Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. The Duke on 42ndstreet. 19/11/2016. Fallujah (Tobin Stokes/Heather Raffo). Lamarcus Miller (Philip), Todd Strange (Taylor), Gregorio González (Lalo), Jason Switzer (Rocks), Arnold Livingston Geis (Corpsman), Suzan Hanson (Colleen), Jonathan Lacayo (Wissam), Ani Maldjian (Shatha), Zeffin Quinn Hollis (Kassim). Dirección Musical: Kristof Van Grysperre. Dirección de escena: Andreas Mitisek.
La ópera no suele ser un género artístico que preste atención al momento en que vivimos. Mientras el cine, la pintura o la literatura suelen acercarse de manera casi inmediata a la más rabiosa actualidad, es muy raro encontrar una ópera cuyo argumento trate del momento en que se escribe. En el caso concreto de la Guerra de Irak, tenemos ya literatura de todo tipo y varias decenas de películas, y sin embargo, cuando la New York City Opera anunció en su programación el estreno en Nueva York de Fallujah, la primera ópera sobre la experiencia de la Guerra de Irak, lo recibí con escepticismo, quizás porque tampoco es algo a lo que los propios aficionados estemos acostumbrados.
El primer problema que el autor debe resolver es como gestiona las innumerables emociones que un tema actual provoca en el espectador. No es lo mismo una guerra leída en un libro que una que tú has visto casi a diario por televisión. Y esto se eleva al cuadrado cuando muchos espectadores han podido participar directamente en los hechos que se tratan, y han sobrevivido para contarlo.
La ciudad de Faluya, a unos 70 kilómetros de Bagdad ha sido tristemente célebre en los últimos años. Primero, durante la Guerra de Irak fue uno de los centros de insurgencia contra la invasión norteamericana, sede de dos batallas urbanas especialmente sangrientas y devastadoras, y de varios bombardeos sobre la población civil. Posteriormente, en 2014 fue la primera ciudad iraquí tomada por el Ejército islámico del ISIS y permaneció en sus manos hasta este verano. No debe ser fácil ser habitante de esta ciudad, no.
La ópera, terminada este mismo año por el canadiense Tobin Stokes, se basa en los recuerdos de uno de los marines, Christian Ellis (Philip en la obra), que participó en la batalla. Su pelotón fue atacado en una emboscada y él, herido grave, fue uno de los pocos que sobrevivieron. A su regreso, en el hospital donde se recuperaba empezó a sufrir trastorno por estrés postraumático (PTSD por sus siglas en inglés), característico de personas que hanestado expuestas a sucesos traumáticos como en este caso, el dolor ocasionado por la participación en una guerra. La obrano trata en sí sobre la batalla de Faluya sino sobre cómo vivir con lo que allí pasó. Analiza los efectos humanos y sociales de una guerra que cambió radicalmente tanto su vida como la del joven iraquí Wissam. Profundiza en la lucha diaria por la supervivencia tras la batalla, en la que el PTSD afecta a todos los involucrados: los marines, sus madres, sus médicos y los iraquíes con los que están luchando y a los que en teoría están protegiendo.
La obra, escrita en dos actos de unos ochenta minutos de duración que se interpretan sin intermedio, abarca las setenta y dos horas posteriores al tercer intento de suicidio de Philip, quien pasa su vida tumbado entre desvelos y angustias en la habitación del hospital de veteranos. La escritora americana Heather Raffo, hija de padre iraquí y madre americana, y cuya familia iraquí fue diezmada en la guerra, se hace cargo de un libreto donde la batalla de los personajes no es la guerra sino el cómo vivir con las consecuencias de la guerra.
En el primer acto, Colleen, la madre adoptiva de Philip espera en su puerta, pero éste sencillamente, no puede verla. No ha podido desde su llegada del frente. Durante ese periodo, compartimos escenas reales del momento con los episodios de la batalla que pasan por su mente. Son recuerdos impactantes, en general opresivos, angustiosos y desesperados, aunque con momentos de gran lirismo. Un momento crucial que ya hemos visto en varias películas, es cuando los marines ven a Wissam con un arma. Unos dicen que hay que matarlo, otros que no, que primero hay que ver que hace con él. El lenguaje es duro, de soldados que se ven asimismo como objetivo de sus enemigos y que pueden morir en cualquier momento.
El segundo acto es más lírico aún. Comienza en la noche previa a la batalla. Los soldados llaman a sus familias teniendo claro que puede ser la última vez. Wissam y Shatha, su madre, discuten en una escena tremenda sobre si abandonan o no su casa, la casa de sus antepasados donde la familia lleva viviendo más de 500 años. En una escena posterior, Kassim, un pariente de ambos reflexiona sobre las torturas que el padre de Wissamy él mismo sufrieron en las cárceles de Sadam Hussein, y lamenta que ahora, los que han venido a salvarles del tirano, van a “protegerles” atacando y destruyendo su ciudad. Ambos mundos convergen al final, tratando de demostrar que las relaciones madre-hijo o persona-camarada son muy similares independientemente de la religión que profesen o del país donde vivan. La obra termina con Philip aceptando finalmente la visita de Colleen y con el mensaje último de que ni nosotros mismos sabemos quiénes somos cuando somos testigos de una violencia inaudita.
Desde el punto de vista musical, la obra está a cargo de una orquesta de cámara de diez músicos en la que además de los instrumentos clásicos, también encontramos varios eléctricos como guitarra y bajo, una guitarra acústica, una batería y un laúd persa. En la partitura, tenemos un lenguaje musical moderno bastante opresivo en todas las escenas en que Philip está en el escenario. La percusión tiene un papel predominante y se le suman toques de la música árabe que los marines oían a los locales y la música rock que tenían en sus ipods y que escuchaban mientras se preparaba para el combate.La idea es interesante aunque al resultado final quizás le falta algo de la contundencia que se requiere cuando hablamos de una guerra. Vocalmente la partitura es exigente para casi todos los personajes y abundan frases cortas repetidas de manera continua en una especie de “sprechgesang”, combinadas con concertantes que van desde dos o tres personajes hasta siete u ocho en las escenas en que aparecen todos los marines. Es de destacar la importancia que se le da a la pronunciación del texto, que permite seguirlo perfectamente.
La obra se estrenó el pasado mes de marzo en la Opera de Long Beach dirigida por Andreas Mitisek, su director artístico, en una coproducción con la New York City Opera y con la organización explore.org, la división multimedia de la Fundación Annenberg. Llega ahora a Nueva York de la mano del mismo director al escenario de “The Duke on 42nd St”, una pequeña sala configurable que en esta ocasión tenía una disposición clásica de gradas frente al escenario para unas 300 personas. A la izquierda del mismo se situó la orquesta tapada por una cortina que abarcaba todo el escenario y servía de pantalla a las proyecciones de Hana S. Kim. En ellas nos envolvía el amarillento color de las casas de adobe de la ciudad. La acción se completaba con las escaleras de las propias gradas y unas pasarelas laterales superiores por donde unas veces patrullaban los marines y otras caminaban Wissam, Shatha o Kassim. Todos los cantantes se beneficiaron del pequeño tamaño de la sala, donde su voz se proyectaba en condiciones óptimas.
El barítono LaMarcus Miller de voz redonda y pesada hace una excelente recreación del personaje de Philip. Conjuga la fuerza a veces impetuosa, a veces desesperada de un marine, con la sensibilidad seductora de un enfermo atemorizado.
El tenor Johnathan Lacayo es un sensible Wissam. Nos transmite toda su ingenuidad inicial, su desconcierto por tener que abandonar la casa de sus antepasados y su pesar por no ser capaz de empuñar un arma y no ser leal a la memoria de su padre.
La soprano Susan Hanson nos transmite toda la desesperación de una madre adoptiva, Colleen que ya no sabe qué hacer para acercarse a su hijo. La soprano AniMaldjian nos pone la piel de gallina a lo largo de todo el segundo acto y en especial en sudúo con Colleen donde ambas madres, superando la ecuación espacio-tiempo se unen en una plegaria de amor a sus respectivos hijos.
Los otros tres marines, el tenor Todd Strange como Taylor, el bajo JasonSwitzer como Rocks y el barítono Gregorio González como Lalo cantaron con rotundidad y nobleza, sobre todo el primero en uno de los momentos más emocionantes de la noche cuando canta a la foto de su hijo, a quien todavía no conoce y a quien no conocerá ya que es el primero que cae bajo los disparos de un francotirador. En la misma buena línea estuvieron también el tenor Arnold Livingston Geis como el médico y el barítono Zeffin Quinn Hollis como Kassim.
Kristof Van Grysperre, director musical asociado de la Ópera de Long Beach, fue el encargado de llevar a puerto la obra resaltando tanto los momentos más líricos como los dramáticos, y colaborando de manera importante al éxito de la representación.
Con esta obra de cámara de indudable impacto, la New York City Opera se apunta un nuevo tanto, esta vez en un campo que no es fácil para las compañías más tradicionales. Un tanto a sumar a sus excelente propuestas anteriores, Florencia en el Amazonas, Aleko y Payasos, ya reseñadas en estas páginas.
Foto: Sarah Shatz/New York City Opera
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