hora de ser programada. En la charla previa al concierto, el director Leon Botstein nos dijo que el problema fue que Shapero, al que le llegaban continuamente ideas, no sabía realmente como parar. Con claras reminiscencias de la Sinfonía clásica de Prokofiev, lo que más llama la atención son sus acordes beethovenianos en los movimientos extremos salpicados de perfume francés y de toques jazzísticos. El Adagietto por el contrario, se olvida del clasicismo y nos lleva al interior del propio compositor. Es un movimiento intensamente lírico, lleno de vitalidad, alegría y transparencia, que desprende optimismo por sus cuatro costados. No es extraño que sea el movimiento más conocido de la obra y que se toque en ocasiones de manera individual. Botstein y sus músicos demostraron haber trabajado la partitura a conciencia.

   Tras el intermedio, llegamos a la pieza más actual del programa.… and a time forpeace (“… v’eytshalom”), obra para mezzo-soprano y gran orquesta, compuesta en 1995 por Richard Wernick. Fue RiccardoMuti con quién trabajaba en la Orquesta de Filadelfia quien se la encargó y quien la estrenó en el Festival de Ravinia. Incluye versos en su primer movimiento en hebreo antiguo sobre el orden del sol, las estrellas y el Paraíso. En el segundo, del Paraiso deDante, nos recuerda el orden de las cosas y en el tercero, del libro del Eclesiastés del Antiguo Testamento, nos trae varias dualidades (un tiempo para nacer y otro para morir, un tiempo para tirar piedras y otro para recogerlas…). La partitura vocal es compleja exigiendo a la solista sobre todo en el grave, y la orquestal es densa con una gran importancia del harpa y de la percusión. La mezzo Katherine Pracht a quien no se vio muy cómoda en la exigente tesitura grave de la obra, fue una solista competente. El compositor, a sus 82 años, fue testigo de esta interpretación, que supuso su estreno en EE.UU., y recogió los aplausos desde un palco del primer piso.

   Llegamos al final con la Sinfonía (1962) de Irving Fine. Compuesta en 1962 y estrenada en Boston por Charles Munch en marzo de ese año, busca en sus tres movimientos, la síntesis de las vías compositivas que comentábamos más arriba. Su primer movimiento, Intrada: Andante quasi allegretto, es atonal con un gran nivel de inspiración, colorido  y expresividad. El segundo, Capriccio: Allegro con spirito, muy rítmico, de una vitalidad y frescura contagiosa, nos recordaba al Stravinsky que tanto defendía su maestra Nadia Boulanger. El tercero y último, Ode: Grave, con desarrollos amplios, pausados y poderosos, parecía rendir homenaje al AaronCopland que en esos años empezaba a experimentar con la atonalidad. La obra de una calidad enorme, muy bien compuesta, de alta exigencia supuso un gran esfuerzo para el compositor quien murió días después de haberla interpretado junto a la Sinfónica de Boston en el veraniego Festival de Tanglewood de ese mismo año. Tanto Botstein como la ASO dieron en esta obra el “do de pecho”, un auténtico homenaje a esta excelente partituracon unas cuerdas lacerantes, unas maderas vivas, unos metales brillantes y una percusión precisa y contundente.

   El programa fue complejo y exigente tanto para la orquesta como para el público. Hubo bastantes deserciones durante la noche, pero los que resistieron, quedaron evidentemente satisfechos ante la oportunidad única que supone un concierto como éste.

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico