Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall.13/5/2016. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Mezzo-Soprano: Michelle DeYoung. Director musical: John Storgårds. Obertura Genoveva de Robert Schumann.Selección de Des knabenwunderhorn de Gustav Mahler.Sinfonía n° 2 en Re mayor, Op. 43 de Jean Sibelius.
Con la temporada de la Filarmónica llegando a su fin, se presentó ante el público neoyorkino otro producto más de la factoría finlandesa del mítico Jorma Panula en la Academia Sibelius de Helsinki. Sus miembros más conocidos son evidentemente el genial Esa-Pekka Salonen, Jukka-Pekka Saraste, Osmo Vänskä o Sakari Oramo. Pero a la vista está que hay muchos más, y a John Storgårds le podemos situar en la línea de gente como Ari Rasilainen, Hannu Lintu, Susanna Mälkki o Pietari Inkinen, quienes quizás sin llegar al nivel de los anteriores, van ocupando podios y ganando admiradores por los cinco continentes, con un alto nivel de desempeño.
John Storgårds comenzó su carrera como violinista, y fue miembro fundador de la famosa Orquesta de cámara Avantique hace unos diez años tocó en Madrid en el Ciclo del CDMC bajo la batuta de la brillante y también alumna de Panula, Susana Mälkki, y también fue concertino de la Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca en la etapa en que Esa-Pekka Salonen era su director titular. Atraído por la dirección de orquesta, Salonen le animó a prepararse con Panula, y a partir del 1996 empezó a compaginar ambas carreras. En la actualidad es Principal Director Invitado de la Orquesta Filarmónica de la BBC y de la Orquesta del Centro Nacional de las Artes de Canadá en Ottawa. Lo primero que sorprende de Storgårds es lo fácil que parece todo lo que hace y como es capaz de equilibrar una gran capacidad de control y de cuidado de la tímbrica con una regulación de la intensidad y la pasión.
Pudimos comprobarlo en la obra que abrió el programa, la Obertura Genoveva de Robert Schumann, comenzada a tempo amplio y relajado, pero continuada y terminada con un sonido más denso y rotundo, con algo más de “locura, un poco “a la Bernstein”, cuando el inolvidable maestro americano decía que las obras del último Schumann estaba compuestas por un “loco”, y como tal había que tocarlas.
La segunda obra del programa era una selección de seis canciones del ciclo mahleriano de los Lieder “Des knaben wunder horn”. En concreto “Revelge”, “Trostim Unglück”, “Der Schildwache Nachtlied,” “Lied des Verfolgtenim Turm”, “Des Antoniusvon Padua Fischpredigt”, y “Der Tamboursg’sell”. El barítono americano Eric Owens canceló por motivos de salud y fue sustituido por la mezzo-soprano Michelle DeYoung. No se si no había otro barítono disponible, o se quiso aprovechar el tirón de la DeYoung, de voz amplia y suntuosa, bastante expresiva y que había triunfado el octubre pasado en el papel de “Venus” en el Lohengrin del vecino MET. Pero el caso es que quizás debieron haber cambiado las canciones a interpretar, porque las programadas eran evidentemente las compuestas para voz masculina y no femenina.Y DeYoung es mezzo, no barítono. Su voz tiene un centro carnoso, y un agudo intenso y bien proyectado. Sin embargo su registro grave es pobre, lo que le llevó a sufrir más de la cuenta en varias de las canciones, sobre todo en las más militares, “Revelge” (“Toque de diana”), “Lied des VerfolgtenimTurm” (“Canción de los perseguidos en la Torre”), y “Der Tamboursg’sell”(“El niño del tambor”), donde los graves sonaban graves y casi estrangulados. Estuvo mucho mejor en las otras tres, sobre todo en “Der Schildwache Nachtlied” (“La canción nocturna del centinela”) donde demostró un control exquisito de emisión y respiración, una excelente proyección vocal en los registros superiores, y un gran sentido teatral en este canto melancólico del soldado que haciendo la ronda vespertina, presiente el final. Orquesta y director no se limitaron a acompañar sino que diseccionaron, con el virtuosismo habitual, todos los detalles de la excelente orquestación mahleriana.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada a la Sinfonía n° 2 en Re mayor, Op. 43. Estrenada por el compositor en marzo de 1902, sus primeros esbozos datan de 1899. Trabajó en esos esbozos en el invierno de 1901 durante un viaje a Italia, aunque no es hasta su vuelta a Finlandia ya en primavera, cuando decide dedicarlos a una sola obra. Tras un intensivo trabajo en verano y otoño, termina definitivamente la obra en enero de 1902. Su estreno fue un éxito de público, quien la vio como un símbolo de afirmación nacional frente al dominio ruso que todavía se prolongaría quince años más, hasta la Revolución de Octubre.
John Storgårds se manejó como pez en el agua en esta obra tan dual, donde por un lado se vislumbran los paisajes bucólicos y soleados de la Italia donde se bosquejó, y por otro, esas ráfagas de viento helado de la Finlandia donde se terminó. En los primeros se mostró muy lírico, consiguiendo una claridad orquestal notable como en el arranque del Allegretto inicial, llevado a tempo vivo y soportado por la densidad orquestal de las cuerdas, quienes tocaron admirablemente, sobre todo violonchelos y contrabajos. En los segundos, intensos aunque sin desprender fuego, alcanzó niveles altos de ese patetismo característico de Sibelius, tan heredero paradójicamente del ruso Tchaikovsky. Amplió las dinámicas en los movimientos centrales, donde la obra respiró más, el rubato hizo acto de presencia y ganó en intensidad a costa de perder algo del “trazo fino” inicial. El finale fue una nueva fusión de ambas “dualidades”, donde a los crescendos explosivos, le seguían las transiciones idílicas de las maderas, culminadas por el tutti orquestal con los metales a la cabeza. Excelente la respuesta orquestal, virtuosísima de principio a fin y donde es difícil destacar a alguien en concreto, aunque es de justicia hacerlo con toda la sección de trompetas liderada por Matthew Muckey, y con el oboe del soberbio Liang Wang.
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