Un nuevo concierto de las Sinestesias de la Fundación Juan March, que desentraña la simbiosis entre el compositor húngaro y Escher.
Por Mario Guada
Madrid. 23-XI-2016 | 19:30. Fundación Juan March. Sinestesias. Escuchar los colores, ver la música [Ciclo de miércoles]. Entrada gratuita. Obras de György Ligeti. Imri Talgam.
La Fundación Juan March sigue empeñada en hacer al público reflexionar, en demostrar que otras propuestas son posibles, en hacer pedagogía y formar a un público con espíritu crítico. Y nosotros se lo agradecemos. Así se ha vuelto a demostrar con el tercero de los concierto de su exitoso ciclo Sinestesias. Escuchar los colores, ver la música, destinado a conjugar las propuestas musicales con las artísticas. Esta vez le tocaba el turno a György Ligeti (1923-2006) –el más avanzado de los compositores tratados en el ciclo–, desarrollando, bajo el título Ligeti en el laberinto de Escher, una espléndida mixtura entre algunas de sus composiciones para piano solo junto al siempre reflexivo mundo visual de Maurits Cornelis Escher (1898-1972). No se trata en este caso –como sí sucedió con Scriabin y sucederá con Messiaen la próxima semana– de un ejemplo de sinestesia pura, esto es, en la obra de Ligeti no se identifica automáticamente una obra determinada de Escher a una composición concreta, ni tan siquiera esta está en la base conceptual del autor húngaro. Pero sí hay que considerar –como así lo hace acertadamente Juan Manuel Viana en sus notas críticas– el hecho de que, en su propias palabras: Precisión y laberinto: esas dos nociones me han influido mucho. El húngaro mostró gran interés por la obra de Giovanni Battista Piranesi, especialmente sus Carceri, además de la obra del propio Escher, una de sus fuentes de inspiración extramusical más recurrentes, especialmente a partir de su descubrimiento en una exposición en San Francisco en 1971.
Es así como se fundamentó el presente concierto, sobre la base de esta extraña, fascinante e infinita unión. Dividida en dos partes, la velada se sostuvo sobre dos colecciones de Ligeti: sus estudios para piano y su célebre Musica ricercata. Sus Études se estructuran en tres libros, compuestos en 1985, 1988-1994 y 1995-2001 respectivamente, sobre un lenguaje claramente contemporáneo, en el que la línea entre la tonalidad y atonalidad es realmente difusa. En palabras del propio Ligeti: Se trata de piezas virtuosísticas, estudios en el sentido pianís¬tico del término y en el sentido de la composición propiamen¬te dicha. Parten siempre de una idea central sencilla y condu-cen de la simplicidad a la complejidad extrema. Se comportan como organismos en crecimiento. Como sucediera en el concierto de Debussy, las obras se fueron organizando por bloques en relación a la evocación de su contenido. Así, para el bloque intitulado El arte de la Alhambra, se recogieron obras como Fanfares o Cordes à vide; Touches bloquées y Arc-en-Ciel para el bloque Perspectivas imposibles - Ilusiones ópticas; para cerrar la primera parte con el bloque Espejos mágicos - Universos simultáneos, que recogió obras como Désordre, En suspens o Autumne à Varosvie. Todo ello regado con proyecciones de algunas de las más grandes y fascinantes obras de Escher, siempre llenas de ensoñación y la huida hacia mundos imposibles.
La segunda parte se abrió con Musica ricercata, una composición tan breve como monumental, que Ligeti firmara entre 1951 y 1953. Obra con claras influencias de Bartók y Stravinsky, se trata de su primer gran desafío pianístico, a pesar de que la tonalidad es todavía el caballo de batalla que lo sustenta. Aun así, la obra goza de esa complejidad bellamente propuesta por Ligeti, con un factor melódico fascinante y el permanente y cuidado trabajo rítmico. Ligeti juega aquí a autolimitarse en el uso de notas de la escala cromática, que inicia tan solo con dos en la primera sección, para completar el total cromático en la última de ellas. Musica ricercata es sin duda uno de sus momentos álgidos para piano y una de sus obras más reproducidas, alabadas e inspiradoras para varias generaciones posteriores. Magnífica la proyección simultánea del inmenso grabado Metamorphosis III [1967-1968], reproducido aquí en un continuum lineal –la única manera, por otra parte, de hacerla visible al completo con garantías– de una franja que se desplazó de principio a fin, coordinada a la perfección con la duración de la obra pianística. Un trabajo magnífico del equipo de la Juan March, que viene a suplir las carencias de dinamismo que comentaba en mi crítica de su concierto inaugural con Debussy. Se cerró el concierto con un último bloque titulado Universos infinitos, interpretando para ello Galamb borong y L’escalier du diable, esta último sobre la proyección de una de las tan célebres escenas imposibles de Escher.
Una fusión conceptual fastuosa. Realmente en la primera parte me costó más poder imbricar de forma total los pasajes pianísticos con las proyecciones, en algunos casos en selecciones de cuadros quizá no totalmente acertadas. Es complejo buscar siempre piezas que representen conceptualmente una obra de Escher, y lo aún más si queremos que ambas intercambien significado más allá de lo evidente. Sin embargo, la segunda parte dio un giro espectacular, especialmente gracias a la simbiosis magistral entre Musica ricercata y Metamorphosis III, regalando a los asistentes un momento realmente memorable. La obra de Ligeti y Escher es fascinante, tremendamente descriptiva, tiene un mundo interior mucho más profundo de lo que una mirada superflua atisba a percibir. Ambos son creadores de obras casi inasibles, las cuales finalmente consiguen conquistar a intérprete y público.
Imri Talgam fue capaz de reproducir con total afinidad la complejidad musical de Ligeti. Hace falta ser muy bueno para plantarse ante la creación pianística del húngaro, y más aún para subirse a un escenario a interpretarla en directo, sin trampa ni cartón. Incluso hay que ser realmente muy osado o muy seguro para hacerlo atesorando aún la juventud del intérprete israelí. Talgam lo es, muy seguro, por supuesto, además de tremendamente dotado para desentrañar con enorme fluidez las permanentes trampas planteadas por Ligeti. Se mueve extraordinariamente bien en las polirrítmias y polimetrías, los cruces de manos y la exploración de las enormes posibilidades tímbricas expuestas por Ligeti. Lograr aquí la expresividad desde un punto de vista abstracto es tremendamente complejo. Por eso Talgam propone una visión más desarraigada pero realmente efectiva. Un lujo verdaderamente restrictivo, solo al alcance de unos pocos. Tanto monta, monta tanto, Talgam como la Fundación Juan March, para deleitar –y van tres– a los presentes con estas Sinestesias de ida y vuelta que desearíamos no tuviesen fin.
N.B. Da lo mismo que se programe la música que se programe; apague usted las luces de la sala casi por completo y encontrará espacio siempre hasta para los ronquidos. El que no disfruta es porque no quiere o no sabe.
Fotografía: Fundación Juan March.
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