Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall7/10/2016. Orquesta Sinfónica Simón Bolivar. Director musical: Gustavo Dudamel. Seleccción de Tonadas de Simón Díaz: “Mi querencia” y “Tonada del Cabestrero”de Juan Carlos Núñez.Hipnosis Mariposa de Paul Dessene. Bachianas brasileiras n°2 de Heitor Villa-Lobos. Pétrouchkade Igor Stravinsky.
El día anterior al concierto que aquí reseñamos, Gustavo Dudamel, micrófono en mano, recordaba a la audiencia de la noche de apertura de la temporada del Carnegie Hall, la primera vez que tocaron en Nueva York. Fue en 1994, junto a la cafetería del Edificio de la ONU. Era una orquesta de críos de entre 10 y 15 años, y la abanderada del encomiable y exitoso modelo de orquestas jóvenes de Venezuela, puesto en marcha unos años atrás por José Antonio Abreu. La historia es bien conocida y la experiencia de sacar chicos en riesgo de exclusión social a través de la música se ha trasladado en mayor o menor medida, y con mayor o menor acierto a muchos más países, incluidas algunas zonas de los Estados Unidos.
Veintidós años después, varios de aquellos miembros iniciales como Diego Matheuz, Christian Vásquez, Domingo Hindoyan o Edicson Ruiz están haciendo una importante carrera internacional. Otros, entre ellos el 70% de los músicos que participaron en aquel concierto en la ONU siguen formando parte de la orquesta, y el Carnegie Hall les ha invitado a abrir su temporada de conciertos con tres programas diferentes. En los dos primeros (el primero pudo seguirse en directo por medici.tv y puede verse durante unas semanas en www.medici.tv/#!/gustavo-dudamel-simon-bolivar-symphony-orchestra-of-venezuela-carnegie-hall) han combinado La consagración de la primavera y Pétrouchka de Igor Stravinsky con danzas de diversos países en el primer caso, y con obras latinoamericanas en el segundo. El tercero se reservó para la imponente Sinfonía turangalila de Olivier Messiaen.
Las orquestas de jóvenes suelen ser el laboratorio de ensayos y en muchos casos la plataforma de despegue para muchos de ellos. Raramente se transforman en orquestas sinfónicas, digamos de adultos. Estos conciertos o los dados en otros Festivales internacionales como Lucerna o Salzburgo son la recompensa a un trabajo excelente realizado durante muchos años, y significan que aquella orquesta se ha situado claramente en el panorama clásico internacional. Pero también significa que a partir de ahora ya no se les va a evaluar o comparar con orquestas juveniles sino con las principales orquestas del mundo que son las que ocupan las carteleras de dichos Festivales. En términos futbolísticos diríamos que la orquesta ha ido escalando posiciones. Ha pasado de la liga de aficionados, a tercera división, de ahí a segunda y ahora ha ascendido a primera. El eterno dilema, hemos pasado de ser cabeza de ratón a cola de león.
Una vez ahí, la competencia es enorme. Y para medirse a las mejores, a la orquesta le falta una mayor densidad y un mayor cuidado por el detalle en la sección de cuerdas y mejora en algunos solistas de viento, tendentes algunas veces a la estridencia en los metales. En cualquier caso, el camino a la cima sigue adelante y en el concierto vimos que se siguenencontrando a gusto en partituras donde la energía, la brillantez y el ritmo son importantes. Buscar su “nicho de mercado” es uno de sus retos junto al que pienso que es mas importante, seguir dando a conocer al mundo la gran cantidad de grandes obras compuestas en Latinoamérica, en lo que siguen siendo únicos.
Lo demostraron en la grandísima versión que dieron de la Bachiana brasileira n°2 de Heitor Villalobos. Es difícil de pensar en una versión mejor. Dentro de las más conocidas de su autor, aunque no al nivel de la célebre n°5 con el aria de soprano sobre el octeto de violonchelos que inmortalizara Victoria de los Ángeles, fue compuesta en 1930 para pequeña orquesta y estrenada en Venecia por el mítico director griego Dimitri Mitropoulos en 1934. Desde el solo inicial del saxo al cierre por la trompa solista, el Preludio “O canto do capadocio” la ejecución aunó transparencia y empuje. En el Aria “O canto da nossaterra”, el violonchelo con una delicadeza exquisita nos llevó hasta la danza donde saxo, trombón y cuerdas se mostraron sugerentes y evocadores. En la danza “Lembranca do sertao” los músicos de la Simón Bolivar se encontraron en su elemento natural con ímpetu y pujanza naturales. Por último, excelente la pieza más conocida, la toccata “O trenzinho do caipira” con su viaje en tren y sus connotaciones jazzísticas que fue el excelente colofón de la primera parte.
Previamente, orquesta y director nos dieron a conocer obras de dos compositores venezolanos, Juan Carlos Núñezy Paul Desenne. Ambas obras rinden homenaje a la figura del famoso cantante, compositor y poeta Simón Díaz, el Tío Simón, fallecido en Caracas en 2014 a los 85 años. Del primero, Dudamel y sus músicos interpretaron Mi querencia y la Tonada del cabestrero, dos de las tres piezas que Núñez compuso en 1999 basadas en las tonadas, género popular que cantaban los ordeñadores de vacas. Ambas composiciones son para gran orquesta, evocan la vida en el campo y tienen intervenciones comprometidas del concertino y de casi todos los solistas de viento. La interpretación fue contundente e idiomática.
Por su parte, Hipnosis mariposa, compuesta en 2014 por Paul Desenne, es una pieza más compleja, llena de colorido, que melódicamente tiene un aire al Danzón de Arturo Márquez, y que se basa en una de las canciones más famosas de Simón Díaz, El becerrito también conocida como La vaca mariposa. De nuevo excelente la interpretación de orquesta y director.
En la segunda parte tuvimos la Pétrouchka de Igor Stravinsky, en su revisión de 1947 y que el propio compositor dio a conocer en esta sala en 1953 con la Orquesta de Philadelphia. Gustavo Dudamel propuso una versión energética, directa, impetuosa, muy rítmica. Como comenté arriba, echamos en falta un trazo más fino, más transparencia en las cuerdas y algo más de atención al detalle, tan importante en una obra tan compleja como ésta. En cualquier caso, fue muy efectiva ya que el público la recibió con gran algarabía.
Quizás señal del cambio que comentábamos, la orquesta ni exhibió sus clásicas cazadoras con la bandera venezolana, ni de entrada interpretó una de sus propinas habituales: el Mambo de Bernstein, el Malambo de Ginasterao el Alma Llanera de Pedro Elías Gutiérrez. Las tres habían sido tocadas el día anterior. En cambio tocaron la coda de El pájaro de fuego de Stravinsky, hecha con más precisión y balance entre secciones que Pétrouchka, con una excelente entrada de las cuerdas en pianísimo, un solo de trompa perfecto, una entrada del resto de secciones equilibrado y terminada como no podía ser de otra forma, de manera explosiva. Por sus movimientos en el escenario pareció que ni Dudamel ni los músicos querían seguir, pero como el público no se iba,volvieron a los orígenes tocando una vez más el Alma llanera entre el delirio de los asistentes.
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