Por Roberto Relova
Vigo. 19/V/2016. Teatro Afundación Abanca. Temporada Sociedad Filarmónica de Vigo. Real Filharmonía de Galicia. Director musical: Maxim Emelyanychev. Obras de Ravel, Fauré, Poulenc y Beethoven.
Experimentar con la Filosofía, esta fue la actitud de Maxim Emelyanychev, director que condujo a la Real Filharmonía de Galicia sumergiéndose en diferentes propuestas musicales que alcanzaron un auténtico poemario de belleza, diálogo y extraordinario punto de reflexión acerca de lo sublime en la música.
Para el joven director sólo existe la música, la partitura y su creador, juega con nobleza, vive exclusivamente para expresar, conducir y entregarse en cuerpo y alma. Su actitud de respeto hacia la orquesta y público son ya para guardar en nuestra memoria. Y aviso, Emelyanychev hará historia en el siglo XXI, es y será un prodigio en la nueva concepción, casi aristocrática, de la dirección orquestal. Su elección del programa fue un espejo de su propia personalidad, un reflejo de sus propias emociones y de su trayectoria como intérprete. Creí que su especial amor a la música del Barroco era su campo de batalla, me equivoqué, la visión de la Séptima sinfonía de Beethoven fue conmovedora, analítica y abrió los oídos hacia nuevos conceptos del universo sonoro del sinfonismo beethoveniano.
Pero por partes, en Le tombeau de Couperin de Maurice Ravel lo transformó en un producto de filiación barroca concebido en la modernidad para renovar las elegantes danzas en un discurso sonoro que indaga las atmósferas. Vibrante la Pavana de Gabriel Fauré en las que se adueñó de la complicidad de los solistas de la orquesta, en especial el bellísimo tema protagonizado por la flauta. Impactante el Capricho para orquesta de F. Poulenc y todavía más sabiendo que era un original arreglo compuesto por el propio Maxim Emelyanychev. Hace unos días escuchaba en una conferencia a la también jovencísima musicóloga Uxía Oña Lourido acerca del universo creativo en relación a la obra de Poulenc La voz humana, y coincidía con mismo denominador común: dotes inventivas e instrumentales de Poulenc y tratamiento instrumental sorprendente, elementos que configuraron la última obra escuchada en esta parte del concierto.
Paradigma del ejercicio musical, Beethoven inculca en su Séptima sinfonía un exuberante protagonismo al ritmo, evidenciando las pautas hacia la música del futuro. Emelyanychev sacó toda la artillería pesada de la orquesta, sedujo por su planificación sonora, otorgó libertad a los solistas y no desperdició ningún arranque de poderío en el control absoluto de la tímbrica respetando el equilibrio estructural de la obra. No hubo tregua desde la larga introducción del primer movimiento, y por supuesto que en el cinematográfico Allegro cambió el rutinario tempo hacia un idílico espacio natural: el que procuró, primero la cuerda, contrastando con la brillantez del viento madera.
La despiadada y vertiginosa tensión final arrancó entusiastas ovaciones y aplausos del público. Emelyanychev hizo historia en Vigo, arriesgó en la primera parte y con Beethoven se acercó a los ideales kantianos de lo sublime y lo bello en el arte. Decididamente todo está cambiando.
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