Por Juan Carlos Justiniano
Madrid. 18-11-2016. Festival Internacional de Jazz de Madrid. JAZZMADRID 16. Michał Wróbleski Trio. Michał Wróblewski (piano), Michał Kapczuk (contrabajo) y Sebastian Kuchczyoski (batería). Centro Cultural Conde Duque (Auditorio).
Por más que pese a algunos, el jazz engloba una multitud de músicas y alientos. A día de hoy, el género es mucho más que una etiqueta que identifica este o aquel sonido, es una lingua franca, posiblemente la más vital en la actualidad, que impregna y se ha atrevido con todo. Y la programación del Festival Internacional de Jazz de Madrid ha pretendido ser un reflejo de ello. La presente temporada, que entra ahora en la recta final, seguramente se haya ajustado a todos los gustos diversificándose saludablemente a través de múltiples propuestas estéticas e intentando no perder el rumbo de un discurso coherente. Porque lo público no sólo se mide a través de una razonable política de precios, sino por su vocación de servicio, parece razonable que, asimismo, uno de los cometidos de un festival de música –a fin de cuentas municipal– aspire a eso, a atender la pluralidad, a saciar las demandas de los diversos públicos que siempre son distintos y en ocasiones distantes.
Por eso mismo en el ‘JAZZMADRID 16’ habían de tener cabida tanto el centro como los márgenes, tanto las grandes estrellas como fenómenos hasta entonces desconocidos. Y precisamente este último es el caso del Michał Wróblewski Trio, el invitado del pasado viernes al festival madrileño. Porque la música del polaco no sólo se sitúa en los márgenes estilísticos y geográficos del jazz, sino que resulta a la vez bien desconocida por estas latitudes. Y todo pese a haber recibido importantes premios y contar con un catálogo discográfico más que interesante con registros a trío: I remember (Ellite Records, 2011) o City album (Gats Production Ltd. y Ellite Records, 2014) –de donde provinieron el grueso del repertorio que interpretó en la capital– o un bello ejercicio sinfónico Jazz i Orkiestra (Fonografika, 2013) que recuerda a la aventura de Bill Evans junto a Claus Ogerman en 1965.
Junto a Michał Kapczuk, un contrabajo rítmico y solvente y Sebastian Kuchczyoski a la batería, Wróblewski compareció en un escenario que recuerda cada vez más al de La Virgen de las Rocas, no sólo por la disposición de lo que parece una gruta, también por la belleza, la quietud y la contención que se respira tanto en el lienzo de Leonardo como en el austero auditorio del Centro Conde Duque. En total fueron setenta minutos de composiciones originales que ilustraron la capacidad y sensibilidad como autor de Wróblewski, que supieron a poco, pero que fueron lo suficientemente elocuentes para observar dónde se encuentra el jazz a día de hoy: en un panorama multipolar y emancipado ya de Norteamérica y su tradición gracias a dinámicas de fin de siglo como las de Brad Mehldau, o los tríos de Esbjörn Svensson Trio (E.S.T) y su compatriota Marcin Wasilewski –influencias directas de Wróblewski, por citar sólo algunas– que derribaron las fronteras del género para abrazar una música sin prejuicios de ningún tipo. Para abrazar, precisamente, los márgenes.
La revolución musical de entonces tuvo que ver con entender la música sin coordenadas de tiempo o espacio, con dejar de establecer barreras cronológicas o registros y sacudirse al fin la vergüenza de utilizar un lenguaje contrapuntístico para revisitar una melodía popular –o viceversa– sin importar la presumible incoherencia. Wróblewski, alejado del centro y quizá por ello heterodoxo, mira tanto a la tradición clásica de Bach, Chopin o el impresionismo francés como al mundo de fuera más cercano a los Beatles, el universo de Herbie Hancock o Brad Mehldau. Todos ellos por separado y conjuntamente forman el registro del pianista polaco y su trío.
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